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Kibweteere no creyó siempre en
el fin del mundo. En las décadas del '60 y '70 era un granjero puritano
del distrito de Ntungamo al sudoeste de Uganda, asiduo concurrente a la
misa dominical católica, y líder de una de las fracciones del Partido
Democrático. Pero durante las elecciones de 1980, el partido rival de
Milton Obote se llevó a cuestas las urnas y con ellas sus esperanzas
terrenales. A partir de entonces, Kibweteere dirigió su predicamento a
cuestiones más etéreas que los conteos electorales: hacia 1987 ya estaba
al frente del Movimiento de la Restauración, fundado junto a dos curas y
una monja despechados por la Iglesia Católica. En Kampala, la ciudad
capital, algunos medios recordaban ayer que entre los cofundadores del
culto se encontraba Cledonia Mwerinde, una prostituta callejera de 40 años
que, cansada de entregar su cuerpo, ofreció su alma a la causa.
El objetivo de los
restauradores no era otro que el de señalar los males del mundo y
predicar los Diez Mandamientos, aunque de un modo particular: ya no había
tiempo para arrepentirse, la ira de Dios se desataría sobre el mundo, había
que levantar un refugio para la salvación. El lugar elegido fue Kanungu,
una remota comunidad campesina en el extremo sudoccidental de Uganda, próxima
a la frontera con Rwanda. Kibweteere aseguraba tener un preciado tesoro
que en definitiva arrastraría a sus fervientes fieles: una conversación
entre Jesús y la Virgen María, que él había tenido el cuidado de
registrar en un casete.
Con la cinta magnetofónica y
alguna dosis carismática, J.K. reunió un número nada despreciable de
devotos. "Les pedía que vendieran todas sus pertenencias y el dinero
que obtenían debían entregarlo a sus líderes", señaló Paul
Kwesigabo, representante local del gobierno. Pero no está claro qué fue
lo que ocurrió con los fondos recaudados, ni si tuvieron el mismo destino
misterioso de J.K. Con la proverbial practicidad ugandesa, el jefe de la
policía regional Stephen Okwalinga aseguró ayer, entre las cenizas, que
la política oficial a seguir sería: "Mientras no lo encontremos
vivo en algún lado vamos a suponer que él estaba acá".
El 31 de diciembre era la fecha
fijada para el fin del mundo. Pero algo falló y J.K. entró en problemas.
"Se le había unido lo más pobre entre los pobres", dijo
Richard Mutazindwa, también funcionario. Pero la pobreza no impidió que
algunos de los seguidores comenzaran a desconfiar y a reclamar su dinero.
"Será el 17 de marzo", lanzó entonces J.K.
Quince días antes, el pastor
comenzó a alertar a su grey: "La fecha está al alcance de la
mano", desparramó y puso en marcha la cadena. Cada uno tenía la
tarea de vender sus últimas posesiones y convencer a familiares y amigos
de que los acompañaran a la salvación. Durante los últimos tres meses,
los miembros del Movimiento de Restauración se dedicaron a reunir
gasolina. A algunos en Kanungu les llamó la atención la cantidad, pero
los fieles se excusaron: "Es para un generador", explicaban a
los curiosos.
Al mediodía del viernes 17 los
pobladores de Kanungu los vieron llegar en micros y camiones, vestidos con
telas blancas y verdes. Se encaminaron hacia el cerro donde se encontraba
el Arca. Algunos se detuvieron en un almacén para reunir los alimentos
para su último viaje. Luego entraron en la iglesia y sellaron puertas y
ventanas. Después llegó la explosión.
"Se hallaron 330 cráneos
entre las ruinas", declaró el ministro de Interior, Edward Rugumayo.
"Hay muchos más irreconocibles. En total serán 500." Entre los
restos, estaban los cadáveres de cuatro policías adheridos al culto y al
menos 78 cuerpos de niños. Es lo que motivó a las autoridades a pensar
que el suicidio no fue en masa. Luego descubrirían alrededor de 20 cadáveres
ocultos en una letrina. Sospechan que fueron envenenados: no tenían
rastros de quemaduras.
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