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Por
Eduardo Febbro
Este obstáculo será dirimido
en las próximas semanas en el curso de una cumbre nacional de la
izquierda plural --socialistas, comunistas, verdes y radicales de
izquierda--. Pero el apretón de manos entre rojos y rosados se produce en
un momento clave de la gestión de Lionel Jospin y en un contexto no menos
clave para los comunistas. Estos celebran a partir del jueves un congreso
en el que Robert Hue aspira a imponer la línea que encarna desde que
asumió la dirección comunista. Resumida en el término "mutación",
la orientación política de Hue choca con férreas resistencias internas
y con el modesto entusiasmo del electorado comunista que sigue manteniendo
al PCF bajo respiración artificial. Sus adversarios le reprochan el hecho
de ser una suerte de "pequeño Gorbachov de bolsillo" dispuesto
a liquidar la herencia comunista para mantenerse en el poder. Su alianza
con el PS viene a sellar su "legitimidad" de aliado necesario.
Jospin, por su parte, se saca un problema de encima. El primer ministro
atraviesa un período de turbulencias notables con las huelgas en la
educación nacional y en el sector de la administración fiscal. Ayer, el
Ministerio de Economía y Finanzas retiró el controvertido proyecto de
reforma de la administración fiscal que había colocado al gobierno en
una postura delicada. El pacto electoral PS-PC representa el mantenimiento
de la alianza de las dos izquierdas enemigas y su interacción al nivel
local, donde el impacto de las listas comunes es mucho más grande que en
las elecciones de exclusivo carácter nacional --presidenciales por
ejemplo--.
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