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OPINION

Un sueño cumplido

Por Washington Uranga

Juan Pablo II ha insistido en el sentido "eminentemente religioso" de su viaje a Israel y Palestina. Lo viene haciendo desde hace meses, lo subrayó poco antes de partir y ahora a su llegada a Israel. El gesto de visitar los lugares considerados santos para las tres religiones históricas monoteístas (judíos, musulmanes y cristianos) forma parte de un propósito trazado por el Papa dentro de su pontificado y, en particular, con ocasión del año jubilar: producir un acercamiento histórico entre las religiones. Para Karol Wojtyla el diálogo interreligioso y la coincidencia de los grandes líderes de las religiones históricas se constituye, hoy en día, en un reaseguro ético y moral indispensable para la paz en el mundo. El Jefe de la Iglesia Católica está profundamente convencido de que, por encima de cualquier perspectiva política, ideológica o de interés económico particular, sólo los valores propios de la religión pueden garantizar parámetros más justos y más humanos para el conjunto de la humanidad. De allí su esfuerzo para convocar al diálogo entre las religiones.

  La propuesta, en general, ha sido bien aceptada por los interlocutores. Caben, sin embargo, los recelos. Sobre todo porque se señala que, con sus iniciativas, Juan Pablo II intenta convertirse él mismo, y por extensión a la Iglesia Católica, en la visagra de esa construcción interreligiosa.

  La visita a Israel y Palestina es, en todos los sentidos, uno de los viajes más emocionantes de Juan Pablo II pero, sin duda, el más riesgoso de su 20 años de pontificado. Por todo ello no está desprovisto totalmente de objetivos políticos. En un sentido Juan Pablo II quiere ofrecerse él mismo como garante de la paz entre palestinos e israelíes, colaborando a hacer realidad el sueño de una tierra para dos pueblos.

  Por otra parte israelíes y palestinos tendrán sus ojos puestos en cada gesto de Karol Wojtyla para traer a su propio molino cualquier señal que rompa el equilibrio geopolítico que el Vaticano ha mantenido, en particular, en relación al status de Jerusalén. Para los israelíes la Ciudad Santa es la capital única, indivisible y eterna de la nación hebrea. Para los palestinos, que nombran a Jerusalén como Al Qods (el nombre árabe), es el lugar santo del Islam. El propio Vaticano aspira a que la ciudad alcance un estatuto de internacionalidad con la participación activa de las tres religiones, no sujeta a ningún Estado ni a ninguna nacionalidad en particular sino destinada a convertirse en lugar de acogida religiosa para todos los habitantes del mundo que deseen acudir hasta allí en peregrinación. Un objetivo que, a poco de cumplir 80 años, Karol Wojtyla no resigna.

 

 

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