Por Fernando D�Addario
Vive
en un barrio obrero de General Roca, un nombre poco feliz para una ciudad
patagónica, pero muy preciso para pintar el pasado y el presente de esa
tierra. Luisa Calcumil ignora esa denominación: �Yo nunca digo ese
nombre. Para mí es Fische menuco, o Pantano Frío. Yo espero que alguna
vez vuelva a llamarse así�, subraya en la entrevista con Página/12,
asumiendo que la viabilidad de su fantasía es proporcional a su capacidad
para darles movilidad práctica a sus sueños. No es sencillo, claro,
porque en su caso las dificultades se potencian: �Yo soy mujer, artista
y mapuche, es decir, para los demás, todo mal...�. Para ella, en
cambio, esas tres características esenciales confluyeron en una carrera
artística tan monotemática como tenaz, que se encaminó en defensa de lo
indígena a partir de su recordado papel en Gerónima (1985). Desde
entonces no dejó de trabajar en cine y en teatro (en 1987 sorprendió al
público con Es bueno mirarse en su propia sombra). Este sábado
presentará en La Trastienda su nuevo espectáculo, Aukiñke (�Ecos�),
que incluye canto mapuche, teatralidad y música sureña, y que Luisa
define como �una síntesis de todos mis trabajos. Es como si pudiera
juntar en un solo espectáculo toda mi historia�.
�Desde su papel en Gerónima, sus trabajos siempre estuvieron
identificados con la problemática indígena. ¿Esto es una decisión suya
u obedece a que la discriminan para interpretar otro tipo de personajes?
�La discriminación existe. Mis paisanos pueden ser albañiles, pero
también saben trabajar la pintura. En cambio, no se concibe que yo pueda
hacer de mapuche y al mismo tiempo esté capacitada para otros papeles. El
medio me encasilla. Pero también tengo que decir que seguir haciendo
estos trabajos es para mí una responsabilidad y un gran placer.
�La discriminación, a veces, es inconsciente. La gente no la imagina
haciendo de una mujer de clase media en un programa de televisión...
�Claro, ahí es donde funciona el prejuicio, y no lo digo sólo por mí.
Tiene que ver con un ideal de belleza, que no se relaciona con la belleza
estética artística, sino que tiene medidas físicas y edad. Después de
los 30 años una ya es vieja. Pero aunque no quiero pecar de voluntarista
ni de ingenuamente optimista, tengo que decir que sigo viviendo de mi
profesión de actriz en el interior. Dicen que, si no estás en la TV, no
existís. Y yo existo. He presentado espectáculos teatrales, hice cinco
películas. Cuando me preguntan si soy una marginal, les digo, ¿marginal
de qué? Si vivo en el corazón de mi gente. Que los grandes medios me
marginen es otra cosa...
�Cuando presenta sus espectáculos en grandes ciudades, ¿no corre el
riesgo de que se aprecie su trabajo por una cuestión de esnobismo?
�Estuve en España, en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, y
no me fueron a ver como un producto exótico, sino como un ser humano que
iba a expresar la realidad de su pueblo. Al final de la presentación,
quinientos actores españoles me aplaudieron de pie. Acá en Argentina,
una vez en una nota, antes de actuar en la Capital, me preguntaron: �Luisa,
¿usted viene a conquistar Buenos Aires?�. Y yo le dije: �Para
empezar, no me hable de la palabra conquista�. No me gusta la idea de
conquistar. Yo no conquisto nada. Vengo a Buenos Aires y trabajo con
cariño, del mismo modo que lo hago en el resto del país. Pero en Buenos
Aires existe mucha mayor ignorancia con respecto de nuestra realidad. Hace
un tiempo escuché en una radio porteña a un hombre muy preparado,
hablando sobre el descubrimiento de unos restos fósiles �antes de la
aparición de los seres humanos y antes de la aparición de los indios�.
En algunas ocasiones creen que nos hacen un favor. En un programa de
televisión me presentaron la otra vez como �la hija del cacique
Calcumil�. Y yo no soy hija de ningún cacique. Mi padre es carpintero,
y no por carpintero es menos mapuche.
�En sus primeras obras teatrales manifestaba muy enfáticamente la
controversia entre el hombre blanco y el indígena. En las últimas, en
cambio, plantea la convivencia. ¿Hubo un cambio en su mirada del tema?
�Hubo una evolución, pero no una claudicación. Yo no me di vuelta como
una tortilla. Me fui moldeando con lo que fui encontrando. Y hoy sé que
en esta Argentina somos muchos los que perdemos cotidianamente nuestras
tierras, los que estamos a punto de perder la escuela pública, los que
estamos perdiendo el idioma materno. Yo hablo de integración. Lo que pasa
es que el poder siempre nos vendió la integración al revés. ¿Por qué
siempre nosotros nos tenemos que integrar? ¿Y el resto de la sociedad?
�También ocurre que muchos descendientes de indígenas transplantados a
la ciudad sienten vergüenza de asumirse como tales...
�Lo hacen para defenderse del dolor que les hace sufrir la sociedad.
Cuanto menos se hable del tema, menos se nota la humillación a la que son
expuestos diariamente.
�¿Usted está de acuerdo con la visión de lo indígena que mostraron
películas como La nave de los locos y El largo viaje de Nahuel Pan?
�Creo que recién se va a poder hacer algo interesante y riguroso cuando
el equipo completo de filmación sea paisano. No es una cuestión de piel
o de apellido. Tiene que ver con que siempre es la visión del blanco
sobre nuestra vida. A veces con la mejor intención, pero al final siempre
se tergiversa nuestra realidad, dándole un tono caricaturesco. Por eso no
participo de todas las propuestas que me hacen. A veces veo los guiones y
los directores me explican: �Mire, Luisa, que esto es una ficción�.
Sí, es una ficción, pero se refieren a mi gente. Queda bien estar a
favor de los mapuches, ir a una de sus fiestas y después decir �yo sé,
yo estuve� como si tuvieran un libro más para contar en una cena de
intelectuales.
�¿Pero entonces qué se debe hacer?
�Hay que tratar de que la diversidad cultural se pueda desarrollar con
justicia sin que una cultura aplaste a la otra.
�¿Existe un marketing de la defensa de lo indígena?
�Sí, pero no es tan fuerte. No hay que tenerle miedo. Cuando voy a
Purmamarca o me junto con cantores cuyanos, nadie duda de mi identidad.
Sólo en Buenos Aires los intelectuales me toman examen. �¿Será o no
será mapuche de verdad?�, se preguntan. Si yo estuviera fregando pisos
en una casa de familia, nadie dudaría de mi origen. Y si hiciera mal ese
trabajo, enseguida me lo recordarían: �india de mierda�, me dirían.
Por eso mi pretensión artística no es hacer algo exquisito, sino
documentar. Para que el joven que vive en la ciudad y es nieto de un
indígena sepa quién es y se sienta orgulloso de serlo.
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