Rara avis
Por Antonio Dal Masetto |
Esta noche, entre la concurrencia del bar, hay dos jóvenes, mujer y varón, ambos de alrededor de veinte años. Debe ser por eso que a los parroquianos se les da por recordar los heroicos momentos de sus comienzos, cuando cortaron lazos con la familia y optaron por la sagrada independencia y salieron a enfrentar al mundo.
�Yo, apenas cumplí los 17, me largué a los caminos. Dejé una carta y me fui de noche, para evitar los dramas de la despedida. Crecía en ese momento o no crecía nunca más.
�Yo metí unas pilchas en el bolso, mi colección de Mecánica Popular, le di un beso a la vieja, un abrazo al viejo, y les dije: �Adiós, tengo que hacer la mía�.
�Yo a los 18 tramité los papeles para embarcarme, me metí en un barco mercante y conocí el mundo a mi propia cuenta y riesgo.
�Yo me dije: a los 18 años, Alejandro el Grande había fundado ciudades, había llegado a la India. ¿Qué estoy haciendo en Trenque Lauquen, en la casa de mis viejos? Me subí a un ómnibus y me abrí paso en la vida a las trompadas.
Lo cierto es que los parroquianos están hechos unos pavos reales con sus maravillosas historias.
�¿Cuál es su opinión, jovencitos? �les preguntan a los dos jóvenes�. Parecería que a las nuevas generaciones estos temas de la independencia y la libertad les importan poco. Tal vez no sea el caso de ustedes dos, tal vez ustedes sean de esas rara avis que levantaron vuelo y abandonaron el nido. ¿O todavía están bajo la pollera de mamá y el ala de papá?
Los parroquianos acaban de ponerse socarrones y también un poco hirientes.
�Las historias que acaban de contar son impresionantes �les contesta el joven�, pero me parece que andan atrasados en noticias y algunas cosas han cambiado. Yo no puedo irme de casa por la sencilla razón de que soy el sostén afectivo de mi padre. Cumplió los 45 años, pero es como si tuviera 14. Se me pega todo el tiempo. Voy a jugar al fútbol y se me aparece atrás con el equipo deportivo. ¿Qué puedo hacer? Lo llevo. Todos mis amigos tienen el mismo problema, así que por turno nos tenemos que bancar que los viejos participen. Si no se ponen mal, se deprimen, unas caras lánguidas que no les digo nada. Y ni les cuento cuando mi viejo viene a contarme sus fantasías de aventuras amorosas. Que una vecina lo está mirando mucho, que la farmacéutica se desvive por atenderlo. �¿La quiosquera nunca te preguntó por mí? �me dice�. Sacále el tema, a ver qué te comenta.� Ya soy grande para andar haciendo ese tipo de papelones. Tenemos un físico más o menos parecido y me usa la ropa. Me fuma los cigarrillos. Vive enganchado todo el tiempo con los Redonditos de Ricota. Si quiero escuchar un poco de jazz tengo que esperar que se vaya a dormir. Cuando pega un faltazo al laburo tengo que hablar yo con su jefe para inventar una excusa. Me hace pasar mucha vergüenza mi viejo. Todo eso de la independencia es muy lindo, pero, ¿adónde quieren que me vaya? ¿Qué hago con mi padre? Lo dejo en banda y se me desintegra en el espacio.
�Con mi mamá es la misma historia �dice la joven�. Lo único que le interesa es el gimnasio, la peluquería y la marca de las pilchas. También a mí me usa la ropa, el lápiz de labios, las cremas, el maquillaje y después deja todo tirado. Siempre fue una desordenada. En la heladera nunca hay nada, la comida nunca está lista, yo soy la que va al súper y me encargo de que la casa funcione, si no, nos taparía la mugre. Cuando tengo una reunión, cuando voy a bailar, mi mamá se me cuelga. �Ni se te ocurra decir que soy tu madre, somos hermanas�, me dice. Viene a contarme que uno la miró, que otro le mandó una señal. Compite conmigo. Un par de veces la tuve que parar en seco porque estaba histeriqueando con un pibe que a mí me interesaba. Se pegotea con mis amigas. Y como todas tienen el mismo problema con sus madres, nos encontramos a escondidas. Mi barra es de Villa Urquiza y con mis amigas nos citamos en Palermo. Tenemos que ir cambiando de boliches para que nuestras madres no se cuelen. ¿Adónde quieren que me vaya con semejante madre? La dejo sola y se cae todo a pedazos. Voy a terminar llevándola a un geriátrico para adolescentes.
Ahora los parroquianos callan y en el bar el silencio es total.
�Nosotros �rematan a coro los dos jóvenes�, nos preguntamos todo el tiempo: ¿qué pasa? ¿Por qué la gente no se comporta de acuerdo a la edad que tiene?
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