Por Hilda Cabrera
La valoración de la caridad y del esfuerzo constituyen el núcleo de este musical, basado en la novela homónima del escritor, poeta y dramaturgo francés Victor Hugo, que narra la historia de Jean Valjean, un ex convicto que decide esconder su pasado bajo una nueva identidad, y la pequeña huérfana Cosette. La anécdota toma el aspecto de un cuento inserto en un tiempo social en el que abundan elementos de naturaleza épica, donde los protagonistas son casi en su totalidad prisioneros, hambreados o libertarios. Las amargas peripecias por las que debe atravesar Valjean, compuesto aquí por el cantante Carlos Vittori (impecable, atento a los matices, a la levedad y sosegada fuerza de su personaje), son en gran parte ocasionadas por el inspector Javert, símbolo de la ley y tenaz perseguidor, interpretado con una vitalidad algo distante por Juan Rodó. La anécdota -que toma uno de los períodos más convulsos de la historia de Francia� arranca en 1815 y finaliza en el París de 1832, y se desarrolla a lo largo de veintiocho cuadros musicales, la mayoría sintéticos y de sombría belleza. El espectáculo atrapa por su concepción visual, el ropaje y los efectos especiales, pero no por lo que allí se dice, pues lo que está en juego es la identidad formal de cada personaje antes que su ideología. Opción que ejemplifican las letras de las canciones, de una simpleza llamativa para una tan ambiciosa propuesta.
El elenco no escapa a la estructura cerrada del libreto, pero se lo ve afinado como trabajo de equipo, dando vida a pobres y ladrones, pícaros, prostitutas, mendigos y pandilleros. La obviedad de algunas letras (�El tiempo pasa y se va�) está en consonancia con las partituras musicales, híbridas y con cierta tendencia al pop, como sucede en algunos �solos� a cargo de la enamorada Eponine (Pili Artaza) o del estudiante Marius (Zenon Recalde), sobre todo cuando éste recuerda demagógicamente que �se planeaba un mañana que no llegó�. Los apuntes melodramáticos, ineludibles en esta historia que se evade del melodrama clásico que incluye las figuras de la víctima, el verdugo y el vengador, responden a la idiosincrasia de unos personajes desesperados, como el mismo atormentado Valjean, finalmente un hombre bueno, y la agónica Fantine (Elena Roger), cuya pequeña Cosette es tratada como una Cenicienta por la posadera Thénardier (Mónica Núñez Cortez) y su marido (Javier Rodríguez), un bribón carente de escrúpulos, tal como aparece retratado, entre otras secuencias, en la festiva �El dueño del lugar�, y en las impactantes escenas jugadas en las cloacas de París. Estos pasajes resultan por otra parte los mejor logrados de esta puesta que, antes de su estreno, recibió el visto bueno de Cameron Mackintosh, productor de la versión estadounidense de este musical que se mantiene en la cartelera de Broadway desde hace 15 años.
Los temas del destino �asunto difícil de torcer, puesto que, como se dice, �así está escrito en el libro del Señor��, el sentido del deber, la duda y el ansia de libertad (simbolizada básicamente en una frase de resonancia setentista �El pueblo unido vencerá�) identifican a cada secuencia de esta epopeya, cuyo marco social se extiende hasta poco después de la revolución de julio de 1830, que instauró en Francia una monarquía, teñida según algunos historiadores de elementos burgueses y liberales. Sobre este punto, nada queda demasiado claro en la puesta. Así es que en las escenas de barricadas se ve agitar tanto una bandera roja como símbolos republicanos. De esa confusión queda sin embargo en limpio que, a pesar del sacrificio, �nada cambia� para los hambrientos.
El desarrollo guarda cierta relación con el romanticismo, por su melancolía, por el enfrentamiento de personalidades diseñadas con vigor, la adopción del género melodramático yel interés en los acontecimientos de la historia propia, características que se advierten en la producción de Víctor Hugo (1802-1885), desterrado en 1851 después de oponerse a Luis Bonaparte, a quien en un principio apoyaba. Ya bastante antes, este grande de las letras había dejado de ser monárquico y clásico para alistarse en las filas del liberalismo y el romanticismo, con la censurada Hernani, con su producción poética y con la novela Nuestra señora de París. En Los miserables, que comenzó a escribir antes de su exilio, sostiene un enfoque humanitario, que aboga por desterrar la pobreza, como sucede también en Los trabajadores del mar y en su célebre El hombre que ríe.
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