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La famosa escuela Summerhill le ganó la pulseada al gobierno

Summerhill se caracteriza por la libertad de los estudiantes, que deciden si van a clase. El gobierno británico quiso cerrarla.

La habitación de una alumna en la escuela británica Summerhill.


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Los gritos de alegría de los alumnos del colegio británico Summerhill aún resuenan en sus pasillos. Tienen motivos: triunfaron en el enfrentamiento que mantenían con las autoridades educativas, que intentaban ponerle límites a la famosa escuela progresista creada en 1921 por el filósofo de la educación A. S. Neill. Tras una dura disputa legal, el ministro de Educación, David Bunkett, anunció que el gobierno retiraba la demanda contra la escuela, por la que se le exigía una mayor disciplina. Uno de los puntos críticos era la de la asistencia a clase: en Summerhill es opcional. Y lo seguirá siendo.

   Zoe Readhead, actual directora e hija del fundador Neill, se negó a abandonar el carácter optativo de las clases pese a la exigencia oficial. El caso había llegado el pasado lunes a la sala del Tribunal Supremo especializada en asuntos educacionales.

  Para el ambiente educativo británico resultó cuanto menos curioso que el golpe de gracia --tras los intentos de cierre iniciados por el ministro conservador Kenneth Clark en 1990 y 1994-- pudiera darlo un Ejecutivo laborista, abanderado de la causa educativa desde que llegó al poder hace tres años. La "queja formal", remitida por el titular de Educación a la dirección en 1999, fue un formulismo que ocultaba la intención de cerrar si Zoe Readhead no cedía a la presión oficial. También supuso un apoyo a los inspectores ministeriales que visitaron la escuela el pasado año llevándose un pésimo recuerdo.

  Las conclusiones del informe que redactaron al regresar a Londres afirmaban cosas como éstas: "Las clases no son obligatorias y los alumnos las ignoran. Han confundido la pereza con el ejercicio de sus derechos. Como consecuencia de la falta de disciplina, su nivel de conocimientos no los prepara para afrontar el futuro de forma realista". El equipo del ministro Bunkett, que ha abrazado los controles de calidad escolar impuestos por el anterior gabinete conservador --con sus listas anuales de buenos y malos centros-- y ha propuesto ligar el aumento de sueldo de los maestros a las notas obtenidas por el alumnado, le dio seis meses a Summerhill para ponerse al día. Para no ser tildado de inquisidor en materia de filosofía educativa, Bunkett hizo hincapié en ciertos ejercicios "poco convencionales" practicados por el alumnado.

  El entrecomillado se debe a los propios inspectores, cuando supieron que niños y adolescentes de entre 6 y 16 años, edades de los cerca de 60 inscritos actuales, podían bañarse desnudos en la piscina. El que los baños fueran mixtos y utilizados por todos, profesores incluidos, tampoco les pareció bien. Una vez subrayados ambos puntos, el ministerio puso mucho cuidado en criticar la validez de unas clases optativas en un centro independiente.

  "David Bunkett puede considerar que un modelo educativo como éste resulta estrecho de miras y no prepara a los alumnos. Sin embargo, el ministro no pretende obligar a nadie a sentarse en las aulas. Lo que pide es que los profesores hagan un esfuerzo para que sus lecciones sean seguidas por su interés y sin coerción", dijo el lunes Alison Foster, representante del gobierno británico.

  Defendido por Geoffrey Robertson, uno de los abogados especializados en derechos humanos más prestigiosos del país, Summerhill dejó clara su postura. "La asistencia a clase no es negociable. La libertad es eso, o no es nada. Y como Summerhill dejaría de existir sin libertad, cerrar la escuela equivaldría a un acto de vandalismo educacional", zanjó con el apasionamiento que lo ha hecho famoso.

  La reserva propia de una audiencia de estas características impidió que los alumnos que se habían trasladado a Londres aplaudieran a su letrado. Pero su actitud quedó bien patente a las puertas del tribunal. Apiñados en torno de la directora, una cosa los diferenció del resto de adolescentes británicos. Se quejaron sin rubor de que los inspectores estatales no los consultaran al visitar Summerhill.

  De otro grupo de expertos, esta vez independiente, que recorrió el centro en enero pasado, guardan mejor recuerdo. Después de pasar 17 días con ellos, resolvieron que la libertad nada tenía que ver con el anarquismo. "Aquí no hay falta de estructuras. Al contrario. De las asambleas, donde el voto del alumno vale tanto como el del profesor, han salido más de 200 normas y hay tribunales que se ocupan de los que las infringen". Ian Cunningham, el asesor que encabezó la segunda inspección, no tuvo reparos en comparar el posible cierre de Summerhill con una "violación de la Convención Europea de Derechos Humanos".

 

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