Opinion
Por Mario Wainfeld
Suele decirse, con razón, que en política casi nunca dos más dos es igual a cuatro. Pero, aun sabiéndolo, suena raro que la fenomenal licuación de poder que padeció Aldo Rico en pocos días detonó cuando uno de sus amigos (peor, uno de sus ex amigos) quiso escaparse de un hotel sin pagar. Así resumido, el episodio parece surgido de la pluma de un mal imitador de Gabriel García Márquez. Si se lo cuenta un poco mejor, se ve que tiene su lógica, su raigambre histórica.
Todo comenzó, nomás, cuando Carlos �El Indio� Castillo fue atrapado por la policía entrerriana por tentativa de pagadiós. La rutina determinó que se conociera su frondoso prontuario. Fue apresado, Página/12 contó su historia y su relación de añares con el ministro de Seguridad, quien montó en cólera y no produjo mejor idea que denunciar que Castillo, por cuenta y orden de la SIDE, custodiaba al presidente Fernando de la Rúa. Para probar esa afirmación, cuya gravedad institucional nunca pareció percibir, Rico blandió una foto. El Gobierno negó que el custodio de la foto fuese Castillo, identificó al verdadero (un principal de la Federal, tocayo de Castillo, apellidado Beraldi). Como Rico seguía insistiendo en su sandez, la Federal armó una conferencia de prensa donde, en vez de ronda de presos, hizo ronda de custodios.
El gobernador Carlos Ruckauf, desde Estados Unidos, le sacaba chispas a su celular. Cuando vio la foto de Beraldi en los diarios, le ladró a Rico (que tiene una especial aptitud para comprender ese tipo de lenguaje) que debía disculparse. Rico envió entonces una carta al Presidente, escrita con el estilo jurídico con que los militares buscan ocultar su ignorancia, mezclado con las invocaciones santurronas con que buscan disimular su barbarie y rebosante de las mayúsculas con las que suelen expresar su maniquea y crasa ideología. El texto y el remitente no conformaron a De la Rúa que exigió y logró que fuera el dueño del circo (no son éstas sus palabras, claro), leáse Ruckauf, quien presentara las excusas del caso. El gobernador, aseguran fuentes confiables de su gobierno, ya estaba hastiado de Rico desde hace mucho tiempo. Aun antes de la comedia de enredos de estos días maquinaba cuándo y cómo le daría el tiro del final (es una forma de decir). Ahora lo sigue pensando, con más énfasis. Volverá el 2 de abril. Antes y después de esa fecha Rico quedará en un manto de neblina.
Retos de cabotaje
Interinamente, quien se dedicó a retar a Rico y maltratarlo a cuenta de mayor cantidad fue el vicegobernador Felipe Solá, en ejercicio del Ejecutivo provincial. La relación de Solá con Rico ha tenido sus buenos zigzag. En su momento, el vicegobernador más impulsó que avaló un candidato que compitió con el ex carapintada en la interna del PJ por la intendencia de San Miguel. Su pollo perdió muy lejos y, en tributo al potencial electoral de Rico, Solá matizó sus juicios. Hasta se declaró público admirador del modelo de gestión que utiliza Rico para el hospital de su municipio. Ya compartiendo la gestión provincial, Solá devino hipercrítico del pésimo manejo que hace el ex militar de sus relaciones públicas e hizo un culto de diferenciarse de él.
Durante la crisis prodigó un discurso con doble lectura. Dijo durante días que confiaba en su subordinado, pero dejando en claro que, si éste se hubiera chispoteado, sería gravísimo. Cuando se confirmó que Rico había macaneado, se despegó de él con soltura y dejó constancia de que estaba cansado de tener que reinterpretar todos los dichos del ministro.
Solá recibió un educado, pero firme ultimátum del ministro del Interior, Federico Storani, quien le anunció la presentación en sociedad de Beraldi. Ambos pactaron que no hubiera dirigentes aliancistas de nivel nacional cuando el ruborizado policía posara para la posteridad.
La derrota de Rucucu
Con sus sucesivas torpezas y baladronadas, Rico consiguió enturbiar una de las vigas de estructura de la táctica del gobernador: su sobreactuada buena relación con De la Rúa. Ruckauf suele subrayar su oratoria mediante una sonrisa dentífrica (si de expresar alegría o buen humor se trata) o con un ceño marcadamente adusto (si se habla de dolor o preocupación). Su construida imagen pública es también dual: dureza cuasifascista en materia de seguridad, buenas ondas casi obsecuentes, en materia de diplomacia con el Presidente. Una obsesiva búsqueda de un perfil fenomenal: tan democrático como De la Rúa, pero más firme con el delito y más patriota a la hora de negociar con Brasil.
Rico, que expresaba a su torpe modo el rostro adusto, le quitó la sonrisa a Ruckauf. Lo encerró en la fastidiosa situación de optar entre despegarse ante tempus de De la Rúa o tener que ir al pie del aliancista. Ruckauf optó por el mal trago de pedir excusas. No es un garrón excesivo: el gobernador debe hacerse cargo por haber avalado la tropelía de su ministro o por haberlo dejado mandarse solo. Y, amén de eso, por el pecado original de haber nombrado como responsable de la seguridad de la provincia, tan luego, a una figura tan poco seria a la hora de investigar, hacer denuncias y tomar decisiones.
La primera desmentida gubernamental fue el martes a la mañana. Ruckauf partió varias horas después sin haber hablado, cual es su costumbre, con �Fernando� o con �Fredi�. Lo que ostensiblemente buscó es que Rico fuese el exclusivo pato de la boda. Falló. Le guste o no, ha sufrido �su primera gran derrota política� desde que es gobernador. Tal la interpretación que su vice ya deslizó en su entorno más cercano.
Jugando con ventaja
Ese desemboque fue previsto por Storani quien comandó con sutileza la crisis por el lado del gobierno nacional. Fue él quien le hizo saber al jefe de la SIDE, Fernando de Santibañes, la identidad de Beraldi en la mañana del martes. También, junto al Presidente, quien maquinó las dos movidas oficiales (foto de Beraldi y actuación de cuerpo presente de éste) que noquearon a Rico. Fue él, al fin, el funcionario nacional que más duro le pegó al ex militar y �ya se dijo� quien negoció con guante de seda pero sin pizca de ingenuidad, desde una posición de fuerza, con Solá.
En un reportaje que le hiciera el periodista Daniel Enz para la revista Análisis y para Página/12 Castillo, un ex militante de la derecha peronista, recordó los lejanos tiempos en que se trompeaba con Fredi Storani (por entonces dirigente de la FUA) en la Universidad de La Plata. Paradojas o vueltas de la vida, dos enemigos que lo son desde el fondo de la historia confluyeron sin acuerdo alguno para hundir a Aldo Rico.
Política, fierros, delito
En la mencionada entrevista, Castillo �un lumpenazo no desprovisto de ironía� repasa su vida que bien puede ser la de muchos otros cuadros de la derecha peronista. Un sector que combinó la militancia política con el uso de los fierros y con el delito liso y llano en proporciones variables. Con una peculiaridad: que el tránsito a los fierros y al delito común son, en una abrumadora mayoría de los casos, un viaje de ida que suele desplazar a la política a un rol residual.
Castillo relata lujosamente un episodio espectacular: según él, Eduardo Duhalde pagó una millonada de pesos a Aldo Rico por su apoyo a la reforma constitucional que derivaría en su reelección como gobernador. En esa instancia, para evitar que lo curraran, el Indio calculó cuánto pesaban los billetes que debía acarrear, la friolera de más de 13 kilos y medio. Una anécdota que suena a novelesca, pero que también tiene el tufillo de lo creíble. Integrante de la truculenta CNU de los 70, admirador confeso de Aníbal Gordon, Castillo deslizó una frase que revela que algo de sus vivencias ha elaborado: �Lo que se arregla con plata, no se soluciona con política�. Lo que se dirime a tiros, ni qué decir.
Rico ha sido en la dictadura, en Semana Santa, en Monte Caseros, en el Pacto con Duhalde, en sus bravatas con periodistas y médicos un colado en el sistema democrático. Rico no es víctima (como él dice creer y tal vez en su delirio hasta crea) de una conspiración entre periodistas de izquierda, operadores aliancistas y lúmpenes de su palo. Ni el descrédito que diluvia sobre él es una carambola llena de mala suerte. Remanentes de un pasado oprobioso que tiene con el peronismo bonaerense lazos fenomenales, Rico y Castillo son dos caras de una misma moneda, aunque uno sea �por ahora� ministro y otro more en una alcaidía. No es una suma de azares sino su marginalidad esencial lo que les complica la vida. Ambos, simplemente, pagan una parte (ínfima) del precio de lo que fueron y lo que son.
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