Por J. N.
 En sintonía con cierta obsesión gubernamental por las nuevas tecnologías, Fernando de la Rúa ha implementado una red de celulares satelitales que le permite tener siempre a mano a sus hombres de confianza. El sistema tiene sus fallas: comunicaciones que se interrumpen, edecanes que no saben manipular los diminutos aparatos, funcionarios que se los olvidan y un ministro que se resistió durante un tiempo a utilizar su celular satelital. �Me van a llamar cada cinco minutos para manguearme plata�, se quejaba José Luis Machinea antes de aceptar, a regañadientes, sumarse a la novedosa red de funcionarios on line.
El sistema de comunicaciones del Gobierno fue una decisión del Presidente. Preocupado por el control personal de las cosas, poco después de asumir De la Rúa decidió poner en marcha algún mecanismo que le permita tener a mano �todos los días y a cualquier hora� a sus colaboradores más cercanos.
Los celulares en cuestión son satelitales. Esto significa que la señal sube al satélite y baja directamente al teléfono de destino, sin pasar por las centrales de las compañías, lo que permite comunicarse desde cualquier punto del mundo y evitar eventuales pinchaduras. Son unos aparatos diminutos, de color negro o plateado, que en el Gobierno se conocen como �celulares punto a punto�.
Los teléfonos no están habilitados para contactarse con cualquier número: sólo sirven para comunicarse con los otros poseedores de los celulares, cada uno de los cuales figura en la memoria del teléfono. Tienen sus teléfonos satelitales el vicepresidente, los once ministros y un par de secretarios importantes, como Darío Lopérfido y Cecilia Felgueras; además, claro, de los tres edecanes y el secretario privado de De la Rúa, Leonardo Aiello, quienes se encargan de los llamados del Presidente.
El objetivo del sistema es que De la Rúa pueda hablar rápidamente y sin intermediarios con sus hombres de confianza. Los funcionarios también pueden comunicarse entre sí, e incluso hablar en conferencia, pero utilizan los celulares satelitales sólo en casos especiales, cosa de dejarlos libres para no obstruir un posible llamado presidencial.
El sistema comenzó a aplicarse un par de meses atrás y generó algunos inconvenientes. Machinea se resistió durante un tiempo, alegando que la disponibilidad total a los requerimientos de los otros funcionarios podría derivar en constantes pedidos de fondos. Aunque finalmente el ministro de Economía aceptó, lo cierto es que con Machinea en la red los problemas continuaron.
Los tres edecanes, hombres más acostumbrados a las formalidades del protocolo que a las telecomunicaciones, tardaron un tiempo en aprender a manipular los pequeños aparatos. Las comunicaciones a veces se interrumpen por problemas en el satélite imposibles de identificar.
Además, algunos funcionarios desprolijos no se adaptaron aún al nuevo sistema: Chacho Alvarez una vez dejó su celular en un auto y tardó varios días en recuperarlo; Federico Storani suele olvidarse el aparato en su escritorio y casi nunca se acuerda de cargar la batería. Ante un llamado importante, sus asesores tienen que rastrearlo a través de su chofer, sus custodios y hasta su esposa.
El punto en contra del sistema es que inevitablemente multiplica los teléfonos de los funcionarios. Un ejemplo: para comunicarse con Alberto Flamarique hay cinco vías posibles: el celular común, el satelital, el teléfono de su casa, el de su oficina en el ministerio y un quinto aparato. Se trata de un teléfono fijo, ubicado en su despacho, que se usa muy poco y sirve para comunicarse sólo con Presidencia. Lo tienen todos los ministros y se lo conoce como el �teléfono rojo�, aunque en el caso de Flamarique es de color negro.
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