Por Luciano Monteagudo
Primero
se perdieron en el correo unas 3500 boletas dirigidas a los votantes, lo
que obligó a prolongar in extremis el plazo del sufragio. Después se
robaron medio centenar de estatuillas, que más tarde aparecieron tiradas
en un basurero (salvo dos, que siguen desaparecidas). El viernes una
encuesta a boca de urna publicada por The Wall Street Journal arruinó el
suspenso. Y esta noche, para coronar los desastres que vienen asolando a
la 72ª edición de los premios Oscar, en el Shrine Auditorium de Los
Angeles volverá a subir al escenario Roberto Begnini.
Si hay algo que no se le puede cuestionar a la Academia de Artes y
Ciencias Cinematográficas de Hollywood es la lealtad a su gente. El año
pasado Begnini no sólo se hizo dueño absoluto del show sino que además
entró en el selecto círculo de académicos hollywoodenses pisando
cabezas, literalmente. Esa pujanza suele ser muy valorada por sus ahora
pares, que además encontraron en el director y protagonista de La vida es
bella el clown que le estaba faltando a la ceremonia. No deja de ser
curioso que el ritual mediático más extendido y perdurable del planeta
�la segunda entrega, en 1930, ya se transmitió en vivo por una emisora
de radio de Los Angeles y desde entonces la audiencia del Oscar no ha
cesado de crecer� sea cada vez más aburrido. Y el histrionismo
histérico de Begnini vino a sacudir un poco ese repetido letargo, con sus
manifestaciones fuera de libreto, que causaron una comprensible sorpresa
en una ceremonia en la que hasta el último chiste suele estar redactado
con semanas de anticipación.
Hablando de chistes y libretos, un columnista del periódico Variety �la
clásica �Biblia� del espectáculo norteamericano� se preguntaba
cómo iba a ingresar esta noche al escenario Billy Cristal, el maestro de
ceremonias. ¿Disfrazado de John Malkovich, en alusión al celebrado film
de Spike Jonze? ¿Atado a una silla eléctrica, como los condenados de
Milagros inesperados? ¿O a través de la platea, saltando y vociferando
en italiano?
Lo cierto es que, además de Begnini, esta noche �la ceremonia se
transmite por Azul, a partir de las 22� habrá muchos otros rostros
nuevos bajo las luces del Shrine Auditorium. Sí, ya se sabe: la veterana
Jane Fonda está orgullosa de su regreso a la comunidad artística, de la
que la habían alejado tanto Ted Turner como los ejercicios físicos. Y
también presentarán premios y menciones honoríficas �entre otras a
Warren Beatty y al director polaco Andrej Wajda�, figuras reconocidas
como Steven Spielberg y Clint Eastwood. Pero la mayoría de los
presentadores de hoy lo serán por primera o a lo sumo por segunda vez,
como Ekrykah Badu, Charlize Theron y Tobey Maguire (tres revelaciones de
Las reglas de la vida), Jude Law y Gwyneth Paltrow (El talentoso señor
Ripley), Heather Graham (Austin Powers), Ethan Hawke (Mientras cae nieve
sobre los cedros), Haley Joel Osment (el chico de Sexto sentido, que a su
vez está nominado como mejor actor secundario), Cameron Diaz (¿Quieres
ser John Malkovich?) y hasta Brad Pitt, que viene a ocupar el lugar que
rechazó, en un desplante que consolida su cetro de divo, el nuevo
wunderkind de Hollywood, Leo DiCaprio.
Sangre nueva. Ese será el mensaje de la ceremonia de este año de la
Academia, que ya no se conforma con la audiencia cautiva de siempre, de
una edad más bien avanzada, sino que quiere incorporar al viejo ritual
también a las nuevas generaciones de espectadores, a través de las caras
más frescas del cine y la televisión norteamericanos. En la misma
línea, esa señal se extiende también a las distintas minorías que
forman parte del planeta Hollywood. Para evitar las habituales (y
fundadas) acusaciones de discriminación, allí estarán también como
presentadores los afroamericanos Samuel L. Jackson y Angela Basset, la
mexicana Salma Hayek y el chino Chow Yun Fat, el recordado killer de John
Woo, que ahora en Ana y el rey ascendió hacia la realeza de la Academia.
Sangre nueva es también la que corre por los negocios de Hollywood. Una
vez más, como el año pasado, la gran pelea de fondo es entre dos
compañías productoras que tienen apenas unos pocos años de vida,
Dreamworks y Miramax, que desplazaron a estudios tan tradicionales y
constitutivos de la industria como Warner, Fox o Disney, por caso. Si el
año pasado, Shakespeare apasionado, con su autocelebración del mundo del
espectáculo, aventajó en el último tramo al patriotismo de Rescatando
al soldado Ryan, imponiendo a Miramax sobre Dreamworks, esta vez todo
indica �empezando por la controvertida encuesta del Wall Street Journal�
que el resultado será el inverso. La compañía de los sueños de Steven
Spielberg lleva todas las de ganar en las apuestas previas de Las Vegas,
que dan como favorita absoluta a Belleza americana, muy por encima de Las
reglas de la vida, impulsada por la empresa de los hermanos Bob y Harvey
Weinstein.
Este año no hubo acusaciones cruzadas entre unos y otros, como la
temporada anterior y, si se gastaron sumas millonarias en publicidad para
respaldar cada uno de sus respectivos productos �como lo indican los
spots televisivos y los anuncios a toda página en los principales diarios
estadounidenses�, esta vez todo se hizo de forma bastante más discreta,
sin que trascendieran cifras concretas. Lo cierto es que aunque en
candidaturas la lucha parece pareja �Belleza americana tiene ocho,
contra siete de Las reglas de la vida�, esta vez la balanza se inclina
claramente hacia el film protegido por el estudio de Spielberg.
Más allá de las virtudes y los vicios de cada una, no deja de ser
tentador contrastar a ambas películas, particularmente a partir de lo que
tienen para decirles a sus espectadores. Concebida como una sátira al
american way of life, la película dirigida por el debutante Sam Mendes y
protagonizada por Kevin Spacey y Annette Bening parece tomar elementos de
films independientes que ya habían recorrido antes el mismo camino
-Terciopelo azul, de David Lynch o Felicidad de Todd Solondz, que echaban,
cada una a su manera, una mirada cáustica sobre la cotidianeidad
suburbana en Estados Unidos� y con ellos hace un film accesible al gran
público. Tanto que hacia el final American Beauty decide redimir a varios
de los personajes que venía cuestionando (con una cierta obviedad, hay
que decirlo) y dispensa una suerte de complaciente piedad general,
particularmente hacia las figuras masculinas, dejando sólo en el
banquillo de los acusados a la caricatura de mujer que compone Mrs.
Bening.
Es extraño comprobar cómo Las reglas de la vida sigue el camino
exactamente opuesto. Todo el largo, circunspecto comienzo del film
dirigido por Lasse Hallström y escrito por John Irving, a partir de su
propia novela, responde al canon más tradicional de lo que Hollywood
entiende por una adaptación de un clásico de la literatura, con una
fotografía preciosista y música abundante y empalagosa en la banda de
sonido. Pero, sin embargo, The Cider House Rules va planteando poco a poco
un tema tan conflictivo como el del aborto, que se convierte en el nudo
moral del film. Un film que termina fijando una posición que debe haber
inquietado a muchos de los 5400 miembros de la Academia con derecho a
voto. Al fin y al cabo, después de su viaje de iniciación, el joven
protagonista (interpretado por Tobey Maguire) decide con orgullo seguir el
camino de su mentor (Michael Caine, un favorito como actor secundario) y
volver al orfanato donde, para salvar vidas, tendrá que practicar más de
un aborto, aunque ni siquiera haya podido estudiar formalmente medicina.
A su vez, si se tiene en cuenta lo difícil que resulta encender un
cigarrillo en cualquier lugar público de Los Angeles, El informante, con
su feroz invectiva contra las compañías tabacaleras, debería tener
buenas perspectivas entre los académicos de Hollywood, pero a pesar de
sus siete candidaturas y de la rotunda solidez general de la película de
Michael Mann, las noticias que llegan desde Los Angeles indican que sus
chancesson casi tan escasas como las de Sexto sentido y Milagros
inesperados, con seis y cuatro nominaciones respectivamente.
De los cinco candidatos a mejor director, cuatro son los realizadores de
los films nominados como mejor película, salvo Spike Jonze, que logró
entrar legítimamente en el rubro con ¿Quieres ser John Malkovich?, cuya
mayor esperanza sin embargo es llevarse el Oscar al mejor guión original,
escrito por Charlie Kaufman. No resulta difícil reconocer la evidente
originalidad de Being John Malkovich. Lo que parece un poco más
complicado es pensar qué pasará con el film de Jonze de aquí a unos
años, o a unos días nomás. ¿Esa originalidad seguirá llamando la
atención como lo hace hoy? Más aún, ¿esa innegable capacidad de
sorpresa que tiene la película no corre el riesgo de agotarse en una
segunda visión? La primera seducción que ejerce Being John Malkovich
tiene que ver con el desconcierto, con el torrente de ideas que la
película va arrojando, una tras otra, sin sentir la necesidad de
desarrollarlas, o de ordenarlas siquiera. En ese sentido, el guión de
Kaufman (más aún que la puesta en escena de Jonze) es de una libertad
envidiable, como si lo hubiera puesto en marcha exhumando el viejo sistema
de escritura automática de los surrealistas, capaz de abrir,
precisamente, un portal hacia el inconsciente, hacia lo desconocido. La
película se declara gobernada por sus propias leyes y no parece dispuesta
a detenerse, o menos aún, a dejar que la razón se interponga en el
camino. Lo que en todo caso cabe preguntarse es por la calidad de esas
ideas que el film va disparando, sobre temas tan enjundiosos como la
identidad, el deseo, la sexualidad y la fama.
Si de novedades se trata, no se puede decir que lo sea el Oscar cantado a
Todo sobre mi madre como mejor film extranjero, considerando el consenso
unánime de crítica y público que cosechó en Estados Unidos. Tampoco
parece difícil pronosticar el triunfo de Buena Vista Social Club como
mejor documental, por las mismas razones. La verdadera competencia, en
todo caso, será otra y tendrá poco que ver con el cine: la lucha de
Begnini y Crystal por ganarse, a cualquier costo, las risas de la élite
de Hollywood.
Curiosidades históricas
Los
films más ganadores: Ben Hur (1960) y Titanic (1997), con once
premios.
Los que
ganaron los cinco Oscar principales (película, actor, actriz,
director y guión): Lo que sucedió aquella noche (1934), Atrapado sin
salida (1975) y El silencio de los inocentes (1991).
La actriz
más ganadora: Katherine Hepburn, con cuatro (Morning glory, 1932/33;
Adivina quién viene a cenar, 1967; El león en invierno, 1968; En la
laguna dorada, 1981).
Perdedor:
Martin Scorsese, nominado cuatro veces como director y dos por
película: El toro salvaje perdió contra Gente como uno en 1981, y
Taxi driver perdió contra Rocky en 1976.
Perdedor
II: Orson Welles. El ciudadano perdió con Qué verde era mi valle en
1941.
Perdedor
III: Alfred Hitchcock, nominado cinco veces, sin éxito, por Rebecca
(1941), Ocho a la deriva (1944), Cuéntame tu vida (1946), La ventana
indiscreta (1955) y Psicosis (1961).
El ganador
más viejo: George Burns (80), actor de reparto por The Sunshine Boys
en 1976.
El
nominado más viejo: Gloria Stuart (87), actriz de reparto por
Titanic, en 1997.
El ganador
más joven: Tatum O�Neal (10), actriz de reparto por Luna de papel
en 1974.
El
nominado más joven: Justin Henry (8), actor de reparto por Kramer vs.
Kramer, 1980.
Los que
más veces condujeron la entrega: Bob Hope (16 veces), Billy Crystal
(7), Johnny Carson (5), Jack Lemmon (4), Whoppi Goldberg y Jerry Lewis
(3). |
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