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Por Martín Granovsky Declaró ante el juez Adolfo Bagnasco en la causa que busca probar la existencia de un plan sistemático para el robo de chicos, y aportó elementos que ayudarán a confirmar la existencia de una férrea cadena de mandos. En un largo diálogo con Página/12 el teniente general retirado Martín Balza defendió a su sucesor Ricardo Brinzoni, no quiso opinar sobre la política castrense del Gobierno, afirmó que no hubo mala fe en las listas de ascensos y relató su propio papel en el Comando de Institutos Militares de Campo de Mayo en plena dictadura. �¿Por qué se presentó a declarar? �Fue continuación de una testimonial anterior en la que el abogado de Nicolaides había presentado un pliego de 47 preguntas. Yo había contestado sólo 15 y tenía que seguir respondiendo. Es lógico: él defiende a su cliente y busca descalificarme a mí como testigo. Durante la declaración, el juez preguntó por mis destinos. Yo estuve en el �69 y en el �70 en Campo de Mayo. Después, en el �78, fui jefe del Departamento de Enseñanza dentro del Colegio Militar, y en el �88 y 89 volví a Campo de Mayo como comandante de Institutos Militares. �¿Qué le preguntaron sobre Campo de Mayo? �El movimiento de la guarnición, que yo conocía, y bien. Y los mandos en cada momento. Conté que en el �78 (Santiago Omar) Riveros era el comandante y (Antonio Domingo) Bussi el segundo. Por eso salió que los acusé. �¿No fue así? �Simplemente dije quién mandaba. �Usted comentó que lo impresionaron los testimonios sobre el Hospital de Campo de Mayo. ¿Por qué? �Leí varios testimonios en ese momento y después el doctor Bagnasco preguntó si podía hacer alguna apreciación. Por supuesto le dije que sí, aunque no tenía ningún elemento probatorio más que el exhibido. Pero con ese conocimiento recién adquirido, más la experiencia de 48 años de servicios, pude decirle al juez que sin duda el hospital tenía normas. �¿Qué normas? �Estrictas, y más estrictas aún en aquella época. Los vehículos eran anotados cuando entraban y salían. El personal ingresaba por un solo lugar. Cada movimiento se asentaba en un libro de guardia, que es un instrumento público. Y después estaban las incógnitas de difícil explicación. �¿Sobre los embarazos? �Sí. ¿Por qué atendían a las parturientas en epidemiología? ¿Por qué los chicos no eran anotados como correspondía o directamente no eran anotados? Mire, dos de mis hijos nacieron en el Hospital Militar, y por supuesto fueron anotados. Esas eran las normas. Y si esas normas no se cumplían, jamás podía tratarse de un hecho aislado como la atención de un accidentado que, por la urgencia propia de la herida, obliga a no cumplir con ciertas formalidades. �¿Qué otra conclusión le señaló a Bagnasco? �Que tampoco el personal podía burlar individualmente el sistema de seguridad. Eso no podían hacerlo un sargento, un teniente, un capitán o un civil. Entonces, si no se cumplía con las normas de seguridad era porque alguien con nivel decisorio importante lo ordenaba. �O sea que acusó. �No. Sólo relaté que el Comando de Institutos Militares, máxima autoridad del área, está a 500 metros del hospital. �¿Le dijo a Bagnasco que conocía la existencia de un campo de concentración en Campo de Mayo? �Yo no dije que hubo un centro clandestino, pero sí expresé que en aquel entonces había lo que se llamaba lugar de reunión de detenidos. Decían en ese momento que tenían allí a los subversivos y luego los llevaban a la Justicia. �¿Usted, cuando cumplía funciones en el Departamento de Enseñanza, realmente creía que los secuestrados eran llevados a la Justicia y no asesinados? �Es difícil decirlo ahora. No puedo librarme del conocimiento que acumulé después. Pero yo en esa época estaba absorbido por mi función. Y la escuela no intervenía en nada relacionado. �Le preguntaba si realmente creían que la Justicia era el destino de los apresados. �Eso no era ni siquiera tema de conversación. Cada uno estaba en lo suyo y ni se tomaba conocimiento. Nadie dentro de la guarnición, que debía tener entonces unos 10 mil hombres, había pensado en nacimientos clandestinos de chicos. Y en cuanto a los detenidos, no había una apreciación como la que se hizo después. Recuerde que había una feudalización del accionar. �Pero si usted mismo le dijo a Bagnasco que la cadena de mandos estaba clarísima y que ninguna alteración de las normas podía concretarse sin una orden... �Ah, bueno, es que adentro de cada comando de zona, y el de Institutos Militares era uno de ellos, había control férreo. �¿Usted no cree en un plan sistemático para el robo de bebés? �Es justo lo que quiere saber la Justicia, ¿no? �¿Cree o no cree? �Necesitaría más pruebas. Pero la repetición, la cantidad de casos, la vulneración de medidas de seguridad, el no registro de los chicos, el hecho de elegir un hospital y no otro... No dudo de que todo eso obedeció a una orden. No fueron uno, dos o tres casos. �¿Dónde estaba cuando fue el golpe del 24 de marzo de 1976? �Desde fines de diciembre del �75 me ausenté del país. Estudiaba en Perú. Quizás en esos tres meses viví cosas que sólo recibía a través de La Nación, cuando llegaba a Perú. Era mayor y leía sobre algo que se estaba gestando con consentimiento de la ciudadanía. Pero mis principales preocupaciones de entonces las tenía como estudiante de la Escuela Superior de Guerra en Lima y como padre de tres hijos chicos. Recuerdo que estaba en clase cuando me citaron a la embajada. Sentí vergüenza, y no me veo como un tonto por recordarlo. En Perú no había gobierno constitucional. Acá, en cambio, había. Con el golpe me dije: �Dejo de pertenecer a un país donde tienen vigencia las instituciones democráticas�. Además, faltaba poco para las elecciones y en cuanto a la guerrilla, había sufrido una durísima derrota cuando intentó copar el regimiento de Monte Chingolo en 1975. Mi conclusión es que el gobierno democrático podía haber continuado. Un decreto constitucional de febrero, firmado por Isabel Perón, ordenaba a las Fuerzas Armadas que garantizasen el aniquilamiento del accionar de la subversión en Tucumán. Otro decreto de octubre, cuando Italo Luder era presidente interino, extendió la participación militar a todo el país. Ahí cumplimos órdenes. �Después no. �No. Nuestro accionar se quedó sin cobertura jurídica el 24 de marzo. Y por otra parte, aniquilar no tenía por qué ser entendido como reducir a la nada o hacer desaparecer a las personas. Era, sólo, quebrar la capacidad de lucha del enemigo. Aniquilamiento perfecto fue Stalingrado. Aniquilamiento realizaron los británicos en Malvinas. Pero acá... No seamos mentirosos, por favor. Después del 24 de marzo no cumplimos ninguna orden. No juzgamos. Ni siquiera fusilamos. �Mirando el golpe a la distancia, ¿quién fue el motor, en su opinión? ¿Qué sectores económicos? �Lo impulsó un grupo reducido de militares estimulados por un sector de distintas áreas del quehacer nacional, que se retroalimentaron. Y fue triste, como fue triste cuando derrocaron a Arturo Frondizi. Me acuerdo lo que decían: que Frondizi era judío y comunista y que por eso lo sacaban. �¿Qué idea tenía como mayor sobre el futuro de la dictadura? �En el �76 sinceramente no me imaginaba cómo íbamos a salir. Después fui viendo claro que a la agresión terrorista �inaceptable, condenable� se le respondió sin respetar los derechos humanos. A cualquier precio. Imponiendo un terrorismo de Estado. Y así nos fue. Por eso me duele este Ejército, el Ejército actual. Porque no fue aquel Ejército. Me duele que la gente que trabaja con convicciones democráticas, como el general Ricardo Brinzoni, que es más joven que yo, deba sufrir por otros que tomaron el acto de perdón como un premio a la impunidad. �¿Se refiere a los indultados? �Efectivamente. �Pero ésa es una parte del problema. Otra parte es que usted propuso el año pasado el ascenso de tenientes coroneles que habían sido beneficiados por la Obediencia Debida. Y después Brinzoni insistió con algunos de ellos. �En las constancias que obraron en poder de la Junta de Calificaciones del Ejército, en los legajos de los causantes, no existían constancias de lo que apareció después en el Congreso. Tampoco las cámaras federales que fueron consultadas entregaron ninguna información especial como la que usted dice. Vea, no se mandó a conciencia el legajo de alguien que se consideraba represor. Es el juego de las instituciones si después la Comisión de Acuerdos deja de aprobar un pliego. �Uno de los ascensos propuestos fue el de Roberto Martínez Segón, con antecedentes represivos en el Chaco cuando su suegro el general Facundo Serrano era gobernador y Brinzoni su secretario. �Brinzoni no conocía a Roberto Martínez Segón. �Pero conocían la represión en el Chaco. �¿Sabe quién conoce bien cómo se reprimió en esa zona? Cristino Nicolaides, que también fue indultado por destrucción de documentos. �General, ¿coincide con la política militar de De la Rúa y López Murphy? �No opino. Comparto cosas como continuar con las misiones de paz en el marco del mantenimiento de la paz, por ejemplo en Chipre y en Kuwait, algunas acciones de reestructuraciones que se continúan... �¿Comparte la decisión de Brinzoni de disolver el Batallón 601 de Inteligencia? �Sí, y además estaba conversado de antes. �Cuando usted era jefe de Estado Mayor, ¿acostumbraba visitar el Senado para discutir ascensos? �Una sola vez, por iniciativa del ministro de Defensa, no mía, me llamaron para brindar una aclaración. Pero quiero ser prudente: Brinzoni es un inobjetable jefe de Estado Mayor y no sé en qué circunstancias fue él al Senado. Es un hombre reconocido en la fuerza y en las distintas fuerzas políticas, un gran conocimiento del Ejército. Este es su tiempo. El tiempo mío pasó. Ojalá él pueda tener un general Brinzoni entre sus colaboradores, porque tiene mejores condiciones que yo para desempeñarse como jefe de Estado Mayor. �¿Ya está dispuesto a lanzarse a la política? �Estoy mucho en mi casa y quiero disponer de más tiempo para escribir. De política, nada. Hay muy buenos políticos y tengo amigos en todos los partidos. Y sigo mis convicciones. �¿Que son...? �Intimas.
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