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Por Sergio Kiernan Cuando se trata de trabajar, el paraíso está en el desconocido estado de Wisconsin. Más precisamente, en la pequeña ciudad de Madison, que tiene �junto a la también pequeña Columbia, en Missouri� la tasa de desempleo más baja de EE.UU.: apenas 1,2 por ciento. En estos dos mínimos universos laborales, las empresas luchan para solucionar el problema de la falta de empleados ofreciendo condiciones y salarios cada vez mejores. En el octavo año de un boom económico raramente visto en la historia, los norteamericanos están viendo cómo la realidad del trabajo está cambiando profundamente y generando situaciones inéditas en la propiedad de las empresas, en la relación patrón-empleador y en el status de los profesionales independientes. Los resultados son de dar envidia. Un ejemplo de cómo los empleados tienen la ventaja es la empresa de software Berbee Information Networks Corporation, que trata de atraer mano de obra a Madison casi con desesperación. Según el New York Times, que dedicó una edición especial de su revista al fenómeno, la compañía se puso francamente creativa a la hora de ofrecer: a los excelentes salarios, reforzados con bonos semestrales y acciones de la empresa, se les suman privilegios como teléfonos celulares con la cuenta paga, agendas Palm Pilot, gaseosas y galletitas gratis, fotocopiadoras para uso personal y hasta un mecánico que viene una vez por semana, cambia el aceite de los autos, rota los neumáticos y le pasa la cuenta a la empresa. Si el nuevo empleado tiene que mudarse a Madison, recibe un regalo de mil dólares para pagar la primera cuota de la hipoteca. Si el empleado no tiene tiempo de ir a la tintorería, cuatro veces por semana el cadete lleva y trae la ropa. Y si a uno no le gusta ir a trabajar todos los días, la empresa le instala una línea de módem de alta velocidad en el dormitorio, para poder trabajar en la computadora sin tener que sacarse el pijama. Con tantas ventajas, y un viaje anual a Disneylandia para los chicos, la Berbee Corporation logró una milagrosa tasa de retención de empleados del 94 por ciento. Pero ni esta generosidad logró reclutar toda la fuerza de trabajo necesaria: la empresa tiene 110 vacantes y ni idea de cómo cubrirlas. No es la única. Los avisos del diario local ya se miden por kilo, el salario mínimo real es de 8 o 9 dólares la hora �frente al ignorado mínimo oficial de 5,50� y hasta los empleados que dan vueltas las hamburguesas en el McDonald�s local están recibiendo un servicio médico privado. Una empresa llegó a ofrecer un servicio de mucamas gratis a sus empleados �empleados, no gerentes� mientras que otra, un resort veraniego, se rindió y cada temporada trae charters enteros de trabajadores temporarios de Nueva Zelandia, Rusia, Zimbabwe y Lituania. Con altibajos y variantes por sector, lo que ocurre en Madison se repite en todo EE.UU. y genera fenómenos nuevos. De las 131 millones de personas que trabajan en todo el país, menos de dos millones no encuentran empleo y 12 millones se salieron del juego y trabajan por su cuenta. Ya no son �asesores� o �freelance�: la nueva etiqueta es �agentes libres�, aquellos que formaron su propia empresa o venden sus servicios e ideas facturando en lugar de cobrar un sueldo. Mientras que el número de agentes libres crece diariamente, se multiplica el de accionistas. En 1974, apenas 200.000 norteamericanos tenían acciones de las empresas para las que trabajaban y la mayoría de ellos eran gerentes. Para 1999, el número había crecido a 10 millones de accionistas/empleados. Las empresas descubrieron que un empleado que es dueño de un pedacito de su compañía no sólo trabaja con más ganas, sino que duda más a la hora de irse a otro empleo. El truco funciona mejor en los sectores industriales que en los servicios. Pero profesiones como la financiera recuerdan apenas vagamente los tiempos en que se hacía �carrera� dentro de una misma empresa. En un mercado donde no alcanzan los trabajadores, los empleados se portan como inversores: a la menor señal de problemas, buscan otra empresa paramudarse y, en general, manejan sus vidas laborales como si fueran capital, buscando el máximo rendimiento. Según las estadísticas oficiales, el típico norteamericano de 32 años ya trabajó para 9 compañías distintas. Las empresas de alta tecnología son las más móviles: en Silicon Valley, el corazón del diseño de programas, un 25 por ciento de los empleados cambia de trabajo cada año. Los únicos que parecen haber perdido el tren son los profesionales liberales que llegaron a la cúspide de entrenamiento y capacitación. La movilidad les resulta más difícil y sus ámbitos tradicionales de trabajo �hospitales, consultorios, universidades� no son ni remotamente tan lucrativos como hace diez años. Excepto por los abogados, que tuvieron una década excepcional gracias a la obsesión norteamericana por los pleitos, los profesionales están cada vez más tentados por el cambio de carrera. A nadie le asombra ya ver médicos, ingenieros y psicoanalistas comprando y vendiendo acciones en Wall Street. Uno de los resultados de este panorama es que el ingreso promedio norteamericano está comenzando a subir después de varios años de estancamiento. En 1999, fue de 33.000 dólares, algo menos de 2700 dólares por mes (en EE.UU. no hay aguinaldo) y cinco veces más de lo que recibe la mayoría de los argentinos. La tendencia a subir despierta temores a un recalentamiento inflacionario, favorece el consumo y crea problemas para conseguir vivienda, ya que los precios inmobiliarios se aceleran muy por encima de los sueldos. Pero nadie parece quejarse: el optimismo con la economía bate todos los records, como corresponde a quienes se sienten en el paraíso.
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