OPINION
Demasiada historieta para la historia Por Martín Granovsky |
Aldo
Rico dejará el Ministerio de Seguridad por dos razones bien
sencillas:
Ningún
político puede patotear en este momento al Presidente si equivoca el
dato clave de su ataque. No una opinión. Un dato.
Un ministro de
Seguridad no puede equivocarse justo en la identificación de una
persona. Es la parte elemental de su trabajo. Un camarógrafo que toma
fuera de foco perderá su empleo, y un jugador que no le pegue a la
pelota o un yettie que ignora la ubicación de la tecla �enter�.
Por esos dos motivos Carlos Ruckauf no puede aguantarlo más. Rico ya
le sirvió como un refuerzo de su presunta imagen dura frente al
delito. Si lo mantiene, no tendrá nada para ganar y en cambio
quedará asociado a un Rico devaluado, ineficaz y peligroso:
¿cuántas identificaciones tan bestiales como la de Castillo-Beraldi
habrá convalidado Rico en la Bonaerense?
Felipe Solá, candidato a la gobernación en el 2003 si Ruckauf
compite con De la Rúa, puede respirar aliviado. Hablando y haciendo
salvajadas alrededor de la mano dura es posible ser candidato a
gobernador, pero equivocando una identificación no.
Otra vez más Rico se revela como un abonado al patetismo que suele
cumplir �espontáneamente� una función muy útil: marca hasta
dónde se puede degradar la democracia sin rifarse a sí misma.
En 1987 Raúl Alfonsín ya tenía decidido que exculparía a los
mandos medios de la represión en lugar de continuar con su
procesamiento. Pero no conseguía plasmar esa intención en un
instrumento legal concreto ni lograba impedir la citación de
oficiales en actividad por parte de la Justicia civil. El
levantamiento de Semana Santa, conducido por Rico, fue, entonces, el
catalizador del nuevo régimen de Obediencia Debida para los crímenes
de la dictadura cometidos por militares con el grado inferior a
coronel. El Gobierno de Alfonsín perdió credibilidad, lo cual se
sumó a la crisis económica en avance, y el reconocimiento oficial al
poder de Rico minó incluso la capacidad del Gobierno de acumular
poder político para afrontar el desastre inminente. Pero, aun
degradada, la democracia no se suicidó: en las elecciones de 1987 la
renovación peronista reemplazó al alfonsinismo como otra opción
democrática. En cuanto a Rico, salió de escena por un tiempo luego
de su segunda rebelión (Monte Caseros, 1988), en la que repartió
interesantes definiciones por los montes correntinos:
�La duda es la
jactancia de los intelectuales�.
�Vengo de
asturianos y gallegos, y ésa es mezcla de razas que no se rinde�.
Después, Rico terminaría armando su propio partido, el Modin, un
remedo bonaerense del Frente Nacional de Jean Marie Le Pen poblado de
ex oficiales de Inteligencia del Ejército y antiguos cuadros de la
ultraderecha peronista. Así pudo canalizar el voto-miedo de la clase
media baja con pánico de llegar al fondo del barranco, y obtuvo el 14
por ciento de los votos en el Gran Buenos Aires. Era una cifra
suculenta como para que cualquiera se relamiese. Lo hizo el peronismo,
conducido por Eduardo Duhalde, y su alianza con el riquismo zanjó el
derecho del gobernador a la reelección, al facilitar la reforma
constitucional. Otra vez la degradación. Otra vez, también, el
límite: después del negocio, Rico desapareció como opción
política independiente, y ya ni siquiera por jugar repitió su
discurso nacionalista y fascistoide, tan anacrónico que hubiese sido
apropiado para el golpe de 1943.
La incorporación del �Ñato� al PJ garantizó una comuna al
peronismo -San Miguel� y le aportó un perfil distinto. El de un
tipo hosco, directo, sin vueltas, con aires de boxeador retirado y, en
teoría, capaz de pelearse con cualquiera, incluso con los
delincuentes. Ruckauf compró esa imagen para que la mano dura fuese
inequívoca, como antes Menem había comprado dosis letales de María
Julia y Alvaro Alsogaray para que se entendiera fácilmente su
identidad con el establishment.
Es probable que el gobernador no haya cambiado de idea. Que siga
creyendo en el valor mágico del discurso de mano dura para recolectar
votos. El problema de Rico es que estaba tomando vuelo propio y, como
caricatura, ya pasaba límites que podían perjudicar a Ruckauf. La
historia necesita de la historieta, es verdad. Pero no tanto. |
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