Por Luis Matías López
Desde Moscú
Llegó
la hora de la verdad. Tras una noche de infarto, y convertido ya en
presidente electo, Vladimir Putin ha dicho que no cabe esperar milagros.
Pero su país necesita algo parecido para salir del abismo. Su victoria
del domingo por mayoría absoluta le deja un amplio margen de maniobra.
Como Boris Yeltsin al tomar las riendas mientras la URSS saltaba en
pedazos, este antiguo espía del KGB tiene ante sí una tarea titánica.
Si su predecesor debía hacer tabla rasa del comunismo y sentar las bases
de la democracia y la economía de mercado, Putin debe traer la
prosperidad a su pueblo y devolverle la dignidad perdida, sin que haya
vuelta atrás ni involución autoritaria.
Al lograr el 52,6 por ciento de los votos emitidos, Putin, de 47 años,
evitó una segunda ronda electoral y propinó un severo castigo a su
principal rival, Guennadi Ziuganov, que obtuvo el 29,3 por ciento, un
resultado digno que evita mayores problemas al líder comunista para
mantener el liderazgo del que sigue siendo el principal partido de Rusia.
Tras ellos, se sitúa el liberal Grigori Yavlinski (5,8 por ciento), cuyo
mensaje modernizador y occidentalista parece adelantar años a la realidad
social de Rusia. El ultranacionalista Vladimir Zhirinovski (2,7 por
ciento) ni siquiera pudo obtener el cuarto puesto que le atribuían todas
las encuestas, ya que fue superado por Aman Tuleyev, gobernador de la
región minera de Kemerovo (3 por ciento). La participación fue del 68,9
por ciento del padrón.
El lunes, mientras el jefe de la diplomacia Igor Ivanov prometía cambios
en la política exterior, Putin daba la primera muestra de que no dejará
que el mundo se olvide de que Rusia merece un respeto, aunque sólo sea
por su impresionante arsenal atómico. Hasta tres misiles nucleares de
largo alcance fueron lanzados desde otros tantos submarinos Delta-4. Toda
una demostración de fuerza dirigida, tal vez, a hacer ver a Estados
Unidos que no aceptará por las buenas la revisión del tratado ABM sobre
misiles balísticos, que Moscú considera la base del proceso de desarme.
El presidente electo tiene suerte. En sus tratos con Occidente, ya no se
verá forzado, como Yeltsin durante años, a mendigar ante el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, el Grupo de los Ocho o
los principales socios de éste: EE.UU., Alemania y Japón. Hace meses que
apenas se habla de la necesidad de que el FMI desbloquee un tramo de 588,2
millones de dólares de un crédito de 4100 millones de dólares del que,
durante mucho tiempo, parecía depender el ser o no ser de Rusia. El
milagro de una recuperación todavía precaria vino de la mano del aumento
del precio internacional del petróleo, principal fuente de divisas de
Rusia.
A corto plazo, Putin podrá permitirse alegrías como pagar atrasos
salariales y aumentar pensiones y sueldos de los empleados del sector
público. Con la producción industrial recuperándose gracias al rublo
barato y la mejora de su competitividad exterior, el desmantelamiento del
complejo militar-industrial se ha detenido y comienza a cambiar de
sentido. Putin intenta combinar la continuidad del proceso de reformas
económicas de carácter liberal con el aumento del papel regulador del
Estado. Eso supondría una mano fuerte, que controlase unos revitalizados
servicios secretos y unas Fuerzas Armadas envalentonadas por la guerra de
Chechenia �aunque ésta no vaya tan bien como se pretende hacer creer�.
Para terminar, necesita meter en cintura a los oligarcas que se
enriquecieron a la sombra del poder. En estos tiempos, los rusos están
más preocupados de llenar todos los días el puchero que de tener una
prensa libre.
Si como candidato no quiso o no pudo presentar un programa de gobierno,
como presidente Putin debería sentirse obligado a hacerlo. Sin embargo,
ensu primera comparecencia ante los periodistas se limitó a asegurar que
estaba muy contento de no haber hecho durante la campaña promesas que no
podría cumplir y advirtió que �no cabe esperar milagros� teniendo en
cuenta la grave crisis económica y social que sufre el país. Ayer se
reunió con sus viceprimeros ministros y con responsables de los servicios
de seguridad y pidió ideas para una reestructuración del Gobierno que,
previsiblemente, no se producirá hasta la toma de posesión. El 9 de mayo
Putin presidirá ya en la Plaza Roja el desfile conmemorativo de la
victoria contra los nazis, como comandante supremo de unas Fuerzas Armadas
que han forjado en Chechenia su ascenso.
EL DIA DESPUES DESDE
CHECHENIA
Votar entre las ruinas
�El
mismo hecho de que la mayoría de los chechenos haya votado en las
elecciones presidenciales muestra que reconocen que ellos y su república
son parte de la Federación Rusa�, declaró ayer el presidente electo,
Vladimir Putin, comentando la alta participación que oficialmente hubo en
Chechenia. La declaración es doblemente ingenua: el nuevo líder ruso
asume, primero, que es verdad que la mayoría de los chechenos votó el
domingo, y segundo, que ellos se sienten parte de Rusia.
El 65 por ciento de los chechenos votó a lo largo de la república,
según datos oficiales, y en algunas localidades la participación fue
mucho mayor, como, por ejemplo, en la destruida Grozny. Pero esto es algo
difícil de creer. Es verdad que los rusos hicieron todo lo posible para
incentivar a la gente: junto a un colegio electoral de Grozny se repartía
comida; junto a otro, agua. Aun así, la prensa extranjera que visitó los
colegios constató que estaban prácticamente vacíos. También es dudoso
que la mayoría de los chechenos se sienta parte de Rusia. Si incluso en
el norte de Chechenia, que prácticamente no sufrió la guerra, muchos
jóvenes declaran su odio a Rusia �a la que ven como la destructora de
sus ciudades y aldeas y como la exterminadora de su pueblo�, qué decir
de las otras zonas, donde los militares no han dejado piedra sobre piedra,
y han reducido a escombros los pueblos y aldeas. Lo que no deja lugar a
dudas es la votación de los militares en Chechenia: 98 por ciento de
participación. E indudablemente la inmensa mayoría lo hizo a favor de
Putin.
EL LIDER MAS JOVEN
AL FRENTE DEL KREMLIN DESDE STALIN
Superagente Putin, la respuesta soviética a OO7
Por Ian Traynor
Desde Moscú
El hombre de 47
años que será el líder más joven de Rusia desde Stalin es un
orgulloso producto de la KGB. Para la mentalidad occidental, una
organización que es sinónimo del terror y la represión de la era
soviética. Pero para la mayoría de los rusos esto es algo a favor y
no en contra. Vladimir Putin alimenta, sin ninguna vergüenza, el
atractivo implícito de la imagen de un agente de la KGB como el
héroe glamoroso. Todo un símbolo del Estado soviético: Vladimir
Putin como la respuesta rusa a James Bond.
La promesa más importante de Putin es detener la corrupción en Rusia
y restaurar la grandeza del Estado ruso. La élite del país cree que
puede lograr esa grandeza. Por lo menos, parece determinado a llenarse
de grandeza él mismo, y por cierto, no nació con ella. Vladimir
Vladimirovich Putin nació al fin de la era stalinista, en una época
dura, en una ciudad que soportaba el peso del desprecio de Stalin.
Nació cinco meses antes de que muriera el gran dictador, el 7 de
octubre de 1952, en Leningrado. Su padre era un veterano de guerra,
miembro del Partido Comunista y capataz de una fábrica que hacía
trenes para subterráneos. Su madre cumplía una variedad de tareas
como personal de limpieza.
La
inclinación de Putin por las artes marciales sugieren un temperamento
más dirigido a los deportes y a la actividad física que a la
reflexión o a la aspiración artística, aunque festejó a su mujer
con idas al teatro en Leningrado. Es un buen esquiador. Ayudó a
construir la dacha de la familia en las afueras de San Petersburgo.
Embelesado por las películas soviéticas de su niñez y las historias
que romantizaban a los agentes de la KGB como héroes, el futuro
presidente quiso unirse a la KGB cuando todavía tenía 16 años y era
un niño de escuela, más o menos en la época en que los tanques del
Ejército Rojo aplastaban la Primavera de Praga en Checoslovaquia en
1968.
Cuando Yeltsin nombró a Putin primer ministro en agosto pasado,
asombró a todos los observadores al decir que Putin lo sucedería
como presidente. Putin, desconocido hace un año, y alguien que nunca
participó en una elección democrática en su vida, estará instalado
en el Kremlin por lo menos durante los próximos cuatro años,
posiblemente durante la próxima década. Roy Medvedev, el historiador
ruso de la era de terror de Stalin, considera que algo extraño
sucede. �La aparición de un líder nacional en cualquier país
generalmente resulta de una lucha política compleja y prolongada.
Salvo durante las revoluciones de 1789 y 1917, nunca hubo un
surgimiento tan rápido y públicamente apoyado de un líder político
como el que ocurre en Rusia hoy.�
Toda la evidencia sugiere que los rusos están ansiosos por un nuevo
hombre fuerte. Su llegada señala un cambio generacional: es la
mayoría de edad para los de cuarenta y tantos que forman su cerrado
equipo de abogados, tecnócratas, economistas y viejos asociados de la
KGB de San Petersburgo. La generación de la perestroika de Gorbachov
y Yeltsin conoció el �deshielo� de la era Kruschev; la de Putin,
por el contrario, creció en los densos años reaccionarios del
régimen de Breznev. Son ambiciosos, pero no han sido puestos a
prueba, brillantes pero no osados, pragmáticos para la dirección,
pero sin visión política. Y crueles en la búsqueda de poder, como
lo demostraron en la guerra de Chechenia, el único factor importante
en el meteórico surgimiento de Putin. |
LOS COMUNISTAS, REFORTALECIDOS
Gritan fraude, pero sonríen
Guennadi
Ziuganov, el líder del Partido Comunista de Rusia (PCR), anunció ayer que
protestará ante la Comisión Electoral Central por la �falsificación a
gran escala� cometida en los comicios del domingo, que le dieron el
segundo lugar con casi el 30 por ciento de los votos. A pesar de que
Ziuganov no logró su objetivo fundamental, que consistía en pasar a la
segunda ronda, sus resultados han sido buenos y por encima de lo
pronosticado. Los expertos opinaban que el techo del líder comunista era un
25 por ciento, pero ha logrado casi el 30 por ciento. Y ello a pesar de que
tenía todas las cartas en su contra. No sólo debía enfrentarse con el
presidente en funciones, cuya popularidad era altísima gracias a la guerra
de Chechenia, y el �movimiento patriótico�, que lidera el PCR, fue
dividido.
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