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Por Luciano Monteagudo �Muy bien, es tarde, así que no vamos a andar con vueltas�, dijo Clint Eastwood, con su habitual parquedad de cowboy imperdonable. A pesar de los esfuerzos de los productores de la 72ª edición de la ceremonia del Oscar de la Academia de Hollywood, que intentaron acotar la duración a límites más razonables, el show ya llevaba cuatro horas (eran las 2.30 de la mañana en Buenos Aires) y todavía faltaba anunciar la película ganadora, que no iba a ser otra que Belleza americana. Claro que a esa altura ya no cabían las sorpresas. Después de más de tres horas de fiesta, en las que casi no se había mencionado su título, American Beauty empezó a subir la cuesta hacia la cumbre en el último tramo de la noche. Primero fue el Oscar a la mejor fotografía, a cargo del veterano Conrad L. Hall, que 31 años atrás había ganado su primera estatuilla por Butch Cassidy. �Creo que todos formamos parte de una maravillosa familia disfuncional, llamada raza humana�, dijo Hall, abriendo el camino a Belleza americana y comparando a su director, Sam Mendes, con otro debutante famoso... Orson Welles, nada menos. Le siguió el guionista Alan Ball, que se llevó el Oscar al mejor libreto original, y que no dudó en hablar de Mendes �un régisseur inglés proveniente de los escenarios del West End de Londres y de las marquesinas de Broadway� como �un talento extraordinario�. A su turno, Kevin Spacey �que se impuso por puntos apenas a Denzel �Huracán� Washington-. prefirió dedicar su premio al mejor actor a su maestro, Jack Lemmon, y habló de la piedad y comprensión que le inspiraba su personaje, Lester Burnham, ya incorporado de hecho al imaginario del último cine norteamericano. Le siguió el propio Mendes, que reconoció estar �abrumado� y sorprendido de que a �un tipo del teatro inglés le hubieran dado la oportunidad de hacer una película sobre la vida suburbana en los Estados Unidos�, mientras recordó como inspiración la obra de Billy Wilder. �Si alcanzo una décima parte de lo que fue su carrera, voy a ser muy feliz�, afirmó refiriéndose al realizador de El ocaso de una vida, que comienza de la misma manera que American Beauty, con el relato en primera persona de un hombre muerto. Finalmente, cuando los productores Bruce Cohen y Dan Jinks subieron para quedarse con la quinta y esperada estatuilla a la mejor película (en Hollywood un film le pertenece antes al productor que al director), agradecieron ante todo a Steven Spielberg y a su sello DreamWorks, �por haber apoyado un proyecto sobre el sexo, la droga, la homofobia, la infidelidad y la disfuncionalidad familiar, cuando ningún otro estudio nos escuchaba�. Todos esos temas juntos parecen demasiado, pero si hay que reconocerle una habilidad a Belleza americana es la de haberlos planteado de manera tal que no espantaran al gran público. Un par de años atrás, Felicidad, del director independiente Todd Solondz, había dado una versión similar de la vida suburbana en los Estados Unidos, pero con un grado de virulencia que no es precisamente capaz de generar demasiados dividendos en boletería y mucho menos un rosario de estatuillas de la Academia de Hollywood. En este sentido, American Beauty, antes que señalar el comienzo de cierta madurez en Hollywood, como se viene diciendo cada vez que gana una película con un tema controvertido �ya sea Perdidos en la noche (1969) o Gente como uno (1980), por citar apenas un par de ejemplos distantes en el tiempo� viene a recordar de qué forma un film puede ganarse los favores de la Academia: apelando a la compasión de espectadores y votantes. Ese es un tema del que Spielberg sabe, y mucho. Su mano seguramente no fue ajena al primer auténtico éxito de su compañía DreamWorks, que este año �a diferencia de la temporada anterior, cuando Shakespeare apasionado se impuso a Rescatando al soldado Ryan� se dio el gusto de derrotar a su archienemigo Miramax, de los hermanos Bob y Harvey Weinstein. Esta vez Miramax llevó las de perder con Las reglas de la vida, que alcanzó a reunir dos de las siete estatuillas a las que aspiraba: al mejor actor de reparto (Michael Caine, que quiso compartir el premio con los demás candidatos en su rubro) y al mejor guión adaptado, que recibió John Irving, por la lograda versión de su propia novela sobre la que se basó el film. Como para desafiar al grupo autodenominado �Los sobrevivientes del Holocausto abortivo�, que acampó en las afueras del auditorio y cuyos miembros nacieron después de 1973, año en que se legalizó el aborto en los Estados Unidos, Irving destacó en su breve discurso su posición y dedicó el premio a �La liga por el derecho al aborto�. Si Las reglas de la vida también planteaba, como Belleza americana, un tema adulto y maduro, lo mismo puede decirse de El informante, que a pesar de tratar con solidez e inteligencia problemas candentes de la realidad norteamericana de hoy, como la influencia de las grandes compañías tabacaleras y la labilidad de la libertad de prensa, resultó la gran perdedora de la noche. El film de Michael Mann era candidato en siete categorías y no obtuvo ninguna, a diferencia de Matrix, el popular film de ciencia-ficción protagonizado por Keanu Reeves, que cosechó las cuatro a que aspiraba, todas de orden técnico: al mejor sonido, edición de sonido, montaje y efectos especiales, un rubro en el que se podía pensar que no había otro ganador que La guerra de las galaxias, episodio 1. �Considerando la dignidad de la ocasión, la condición delicada de la señora Bening y la edad avanzada del homenajeado, no habrá chistes sobre sexo�, se lamentó irónicamente Jack Nicholson cuando subió al escenario para entregar el premio Thalberg a Warren Beatty. En una época se decía que la única mujer en Hollywood con quien Beatty no se había acostado era Shirley MacLaine, y eso porque era su hermana. Pero el ex Casanova llegó acompañando a su esposa Annette Bening, en avanzado estado de embarazo, al punto que ella se excusó de oficiar como presentadora, temiendo tener que salir hacia la maternidad desde el Shrine Auditorium. Tampoco tuvo que subir al escenario para recibir el Oscar a la mejor actriz, que finalmente fue para Hillary Swank, por su composición en Los muchachos no lloran. Fue el único premio en el que Hollywood le hizo un guiño a la producción auténticamente independiente, considerando que ¿Quieres ser John Malkovich? pasó inadvertida por la ceremonia, al igual que Una historia sencilla, de David Lynch. En cuanto a Pedro Almodóvar, lo suyo tampoco fue una sorpresa. No sólo se daba por sentado que Todo sobre mi madre iba a ganar el Oscar al mejor film extranjero, sino también que iba a aportar la cuota de extravagancia que se espera de él. No le dieron mucho tiempo, pero se las ingenió para dedicarle el premio a toda su familia, al pueblo español y a buena parte del santoral. Será cuestión de creer o reventar.
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