Los pobres viejitos
Por José Luis D�Andrea Mohr |
El 27 de octubre de 1925 nació en Mendoza Ramón Genaro Díaz Bessone.
Por lo tanto al día de hoy lleva vividos a su manera setenta y cuatro
años y unos meses de arresto a la manera del teniente general Brinzoni.
Su pérdida de libertad transcurre en el cuartel de Campo de Mayo, zona
donde el joven cadete Genaro habrá contribuido a desespinar cardos como
cualquier otro militar de este siglo, quien escribe incluido. Ahora, en la
austeridad de su habitación, alejado de la peligrosa tarea de presidir el
Círculo Militar y resguardar al Social y Deportivo Castrense de su
deformación al óvalo, don Genaro Díaz podrá dedicarse a revisar la
fórmula del Ser Nacional. Algo debe haber fallado, al menos por lo que le
ocurrió el inventor del Ser, el propio Díaz Bessone, o quizás todo
falló por el marxismo precristiano descubierto en su momento por Cristino
Nicolaides.
Por otra parte, según una denuncia recibida por la Cámara Federal de La
Plata, el lugar de misa preferido por Jorge Rafael Videla es una capilla a
700 kilómetros de distancia de su casa-prisión del barrio de Belgrano.
Videla es hombre de la infantería. No se sabe si prefiere recorrer el
camino a pie o por un medio mecánico. Lo que está claro es que andar
cientos de kilómetros para hacer lo mismo que a la vuelta de casa solo se
justifica por una promesa en busca de vaya a saberse qué milagro
pendiente.
Los casos de Díaz Bessone y Videla demuestran que los 70 años no deben
ser un límite para interrumpir la prisión bajo el Sistema Penitenciario
Federal. Los franceses, de cuya ciencia militar se copiaron los nuestros,
acaban de dar una lección en la materia. El criminal de guerra Maurice
Papon, de 89 años, condenado a prisión perpetua, deberá seguir en la
cárcel porque, dada la naturaleza de sus crímenes, el presidente Jacques
Chirac le negó la gracia de pasar al domicilio.
Aquí, al sur del sur, algo diferente puede hacerse. Y más humanitario.
Es público que hay cuarteles disponibles para que eventualmente puedan
usarse como cárceles. Bien: uno de ellos, o una parte, podría
habilitarse como geriátrico penitenciario. En el caso específico de los
genocidas jubilados el geriátrico podría estar en Campo de Mayo, con sus
ruidos castrenses y sus evocaciones, en alguno de los cuarteles sin uso.
En materia de recreación, un punto muy importante, se podría instalar
una gran mesa de arena con tanquecitos, camioncitos, letrinas, carpitas,
cocinitas, cañoncitos y soldaditos para que los reclusos libren sus
batallas sin dañar a terceros ni dañarse cuando no aceptan la derrota.
Hasta habría una sala de aeromodelismo y un laguito en la tosquera
inundada para que los marinos jueguen a su guerra naval con barquitos de
papel de diario de derecha, y de izquierda para quienes hacen de enemigo.
El anteproyecto de ley de creación del geriátrico fue presentado por la
diputada Marcela Bordenave. Sus pares no la acompañaron. Dijeron que
hacerlo �significaría no tener en cuenta los derechos humanos de los
genocidas�. Cualquier día terminarán proyectando la reglamentación de
la ley de gravedad para llevar su valor a la mitad y convencernos,
después, de que gracias a ellos hemos adelgazado.
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