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Cuando los ecos son los del viejo cine fantástico

�Ecos mortales�, del director David Koepp, ex guionista de Steven Spielberg y Brian De Palma, es un film en clave, con citas a Edgar A. Poe y Roger Corman.

Kevin Bacon ignora de sí mismo sus poderes sobrenaturales.
El film arranca como �Sexto sentido�, pero luego sigue su propio rumbo.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) �¿Duele estar muerto?�, pregunta con ingenuidad el pequeño Jake, un niño de apenas seis años. No hay nadie más que él a la vista, por lo que se supone que le está hablando a un fantasma, a la manera del pobre chico de Sexto sentido. Pero no hay por qué preocuparse. A pesar de que en un comienzo todo puede hacer temer que ése es el modelo a copiar (algo que no es así: en Estados Unidos ambos films se estrenaron casi simultáneamente), Ecos mortales sigue su propio, modesto rumbo, sin necesidad de seguirle la moda a nadie.
En todo caso, Stir of Echoes tiene otras resonancias, más ancladas en la tradición del género fantástico, a las que la película -.que tampoco presume de originalidad-. refiere como quien acude a las fuentes. El segundo largometraje dirigido por David Koepp -.guionista de Steven Spielberg (las dos Jurassic Park) y de Brian De Palma (Carlito�s Way, Ojos de serpiente)-. asume por encima de cualquier otra consideración una auténtica convicción en el viejo cine clase �B�. Aquí no hay pretensiones metafísicas, pero tampoco -.y esto es francamente raro en su especie� una voluntad de reírse del género. Se trata simplemente de narrar, agitando los ecos -.tal como pide el título original-. de los primeros Spielberg y De Palma, pero también de Poe y de Richard Matheson, el legendario guionista de la serie de TV �Dimensión desconocida�, que es el autor de la novela en que se basa el film.
Todo comienza con esas extrañas alucinaciones de Jake. Su padre, Tom (Kevin Bacon), no tiene idea siquiera de los extraños poderes de su hijo. Y mucho menos de los suyos propios. Tom se considera un tipo común, demasiado común. Nunca salió del barrio y, cuando su cuñada (Ileana Douglas) le propone hipnotizarlo, descubre que hay todo un mundo ahí afuera. O en todo caso ahí adentro. La puerta que abre Tom es hacia lo sobrenatural, hacia los fantasmas que se agitan en esa vieja casa de los suburbios de Chicago.
Algo en el ambiente de Ecos mortales huele a De Palma. Hasta hay referencias textuales, como el plano de Kevin Bacon trepado a un poste telefónico, igual que Charles Durning en el memorable final de Hermanas diabólicas (1973). Tampoco faltan las alusiones a Spielberg, como cuando Bacon se siente impelido por una voz interior, que ni siquiera él comprende, a cavar en el fondo de su casa, aunque tenga que destruirla, como le sucedía Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos, cuando se ponía a levantar una montaña de arcilla en medio del living. Pero ante determinados giros del guión cuesta no pensar en aquellos viejos Cuentos de terror (1962), que el maestro del cine de bajo presupuesto, Roger Corman, filmó a partir de tres relatos de Edgar Allan Poe.
Allí estaba en el guión -.oh casualidad� la mano de Matheson, a quien aquí se cita explícitamente cuando la niñera de Jake lee una raída edición de bolsillo de El hombre menguante, la novela que allá en los años 50 le abrió caminos como guionista en el cine fantástico. Y de aquellos cuentos de terror de Corman & Poe, uno (El extraño caso del señor Valdemar) tenía a la hipnosis como centro del relato, mientras que otro (El barril delamontillado, rebautizado El gato negro) terminaba un poco como estos Ecos mortales, con un desagradable secreto escondido detrás de los ladrillos de un sótano de esos a lo que uno no querría bajar jamás.

 


 

�MIENTRAS NIEVA SOBRE LOS CEDROS�, DE SCOTT HICKS
Una historia que va, viene y sigue

Por Horacio Bernades

No hay ninguna duda: Mientras nieva sobre los cedros es una película �seria�. Eso salta a la vista, tanto por el tema elegido (un caso jurídico que saca a la luz tensiones raciales) como, sobre todo, por el tempo cinematográfico y tratamiento que el australiano Scott Hicks (el mismo de Claroscuro, aquella ampulosa épica del pianista nervioso) imprime a su primer film en Estados Unidos. Demasiadas ambiciones.
Basada en un best seller escrito por un tal David Gutterson, Mientras nieva sobre los cedros transcurre en 1950, en una helada y neblinosa islita del noroeste de Estados Unidos. En la superficie, Amity Harbor es una tranquila comunidad pesquera, donde abundan los nombres bíblicos y los vecinos conviven en el mutuo respeto. Toda esta apariencia comenzará a resquebrajarse cuando el sheriff del lugar encuentre muerto a un pescador, y las primeras pruebas y un forense prejuicioso apunten como posible victimario sobre un vecino de origen japonés, Kazuo Miyamoto. Tratándose de un comunidad pequeña, el juicio al que se somete a Miyamoto reverbera sobre el pueblito todo y traerá a flote, otra vez, las viejas heridas no cerradas de la guerra y el racismo. Es una compleja madeja dramática, con abundancia de personajes, conflictos del más variado pelaje y un fuerte peso del pasado, y los productores recurrieron al experimentado Ron Bass (guionista de Rain Man y La boda de mi mejor amigo, entre otras) para dar cuenta de ella, a cuatro manos con Hicks.
Se las debe haber visto negras Bass, dadas las ambiciones del realizador, que a diferencia de la rotunda univocidad de Claroscuro se propuso enhebrar aquí un lienzo completo, que va desde la intriga amorosa hasta la propia historia de las relaciones entre japoneses y estadounidenses, con la segunda guerra como telón primordial. En este tapiz hay un joven periodista, Ishmael, que es el narrador de la historia (Ethan Hawke). Personaje bisagra, Ishmael, que cubre el juicio para el pequeño periódico local, funciona como testigo privilegiado y tiene a su vez una vieja relación con Hasue (Youki Kudoh), su ex novia y esposa del acusado. Será él quien a último momento logre revertir la injusticia que está a punto de cometerse, reparando a la vez la conciencia culpable que lo ata al recuerdo del padre (Sam Shepard), modelo de honestidad cívica. El otro hombre justo de Mientras nieva sobre los cedros es el abogado defensor, Nels Guldmunsson, veterano lobo de mar de los estrados. Guldmunsson conduce sus interrogatorios con un descuido sólo aparente, a la manera de un Columbo de tribunal. Para encarnarlo, los productores convocaron a Max Von Sydow, un poco por su bergmaniana familiaridad con helados paisajes isleños. Y otro poco porque Von Sydow funciona, para Hollywood, como etiqueta de seriedad cinematográfica.
En línea opuesta a la contundente linealidad de Claroscuro y resuelto a presentarse ante Hollywood como un artista con todas las letras, Hicks cuenta su historia en varias capas temporales, yendo y viniendo del juicioa la infancia de Ishmael, su primera relación con Hasue, los recuerdos del frente y la sombra ominosa del Padre (su carácter arquetípico obliga al uso de mayúsculas). No conforme con esa compleja temporalidad, Hicks tiende a descomponer cada suceso en una interminable sucesión de pequeñísimas incidencias, planos-detalle e inserciones. Ese tratamiento, que estira cada escena y cada flashback de Ishmael, se reserva tanto a los momentos significativos como a los más nimios. Sumado al trabajoso preciosismo de luz, sombras y color y a una música que recurre frecuentemente a la pompa sacra (obsequio del compositor James Newton Howard), lo que en un comienzo son sugerentes atmósferas pronto da lugar a un manierismo fuera de proporción.

 

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