Por Luciano Monteagudo
�¿Duele
estar muerto?�, pregunta con ingenuidad el pequeño Jake, un niño de
apenas seis años. No hay nadie más que él a la vista, por lo que se
supone que le está hablando a un fantasma, a la manera del pobre chico de
Sexto sentido. Pero no hay por qué preocuparse. A pesar de que en un
comienzo todo puede hacer temer que ése es el modelo a copiar (algo que
no es así: en Estados Unidos ambos films se estrenaron casi
simultáneamente), Ecos mortales sigue su propio, modesto rumbo, sin
necesidad de seguirle la moda a nadie.
En todo caso, Stir of Echoes tiene otras resonancias, más ancladas en la
tradición del género fantástico, a las que la película -.que tampoco
presume de originalidad-. refiere como quien acude a las fuentes. El
segundo largometraje dirigido por David Koepp -.guionista de Steven
Spielberg (las dos Jurassic Park) y de Brian De Palma (Carlito�s Way,
Ojos de serpiente)-. asume por encima de cualquier otra consideración una
auténtica convicción en el viejo cine clase �B�. Aquí no hay
pretensiones metafísicas, pero tampoco -.y esto es francamente raro en su
especie� una voluntad de reírse del género. Se trata simplemente de
narrar, agitando los ecos -.tal como pide el título original-. de los
primeros Spielberg y De Palma, pero también de Poe y de Richard Matheson,
el legendario guionista de la serie de TV �Dimensión desconocida�,
que es el autor de la novela en que se basa el film.
Todo comienza con esas extrañas alucinaciones de Jake. Su padre, Tom
(Kevin Bacon), no tiene idea siquiera de los extraños poderes de su hijo.
Y mucho menos de los suyos propios. Tom se considera un tipo común,
demasiado común. Nunca salió del barrio y, cuando su cuñada (Ileana
Douglas) le propone hipnotizarlo, descubre que hay todo un mundo ahí
afuera. O en todo caso ahí adentro. La puerta que abre Tom es hacia lo
sobrenatural, hacia los fantasmas que se agitan en esa vieja casa de los
suburbios de Chicago.
Algo en el ambiente de Ecos mortales huele a De Palma. Hasta hay
referencias textuales, como el plano de Kevin Bacon trepado a un poste
telefónico, igual que Charles Durning en el memorable final de Hermanas
diabólicas (1973). Tampoco faltan las alusiones a Spielberg, como cuando
Bacon se siente impelido por una voz interior, que ni siquiera él
comprende, a cavar en el fondo de su casa, aunque tenga que destruirla,
como le sucedía Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos, cuando se ponía
a levantar una montaña de arcilla en medio del living. Pero ante
determinados giros del guión cuesta no pensar en aquellos viejos Cuentos
de terror (1962), que el maestro del cine de bajo presupuesto, Roger
Corman, filmó a partir de tres relatos de Edgar Allan Poe.
Allí estaba en el guión -.oh casualidad� la mano de Matheson, a quien
aquí se cita explícitamente cuando la niñera de Jake lee una raída
edición de bolsillo de El hombre menguante, la novela que allá en los
años 50 le abrió caminos como guionista en el cine fantástico. Y de
aquellos cuentos de terror de Corman & Poe, uno (El extraño caso del
señor Valdemar) tenía a la hipnosis como centro del relato, mientras que
otro (El barril delamontillado, rebautizado El gato negro) terminaba un
poco como estos Ecos mortales, con un desagradable secreto escondido
detrás de los ladrillos de un sótano de esos a lo que uno no querría
bajar jamás.
�MIENTRAS NIEVA SOBRE LOS
CEDROS�, DE SCOTT HICKS
Una historia que va, viene y
sigue
Por Horacio Bernades
No hay ninguna duda: Mientras nieva sobre los cedros es una película �seria�.
Eso salta a la vista, tanto por el tema elegido (un caso jurídico que
saca a la luz tensiones raciales) como, sobre todo, por el tempo
cinematográfico y tratamiento que el australiano Scott Hicks (el mismo de
Claroscuro, aquella ampulosa épica del pianista nervioso) imprime a su
primer film en Estados Unidos. Demasiadas ambiciones.
Basada en un best seller escrito por un tal David Gutterson, Mientras
nieva sobre los cedros transcurre en 1950, en una helada y neblinosa
islita del noroeste de Estados Unidos. En la superficie, Amity Harbor es
una tranquila comunidad pesquera, donde abundan los nombres bíblicos y
los vecinos conviven en el mutuo respeto. Toda esta apariencia comenzará
a resquebrajarse cuando el sheriff del lugar encuentre muerto a un
pescador, y las primeras pruebas y un forense prejuicioso apunten como
posible victimario sobre un vecino de origen japonés, Kazuo Miyamoto.
Tratándose de un comunidad pequeña, el juicio al que se somete a
Miyamoto reverbera sobre el pueblito todo y traerá a flote, otra vez, las
viejas heridas no cerradas de la guerra y el racismo. Es una compleja
madeja dramática, con abundancia de personajes, conflictos del más
variado pelaje y un fuerte peso del pasado, y los productores recurrieron
al experimentado Ron Bass (guionista de Rain Man y La boda de mi mejor
amigo, entre otras) para dar cuenta de ella, a cuatro manos con Hicks.
Se las debe haber visto negras Bass, dadas las ambiciones del realizador,
que a diferencia de la rotunda univocidad de Claroscuro se propuso
enhebrar aquí un lienzo completo, que va desde la intriga amorosa hasta
la propia historia de las relaciones entre japoneses y estadounidenses,
con la segunda guerra como telón primordial. En este tapiz hay un joven
periodista, Ishmael, que es el narrador de la historia (Ethan Hawke).
Personaje bisagra, Ishmael, que cubre el juicio para el pequeño
periódico local, funciona como testigo privilegiado y tiene a su vez una
vieja relación con Hasue (Youki Kudoh), su ex novia y esposa del acusado.
Será él quien a último momento logre revertir la injusticia que está a
punto de cometerse, reparando a la vez la conciencia culpable que lo ata
al recuerdo del padre (Sam Shepard), modelo de honestidad cívica. El otro
hombre justo de Mientras nieva sobre los cedros es el abogado defensor,
Nels Guldmunsson, veterano lobo de mar de los estrados. Guldmunsson
conduce sus interrogatorios con un descuido sólo aparente, a la manera de
un Columbo de tribunal. Para encarnarlo, los productores convocaron a Max
Von Sydow, un poco por su bergmaniana familiaridad con helados paisajes
isleños. Y otro poco porque Von Sydow funciona, para Hollywood, como
etiqueta de seriedad cinematográfica.
En línea opuesta a la contundente linealidad de Claroscuro y resuelto a
presentarse ante Hollywood como un artista con todas las letras, Hicks
cuenta su historia en varias capas temporales, yendo y viniendo del
juicioa la infancia de Ishmael, su primera relación con Hasue, los
recuerdos del frente y la sombra ominosa del Padre (su carácter
arquetípico obliga al uso de mayúsculas). No conforme con esa compleja
temporalidad, Hicks tiende a descomponer cada suceso en una interminable
sucesión de pequeñísimas incidencias, planos-detalle e inserciones. Ese
tratamiento, que estira cada escena y cada flashback de Ishmael, se
reserva tanto a los momentos significativos como a los más nimios. Sumado
al trabajoso preciosismo de luz, sombras y color y a una música que
recurre frecuentemente a la pompa sacra (obsequio del compositor James
Newton Howard), lo que en un comienzo son sugerentes atmósferas pronto da
lugar a un manierismo fuera de proporción.
|