Por Fernando D�Addario
Es
tataranieta del cacique mapuche Ignacio Coliqueo, pero la evolución
perversa de la historia provocó que Beatriz Pichi Malén aprendiera
primero el inglés que su idioma ancestral. Nacida en Los Toldos
(localidad bonaerense que supo llamarse �Los Toldos de Coliqueo� y �General
Viamonte Los Toldos�, donde nació Eva Perón), vivió buena parte de su
vida exiliada de su tierra y de su cultura. La rutina se le dio vuelta
hace veinticinco años, alterada por lo que un tío de Beatriz
diagnosticó como �el llamado de la sangre�. Ese llamado se tradujo
recién ahora en un CD, Plata, en el que conduce el canto mapuche a
través de un laberinto de sonidos cuidadosamente producidos, que podrían
enmarcarse dentro de la estética de Real World. Pero a Beatriz no la
produce Peter Gabriel sino el sello Acqua Records, y no presentará su
disco debut en un festival de �world music� sino en el porteñísimo
Club del Vino, el 6 y 7 de abril próximos.
En la entrevista concedida a Página/12, la cantante mapuche reconoce el
desarrollo atípico de su vocación artística: �Cuando era adolescente
sentía que no quería terminar limpiando casas ajenas como mi madre, y me
metí en la rueda convencional que nos propone esta sociedad. Me puse a
aprender inglés, terminé el colegio y conseguí trabajos en la empresa
Ford, en Techint. Pero me di cuenta de que convivían en mí dos
identidades. Era esquizofrénico..., hasta que decidí encontrarme con mis
orígenes�.
�¿Cómo fue ese choque cultural?
�Mis abuelos perdieron el campo, los sacaron a los tiros, les robaron la
casa, los animales, todo. Así fue que mi familia empezó a peregrinar.
Cuando tomé conciencia, hablé con mi madre. Le decía que tenía
necesidad de algo y no sabía de qué. Después me di cuenta de que lo que
quería era volver al campo. Mi mamá me acompañó en ese viaje. Y cuando
llegamos nos dimos cuenta de que éramos dos turistas. Fue un conflicto
fuerte. Mi madre me decía: �Mirá, la familia de ése ayudó a los que
nos echaron, aquel otro también�. Y de a poco comprendí que, en
última instancia, a quienes estábamos viendo era a los hijos de quienes
nos robaron. No tenemos por qué echarles la culpa de lo que hicieron los
mayores.
�¿Usted prefiere la integración a la confrontación?
�Sí, pero hay que tener cuidado con la palabra integración. Si es que
vamos a entablar una relación con otras culturas, por lo menos que se
sepa lo que pasó con mis paisanos.
�¿Y cómo fue el encuentro con sus paisanos?
�Difícil. Me encontré con la negación de ser mapuche. Yo iba por la
calle, veía los rasgos, las expresiones, los movimientos, y me daba
cuenta de que eran mapuches, pero en cuanto se les preguntaba, lo negaban.
Decían que tenían un tío que había venido de Italia..., cosas por el
estilo. Siempre ha sido así. Es mejor parecerse a alguien que ser
nosotros mismos. Y es entendible. Ha habido tanto dolor que lo más seguro
es mimetizarse con los vencedores.
�¿Y desde qué lugar, entonces, es posible integrarse genuinamente con
otras culturas?
�Hace unos años fui a Miami a hablar sobre el rol de la mujer mapuche
en una conferencia. Y me preguntaba: ¿en qué hablo?, ¿en inglés, en
castellano, en mapuche? Primero pensé hablar en mapuche, por una
cuestión de afirmación de la identidad, pero después comprobé que si
hablaba en mapuche no me iba a entender nadie. Si tuve la oportunidad de
estudiar un poquito, lo mejor es que pueda ayudar desde ese lugar. No
tengo que andar desnuda y con plumas para demostrar que soy mapuche.
�¿Su disco está pensado para un oyente no mapuche?
�No era ésa la intención. Es una apuesta al futuro. No quiero que lo
mapuche sea una pieza de museo, porque yo no salí de los museos. A las
escuelas iba a dar charlas y llegaba de Techint con la bolsita para
cambiarme y mostrarles a los chicos los tejidos, los instrumentos
musicales de mi cultura aborigen. Hay que trabajar para que los jóvenes
se interesen, y para eso es necesario que la música pueda ser escuchada
en otro contexto. Los músicos que me acompañan no son mapuches, pero
después de que nos conocimos tienen un compromiso muy grande con lo
mapuche. Ellos hacen sus arreglos, sus armonías, pero si le sacás eso,
lo que queda, que es el canto, es el de las abuelas.
�La idea de la compañía discográfica es trabajar el disco en el
exterior. ¿Lo ve como un exponente de la llamada �world music�?
�Sé que están pensando en eso, pero yo no me veo involucrada, porque
sería algo ajeno a mi vida. No me parece mal que la música de mi pueblo
se abra al mundo, pero yo no pienso en el mercado global, cada vez pienso
más como mapuche. Lo que sí tengo claro es que esta música ya no es una
pertenencia exclusiva del pueblo mapuche. Tiene que ser de los argentinos
en general. A veces me preguntan si soy mapuche o argentina. Soy (somos)
las dos cosas, aunque a mi tierra me lleve la línea de trenes del Roca,
porque estamos condenados a que siempre nos persiga algún general.
El adiós de Powell
El novelista Anthony Powell, último representante de una
generación literaria que incluye a Graham Greene, George Orwell y
Evelyn Waugh, murió el martes, a los 94 años, en su casa de
Sommerset, Inglaterra. El escritor, que sufrió un ataque al corazón
hace pocos días, es uno de los más importantes autores de la
posguerra. Powell manejaba una ironía y una gracia típicamente
inglesas, y se aseguró un espacio dentro de la literatura del siglo
XX con A dance to the Music of Time, una novela de 12 secuencias que
contiene más de un millón de palabras y que tardó 20 años en
escribir. Powell es autor de más de 20 novelas: con su primera
narración, publicada en 1931, Afternoon Men, inició una carrera
literaria de la mano de títulos cómicos que hablan del sexo, los
modales y el poder de las clases privilegiadas, temas por los que
también fue criticado. Era hijo de un oficial de alto rango y
pertenecía a una familia de muy buena posición económica. |
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