Por Verónica Abdala
Laura Espido Freire, una morocha de melena voluminosa, facciones como salidas de un cuadro de Rafael y una autosuficiencia a prueba de balas, es la ganadora más joven de la historia de los premios Planeta de España. La obra que la llevo a la temprana fama literaria (tiene 25 abriles) se llama Melocotones helados, es su tercera novela y esta semana se publica en la Argentina, tras haber agotado en España diez ediciones. La novela narra la historia de tres mujeres de una familia que llevan el mismo nombre. Pero se centra en una de ellas, Elsa grande, una pintora joven que se ve obligada a abandonar su ciudad, tras recibir amenazas que en realidad iban dirigidas a su prima. �Pensé mi novela como un homenaje a todos aquellos que se vieron obligados a abandonar su tierra contra su voluntad�, subraya la vasca en una entrevista con Página/12. El premio ofrece una recompensa de 320 mil dólares, más de seis veces la cantidad de la versión argentina.
La escritora, que se declara �lectora eterna� de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Virginia Woolf, Oscar Wilde, Jane Austen, Shakespeare, Baudelaire, Rilke y Dostoievski, completa con este libro una trilogía iniciada con Irlanda (1998) y Donde siempre es octubre (1999). Estas dos obras no fueron editadas en la Argentina, aunque una de ellas ya se tradujo al francés, al alemán y al portugués. Antes de conocer el prestigio literario, Laura se dedicó a la pintura �estuvo a punto de terminar la carrera de Bellas Artes�, a la música �formó parte de un coro que acompañó a José Carreras por una gira por Europa� y al estudio del Derecho y de la Filología Inglesa. Dice que escribe por el placer de sentirse Dios y manejar a su antojo situaciones, destinos, personajes e historias (�Cuando escribo huyo a un mundo en el que puedo inventar las reglas�), y para aislarse de una realidad que le resulta cada vez más hostil. No se siente parte de una corriente de �escritores jóvenes�, pero asegura que es parte de una generación sobre la que recaerá la responsabilidad de �renovar las reglas de la novela, tal como se la conoció hasta hoy�. Entre los miembros del jurado del Planeta que elogiaron públicamente su novela se cuenta la cubana de Miami Zoe Valdés, que la calificó de �extraordinaria�.
�Supe que iba a ser una buena escritora, en la niñez, porque mis primos, que eran unos trastos, se quedaban quietecitos cuando les contaba historias�, relata Espido Freire, evidentemente más que orgullosa de si misma. �Luego, porque me comparaba con mis compañeros de clase y comprobaba que generalmente mi nivel de redacción era superior al de los demás. Mis temas, además, no eran las banalidades de los otros niños. Yo desde muy chica, por ejemplo, leía a Shakespeare. A los 8 hay un antes y un después en mi vida: fue cuando leí La guerra y la paz. En fin, después sentí la necesidad de seguir investigando hasta dónde era mejor que el resto�.
�Ha publicado tres novelas en apenas dos años, ya ganó el Planeta, y apenas suma 25. ¿No va muy rápido?
�En algún sentido sí. Aunque no creo que ser joven sea un obstáculo, al contrario. En todos los aspectos de la vida la juventud es una ventaja, o al menos debería ser así. Diría que, además, lo mío es la imaginación, porque no escribo experiencias autobiográficas. De modo que aunque iré sumando experiencia vital, no creo que eso sea tan trascendente. Después de todo, ¿qué es un escritor sino alguien que recrea el mundo que ve? Para hacer eso no necesariamente se necesita tener mucha edad, si se está dispuesto a trabajar duro. En mi caso, mi éxito actual no es obra de la suerte: he trabajado muchísimo para llegar adonde estoy. Desde muy chiquita he tenido dotes para esto.
�¿Cómo nació su vocación literaria?
�Fue instintivo, en la temprana niñez: todo en mi vida eran historias. Es decir, me negaba a dormir y a comer y a todo si antes no me contaban cuentos. Supongo que eso fue estimulando mi imaginación. Después, cuando me decidí a dedicarme profesionalmente a la escritura, alrededor de los 18 años, inicié un proceso de formación muy rígido, de lecturas y prácticas.
�Usted pertenece a la generación que creció con la computación. ¿Alguna vez usó una máquina de escribir?
�No, nunca. Es raro en gente de mi edad. Desde los nueve le doy al teclado de la compu.
�¿Cree que hay otras cualidades comunes a los escritores menores de 35 años?
�Somos parte de una generación que presencia cambios esenciales: el concepto de tiempo está variando, las distancias desaparecen a raíz de los adelantos tecnológicos, el concepto de identidad se está desintegrando. Hoy podemos ser personas invisibles a través de la red, cambiarnos el nombre, mentir nuestro aspecto, escribir en tiempo real una novela con un japonés o un irlandés. Somos lo más parecido a los ángeles que ha existido sobre la tierra. Es algo parecido a la magia. Esta realidad transforma necesariamente la literatura. Los tres pilares claves de la novela decimonónica se desmoronan y asistimos a la muerte y la resurreción de la novela.
�¿Cómo se verifica ese proceso, concretamente?
�Está naciendo la novela del siglo XXI, y los jóvenes somos parte de eso, aunque en un sentido individual más que colectivo. Creo en las voces individuales. Para bien o para mal, en la vida y en la literatura triunfará el individualismo.
�En su caso particular, ¿de dónde nace esa voz?
�Supongo que de la necesidad de explicarme el mundo. Y luego, no tanto por la necesidad de decirles a los demás qué opino de él, sino de recrearlo según lo que veo en esa realidad. Sospecho que eso delata una personalidad pasiva: los escritores somos gente que intenta describir la lógica del mundo, pero en muchos casos no salimos a la calle a cambiarla. No creo que eso sea condenable, sólo que es así. Mi trabajo es proponer historias. El resto es trabajo que corresponde al lector.
�¿Hay cierto estupor en la base de la necesidad de contar el mundo?
�Claro, a mí todo parece sorprenderme. Vivo como a los saltos entre fogonazos que me hacen sentir y pensar. Eso �que puede se un paseo, una experiencia, una película, una publicidad o un video clip� es lo que algunos dan por llamar inspiración. Stendhal hablaba de la cristalización del amor: cuando te enamoras de alguien la idealizas y terminas convirtiéndola en algo que no es. Bueno, con los hechos, al escritor le pasa algo parecido: transformas las cosas para contarlas hasta que descubres que la base de la que partiste está perdida.
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