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Por Inés Tenewicki La historia de este hombrecito es pequeña, pero a la vez enorme. Casi sin texto, con una elocuencia corporal que hace innecesarias más palabras, dos actores protagonizan una aventura íntima y primaria, la desesperada búsqueda de un hombre solo. Y el encuentro, mágico, con otro. José Cobrana (el hombrecito) y Claudio Martínez Bel (el perro) consiguen verdaderamente conmover con sus personajes a todo el auditorio. Con la potencia de todo el cuerpo puesto a todo o nada sobre el escenario y la expresividad en los rostros y los gestos, un hombre sin atractivos particulares y un perro sin dueño coinciden en tiempo y espacio y generan una unión poética. Inspirado en una versión teatral sueca, el grupo Mascarazul dirigido por Hugo Alvarez recrea un cuento de Barbro Lindgren, también sueco, y narra los avatares de esta relación de afecto en medio de un clima hondamente dramático, aunque sin solemnidad: momentos de humor desopilante alternan con otros de emoción. Así, la platea de chicos y grandes oscila entre la carcajada y las lágrimas sin que se rompa la magia. Un recurso que magnifica la atmósfera poética de esta obra está dado por unas pocas intervenciones de dos actrices, vestidas de negro, que ponen en palabras los sentimientos que atraviesan a los personajes: �Durante diez días y diez noches esperó y esperó...�, �El canto de los pájaros era tan hermoso que lo hacía llorar...�, �Las lágrimas rodaban como perlas sobre sus mejillas�, son algunos de esos parlamentos que paralizan la acción y se detienen a mostrar el alma del personaje. Sólo un baúl y una escalera caracterizan el ámbito donde vive el protagonista; unos pantalones con tiradores y un sombrero lo visten y definen; escasos objetos �cepillo de dientes, un balde, una manta� constituyen su mundo de rituales tan simples como indispensables. Dormir, lavarse la cara, colgar el sombrero de un gancho, son rutinas que le permiten vivir en medio de la soledad. Aunque en un momento ya no le serán suficientes y se anima a escribir un aviso: �Busco un amigo�. Torpe e introvertido, el hombre se desanima, se desespera, sufre. Un recurso tan poderoso como la actuación es la música, que opera como un texto paralelo en la narración. Fabián Kessler es el responsable de la banda sonora que logra crear esos climas y acompañar los gestos de los protagonistas. Y que convierte a esta Historia de un pequeño hombrecito en un musical atípico, absolutamente no convencional. El relato desemboca finalmente en una situación clásica y universal: la introducción de un tercero, en este caso una chica, y temas como los celos y el abandono, el malentendido y el desencuentro. Hombre y perro se alejan y se angustian, pero al término de la obra consiguen refundar el vínculo que tanto trabajo costó, enriquecido con la integración de la niña. No es corriente que el teatro para chicos profundice de esta manera, tan despojada, tan desnuda, la temática de la soledad o la búsqueda de afectos. Por eso el trabajo tiene un doble mérito, y hasta ahora fue reconocido en el único festival de espectáculos infantiles. La Historia de un pequeño hombrecito obtuvo el �Clown de Oro� y primer premio en el último Festival de Necochea. Su director, Hugo Alvarez, trabajó durante siete años en Suecia; la última vez que había estado en la Argentina fue en 1985, con La infancia de Hitler, otra obra que no le hace asco a los temas difíciles. Alvarez trabaja además en dos obras sobre temas poco frecuentes en el teatro para niños: una sobre la relación de padres e hijos ante la irrupción del sida, y otra, Los hijos de Medea, sobre el problema del parricidio.
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