Por Hilda Cabrera
En
esta versión de un drama del siglo IV antes de Cristo, lo que dicen los
personajes sólo
tiene el relieve de una declaración exterior, acentuada con una
gestualidad estatuaria. Todo es pose, desde el lamento de Agamenón, rey
de Argos �quien por mandato divino debe sacrificar a su hija para que la
armada griega, varada en Aulide, pueda adueñarse de Troya�, hasta el
amaneramiento de Ulises, a quien recurre Clitemnestra. Contra lo
prometido, Ulises no analiza la situación, ni va �al grano de una vez�,
ni parlamenta con el padre �para arreglar este entuerto� (las frases
encomilladas ejemplifican el lenguaje utilizado por Gabriela Massuh).
Clitemnestra argumenta con su esposo, pero no está en condiciones de
desairar a la diosa Artemisa, al adivino Calcas y a la flota griega. Ella
es una señora burguesa que se sorprende de las ocurrencias de su esposo (�¡Dioses,
entonces el loco es mi marido!�) y encuentra en un viejo criado quien le
descubra la realidad: �No, es absolutamente consciente de sus actos�.
El farsante de mayor porte es Agamenón, víctima de las fuerzas del
destino.
Escenas como éstas exigen una variedad de tonos interpretativos que el
elenco no exhibe, salvando los casos de Patricio Contreras y Analía
Couceyro. Es probable que estas carencias respondan a la marcación de
Rubén Szuchmacher, pero lo que bajo ninguna circunstancia se justifica
son las vocalizaciones defectuosas ni la falta de precisión en el
desplazamiento escénico, casi gimnástico en el caso del �coro�
integrado por catorce jóvenes del circuito off. Aun así, estos pasajes
permiten un mínimo contrapunto con los ceremoniosos parlamentos referidos
a una Grecia que se hunde por culpa de la bella Helena, raptada por Paris,
hermana de Clitemnestra y mujer de Menelao, hermano del rey de Argos.
Ifigenia es una chica obediente, que acepta el sacrificio tras una especie
de revelación: se la ve sonreír enajenada, convencida de que será la
salvación de su patria. �Voy a seguir viva, glorificada por la memoria
de los griegos�, delira. Puesto que la obra transcurre sobre un fondo de
saga colectiva y de guerra inminente, es lícito pensar en otras guerras y
en otros seres mentalizados para ser convertidos en carne de cañón. En
esta versión, el drama se desarrolla a la manera de una tempestad. No se
sabe cuándo acabará ni quién le pondrá fin. La puesta tiende a
empobrecer las emociones, incluso el empeño de claridad que los
personajes ponen en sus argumentaciones. Acerca el conflicto a la
actualidad a través de un vocabulario neutro pero cotidiano. En este
sentido, permite al espectador ordenar, según su propia lectura, el
desarrollo de una historia que a su vez comenta el �coro�. Se intenta
así que algunas referencias resulten viables para todo tiempo y lugar.
Tal el caso de la denuncia de la compra de votos�en el mercado libre�.
Esta Ifigenia... busca sorprender, mezclando diversas estéticas sin que
los intérpretes parezcan tener claro cómo hablar desde sus personajes.
De todos modos, los griegos zarparán, empujados sus barcos por vientos
liberados de modo insólita. Un rasgo de humor en de una puesta que
discurre asépticamente sobre el poder, la locura y la estupidez.
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