Por Cristian Alarcón
El preso habla sin apuro, usando el obsceno tiempo muerto del encierro, de sus siete días en Sierra Chica como el principal negociador directo entre los presos amotinados y el Gobierno, como el custodio permanente de la jueza María de las Mercedes Malere. Es la primera vez que un partícipe del motín accede a una entrevista. Es uno de los cinco testigos protegidos por la Procuración General de la Suprema Corte Bonaerense y declaró en el juicio oral por la masacre. Cuenta demasiados ejemplos de cómo la cárcel enloquece, degüella, incinera, mata, corrompe, viola, roba, miente, oculta, reproduce. Sentado en un sillón de cuerina naranja, en la oficina de una comisaría de pueblo a donde fue trasladado para extremar las medidas de seguridad que lo rodean desde que sobre él pesa una informal condena a muerte, dice que él mismo exigió que Malere quedara bajo su cuidado: no sólo era la única mujer entre mil hombres, ella era la llave del motín, su piedra basal, la demostración de que ya no habría códigos. Asegura que la preservó, que la respeta, que todavía conserva en su brazo las marcas de sus uñas de cuando lo despertó una noche pidiéndole que la salvara de los encapuchados que querían violarla. Lo cuenta remarcando las diferencias entre él y los apóstoles. Y sobre todo entre él y los muertos. �Tarados� a un lado, �buchones� del otro. Tal la zanja que traza como si corriera por ella una racionalidad salvadora, no importándole hundirse pese a la amenaza de los acusados que lo consideran un traidor y lo acusan de haber sido él el líder de la revuelta: �Yo no estuve de acuerdo con las muertes, pero digo que los muertos bien muertos están �dice�. Por algo estos tarados que ustedes llamaron los apóstoles ahora son los ídolos de los presos de toda la provincia, donde vayan. Por eso, cuando salga, a mí me va a matar, cualquier tarado que quiera quedar bien�.
A lo largo de una mañana y una siesta de sábado y durante tres horas de grabaciones, el preso parece en comunión con la parsimonia del sitio al que hace pocos días fue trasladado. Es un pequeño y apagado pueblo en otoño. En el viaje de ida, avanzando por un camino de tierra a muchos kilómetros de La Plata, el oficial de Justicia de la Corte contesta su celular: �Estoy en un punto perdido de la provincia, y no puedo decirle por teléfono dónde�. Las medidas se extreman como en las películas y nadie podrá imaginar que los apóstoles, pobres al fin, tengan un centavo para lograr interferir una llamada, o para atentar contra el preso en un lugar tan a trasmano. Pero nunca se sabe. Así son las normas. Es imposible, por la vida del preso, decir de cuál se trata. Y a pesar de que él mismo no tendría remilgos en firmar lo que dice, la Procuración prohíbe la publicación de su nombre. Sin embargo, por el rol clave que jugó durante el motín, con sólo revisar las crónicas del juicio es fácil saber quién está hablando. En sus casi quince años como preso ha recorrido casi todos los penales del país y asegura que ninguno es como Sierra. �¿Te gusta Almafuerte?�, pregunta. �Estoy sepultado vivo, pero con todo, no muerto�, cita. �Eso es Sierra Chica�, dice. Más tarde dirá que es una �aproximación a la locura�.
Sucios, bajos, malos
�¿Por qué dice que los ocho presos asesinados están �bien muertos�?
�Por todo. Por sucios, por bajos, por malos, por dañinos. A un tipo que se va a fugar no lo podés mandar al frente para que lo maten, como hacían Agapito Lencinas y su banda. A un pibe que viene por primera vez, que no sabe nada, no le podés dar una pastilla para cogértelo. No podés mandar a matar a un �marciano� que no sabe ni por qué está preso para después dejarlo en las manos de los penitenciarios. No podés pararte en la puerta del pabellón después de la visita para sacarle las zapatillas por las que la vieja lavó ropa toda una semana. El �rocho� de verdad es un hombre, esun amigo, un compañero, un compadre, un camarada, no es un ortiba como los muertos estos. En realidad no importa quién los mató, porque cualquiera lo hubiera hecho. Motivos había de sobra. Pasa que no era el momento. Yo no juego de bueno, es así como fue. Lo mirés como lo mirés.
La definición de Agapito Lencinas, a quien conocía hacía ocho años, ocupa gran parte de la entrevista porque no hay tiempo carcelario que alcance para enumerar las anécdotas del buchón (ver aparte). La de sus asesinos es corta y al pie. Brandán Juárez: �Buen material humano, para el delito: va al frente como los dioses. Un negro bruto que anduvo siempre en quilombos y se la bancaba. Tendría que estar en la calle�. Pelela Pedraza: �Es como el viento, ¿viste? No es mal muchacho, pero a él le da lo mismo blanco que negro�. Víctor Esquivel: �Un muchacho fiel en la amistad�. Chiquito Acevedo, el hombre que habría trozado los cuerpos de siete víctimas para incinerarlas después en el horno de pan del penal: �Un bobo atómico que quería quedar bien con los otros�. Miguel Angel Ruiz Díaz, el Paraguayo Migua: �El tenía el arma. Un traidor al que le doy tres meses de vida, ya se pasó para el Servicio�.
�La jueza es mía�
En el pabellón 7 se congregaban presos de cierto peso. No los �elefantes� del 8, donde se concentraban las cadenas perpetuas, pero sí los más respetados. Hasta poco antes del motín �que se extendió desde el 30 de marzo al 7 de abril del �96� él pasaba las horas con Cacho La Garza Sosa, �el� hombre de la banda de Valor, y quizás el ladrón más admirado en la tradición delincuencial argentina. �Che, ¿te enteraste que entró una jueza?�, escuchó en su celda el sábado a la noche. Un grupo de presos quiso saltar el muro perimetral a las 14.30, pero las cosas salieron mal y, como de costumbre, el intento de fuga se convirtió en motín. �No di bola, me quedé en mi celda, no quise participar en nada, yo estaba hacía ocho años y prefería no tener problemas�, dice. Pero el domingo lo buscaron: �Necesitamos que uno salga a hablar con la yuta�, le dijeron. Fue como una de esas reuniones donde se contrata un operador político necesario, alguien que no es del riñón, pero tampoco es el enemigo y resolvería profesionalmente el asunto. Antes de aceptar, quiso ver a la jueza.
Malere y los otros 14 rehenes habían sido ubicados en la sala de Sanidad, ubicada en el primer piso del pabellón 6, casi en el medio de los rayos del panóptico de Sierra Chica, frente a la entrada, un lugar con una vista de casi todo el frente de la cárcel. A ella la habían instalado en una habitación separada que solían usar los enfermeros de guardia. Tenía un baño y dos camas. La vio �sentada, muerta de miedo�. La saludó, se presentó y le dijo: �Yo vengo a hacerme cargo de usted, doctora�. A ella pareció darle más terror. �Me miró callada �recuerda�. A mí me dijeron que era una vieja, y no, era una mujer joven, me gustó�. Enseguida le ofreció unos mates. Aprovechó mientras ponía la pava para negociar sus salvoconductos. Pidió la custodia del secretario del juzgado, Héctor Torrens, y la del segundo de la cárcel, Juan Martínez Gómez. Brandán y Esquivel, sus interlocutores, se negaban. �La jueza es mía. Si no, no hablo�. Así, dice, marcaron �los tantos�.
�¿Por qué fue elegido por los apóstoles?
�Yo tuve que salir a negociar porque había mil tarados demasiado quemados para hablar. No era fácil. Tenía que cuidar a la jueza, tenía que salir a pelear porque la querían coger. Estaban todos descontrolados, el que no había tomado Rohypnol se había picado. Yo tengo las uñas de ella clavadas acá. Yo estuve días sin dormir... Y uno de los primeros síntomas de la locura, aparte de ser mugriento, es la falta de sueño. Una noche me quedo dormido, y me agarran, me clavan las uñas... todavía tengo el brazomarcado. �¡Dejame dormir!� le digo, apretando los dientes, y me siento en la cama. La veo a la doctora y un tumulto. Estaban encapuchados. �¿Qué pasa?�, digo. Fue un segundo. Tardo más en contarlo que en lo que fue. �Van a entrar los lagartos y me van a llevar a mí para ponerme de escudo�, me dice ella, así se le llama a los antimotines. Pero mentira, la iban a peinar, ¿viste? Yo trataba de tranquilizarla. �Quédese conmigo�, le decía; ella lloraba, pedía que si la mataban que no la hicieran sufrir. Tuve que hablar con ellos y decirles que yo me abría si seguían con esa gilada�.
Habla de ella con declarada admiración. No sólo se encontró con una mujer joven, sino que descubrió el placer de la conversación con ella durante los larguísimos días en que convivieron. La jueza era movida de su cuarto sólo hasta un teléfono donde hablaba con los jefes penitenciarios confirmándoles que no la habían lastimado o para dar unas cortas caminatas por un pasillo, siempre acompañada por él o los otros dos presos designados para cuidarla. Dice que ella solía caer en unos silencios preocupantes, que �se encerraba, se iba para adentro, se ponía muy mal�. Entonces ellos, los custodios, actuaban escenas con la táctica del �engranaje�: sacar al otro de su autismo mojándole la oreja. Así, el preso cuenta que la acusaba de haber comprado su título de abogada, o le enseñaba a hacer una cama, y le pedía que le contara �de Grecia y de Francia, de las calles de París. Me gustaba esa gilada�.
�¿Por qué entró la jueza al penal?
�Cuando cae, las palabras de ella fueron: �¡Qué pelotuda que fui!�. La verdad es que la dejaron muerta, le mintieron que había un lío, que había un petitorio, pero no le dijeron que había fierros. Si no, no entra.
Lo que pasa es que ella los tenía ahí a los penitenciarios. Ella clausuró el pabellón de castigo que era la locura misma.
El preso dice que fue tan necesario como la propia jueza durante el motín. Fue convocado por los apóstoles porque era el primero en una lista de presos �con cartel�, con cierta coherencia, formación y capacidad para el diálogo. De los apóstoles al principio sólo recibía una instrucción: �estirar�. Mientras tanto se enteraba de las muertes y los descuartizamientos, veía pedazos de cuerpo, y terciaba cuando encontraba algún condenado a muerte como aquel viejo preso acusado de colaborar con el Servicio, al que halló atado a una silla desnudo y lleno de estopa, preparado para ser convertido en una pira humana. Nada de ello contaba el preso en sus entrevistas con la secretaria de Justicia María del Carmen Falbo, aunque asegura que �el Servicio tenía dos infiltrados entre los presos�. �Falbo la tenía bastante clara �dice�, porque la mina es re villa�. No opina lo mismo del autocelebrado ex ministro Rubén Citara, que dijo haber llegado haciéndose el malo a Sierra Chica, al séptimo día de motín. �Un petiso que no tenía la menor idea de dónde estaba parado, no sabía ni cuántos presos éramos�. Hacia el final dice que él y el otro negociador eran �candidatos al horno�, pero que se arrepintieron de matarlos porque �arriesgaban demasiado� deshaciéndose de ellos. Consultando en los pabellones pudo armar un petitorio que sirvió de base para acortarle la condena a �unos 200 presos� que al año siguiente se fueron a su casa, salvándose de �la muerte esa�, como vuelve a definir Sierra Chica. �Allá �dice mirando por la luz de la ventana de la comisaría� las celdas de castigo que cerró la doctora eran unas bóvedas con un pozo para el baño, la cama, la mugre, y a las siete de la tarde un ruido, una chapa que se corre. Andás peleando por un pedazo de papel para apoyarte, para que no se te congele la cara. Te tiran agua en el piso. Escuchás unos pájaros, unos caranchos que gritan. Un tipo que se come tres años en Sierra fue. Sierra es así, te atrofia la cabeza, te enloquece, convierten a la gente en tarados o en buchones�. Cae la tarde en ese pueblo donde permanece escondido.
La historia del testigo
El preso que habla está en la cincuentena y es de los que cayeron por primera vez cuando �las cárceles solían estar llenas de guerrilleros�. Recuerda todavía su convivencia en Olmos con �el muchacho que puso una bandera en las Islas Malvinas�, Dardo Cabo, protagonista de la Operación Cóndor. De esa época también es su primer paso por Sierra Chica, cuando la cárcel �era un chupadero y te maquineaban como si lo más normal del mundo�. Claro que, aunque según su óptica, los golpes que el Servicio Penitenciario da hoy son mimos al lado de las quebraduras de huesos de antes, la organización interna de la cárcel, con bandas y buchones, se sigue reciclando.
El preso, un hombre alto que viste prolijamente jean, zapatos, medias blancas y camisa planchada, se considera de la última generación de chorros con códigos. Se muestra orgulloso de saber los secretos de la �profesión�, de haber asaltado bancos y camiones de caudales, y de ser un experto en armas. Se detiene largamente a hablar de su familia: �gente de bien�, madre y hermanas maestras, padre obrero ferroviario, muerto a fines de febrero. �La fiscal Silvia Etcheverri me dejó ir a verlo al hospital �dice�. Cosas como esas, que antes ni las hubiera imaginado, me hacen pensar en cambiar�. Quiere que resuelvan la causa por intento de robo por la que está preso, demorada en la Cámara de San Martín, y �dejar el delito�. En el hampa lo recuerdan como un �buen muchacho�. |
HISTORIA DEL ENEMIGO MASACRADO DE LOS APOSTOLES
Los días de Agapito Lencinas
Por C.A.
Cuando el preso habla del Gapo (Agapito) Lencinas, el buchón líder de la banda masacrada en Sierra Chica, lo hace con la proximidad del puntero de la villa que habla de su rival, ese que vive tres cuadras más allá, y con quien solía espiar por la ventana a alguna vecina, mucho antes de los primeros hechos. Aunque en definitiva Lencinas era la forma más clara del enemigo, tan clara como la delación y la vejación a las que se dedicaba, resulta por momentos como un primo lejano: perverso, conspicuo, traicionero, ruin, pero en definitiva familiar. Justifica por un lado su muerte, la de un superpoderoso producto carcelario, y por otro reivindica su dignidad a la hora de morir: �Le dijeron que se arrodille y no se arrodilló. Corrió tarde porque, cuando lo van a matar, él estaba duro, venía hacía dos días tomando de ésta�, dice, y hace el ademán de llevarse cocaína a la nariz. �Otros se humillaron, pidieron por la madre. Uno no sabe cómo le va a llegar, pero tiene que tenerlas bien puestas y si llega arriba, al barbudo, decirle: �Mirá, hice lo que pude��.
La historia de Lencinas comienza como la de cualquier preso que ingresa joven en la rueda del delito. �Vino en cana por una gilada, como la mayoría. Se fue, y volvió en cana, pero con un homicidio. Y descubrió que los guachos eran lindos, que tomar Rohypnol era piola, que trabajar para el Servicio Penitenciario, cuando nadie lo sabía, era piola. Y siguió teniendo relaciones con la gente del ambiente donde se creía que era una persona. Era un oso de 1,90, una masa de músculos, pegaba como los dioses, tenía un saque terrible con la faca, era Gardel. Tenía sus adulones y hacía y deshacía. Entre sus soldados estaba el gordo (Carlos) Gaitán Coronel, que fue su Sargento Cabral�.
Con Gaitán, el preso supo medirse en la cancha de la cárcel. �El me subestimó y lo maté a palos�, dice. Por si acaso, lo agarró �a bochazos�. ¿Cómo? Además de facas, en la cárcel se usa una media de fútbol con una bocha adentro. �Así lo dejé al gordo�, muestra con las manos una hinchazón exagerada. Claro que con el Gapo nunca se animó, porque �seguro que perdía�. Por eso dice que, �si no hubiera sido en ese motín, Lencinas seguiría reinando y trabajando para el Servicio�. El preso asegura que no hubo colaboración de Lencinas con el intento de fuga de los apóstoles. �Algo sabría porque tenía claro hasta cuántas moscas volaban en Sierra. Pero no avisó porque no sabía cómo venía la mano. No podés ir a dar un dato bardo al Servicio porque el �me parece� te cuesta un chas chas. El Gapo durmió como el mejor y le costó caro�.
En la entrevista, el preso en un momento coincide con el comisario que presencia, junto al funcionario de la Procuración, su relato. �Olmos es la escuela, es la madre de las cárceles�. Allí fue donde Gapo comienza con su banda. Después, cuando es trasladado, siempre se va con alguno de su gente. �Cuando estuvo en la U9, el Gapo tenía montada una organización. Suponete: me mandaba a mí, que era soldado, �a matar a éste�. Yo iba y lo mataba. Pero resulta que yo era un marciano que ni sabía por qué estaba en cana. Entonces me agarraban de los pelos los penitenciarios. Y ahí el Gapo te mandaba un asesor, un abogado que iba a terminar con vos. Igual, en todas las cárceles, como ha cambiado el delito y la mentalidad, está lleno de tarados que quieren quedar bien con los que se autotitulan mejores. Como estos tarados que ustedes llamaron apóstoles y ni siquiera saben hacer un banco�.
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