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VA AL CONSEJO SUPREMO UN GENERAL RESPETADO POR LOS RETIRADOS DE LA DICTADURA
Cómo llevar alegría a los dinosaurios

En lugar de remover a todo el Consejo Supremo después de su desafío a la Justicia civil para entorpecer la investigación del robo de bebés, el ministro de Defensa Lopez Murphy pondrá al frente del organismo a un general que Balza definía como un �futuro Videla�.


Por Martín Granovsky
t.gif (862 bytes) En lugar poner en hora el reloj del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que se quedó clavado en la dictadura, el ministro de Defensa designó al general mejor relacionado con los dinosaurios al frente del organismo. Se trata del general Alfredo Rolando, retirado a fines del año pasado cuando Ricardo Brinzoni asumió la jefatura del Estado Mayor del Ejército. Rolando mantiene una excelente relación con Mario Cándido Díaz, aquel célebre jefe del Estado Mayor Conjunto que chocó públicamente con Martín Balza cuando reivindicó la guerra sucia tras la autocrítica del Ejército.
La movida se produce en medio del escándalo que provocó la decisión del Consejo Supremo del jueves pasado de reclamar para sí la causa del robo de chicos que ahora está en manos del juez Adolfo Bagnasco. Simón Lázara, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, la calificó de �alzamiento� y pidió la remoción de los miembros del Consejo. Martín Abregú, del Centro de Estudios Legales y Sociales, reclamó que el Gobierno actúe �enérgicamente�.
La designación de Rolando no tiene que ver con la remoción ni con la energía. Al contrario. Solo la falta de datos elementales puede cambiar la interpretación de la realidad. Página/12 reconstruyó la secuencia de hechos conectados con la Semana Santa de papel del último jueves:
El Consejo estaba presidido por un dinosaurio, el general retirado Héctor Bianchi. El año pasado Balza pidió a Domínguez la remoción de Bianchi después de que éste le pidió una rectificación cuando el entonces jefe del Ejército consideró �horrorosa y perversa� una frase del Consejo de marzo del �87: �Existió una guerra revolucionaria en la que el gobernante libera su energía política, la sujeta a su imperio y la libera del condicionamiento jurídico, y en ocasiones del ético�.
Domínguez no relevó a Bianchi, y tampoco su sucesor, Ricardo López Murphy, aunque el Poder Ejecutivo tiene facultades para hacerlo.
Aunque la noticia no trascendió públicamente, este diario pudo corroborar que Bianchi presentó la renuncia por iniciativa propia a fines de enero.
El candidato del Gobierno a reemplazarlo fue, de inmediato, Rolando.
Defensa también resolvió que, si había otra vacante, la ocuparía el general retirado Sánchez Negrete.
Mientras el Ministerio discutía los reemplazos, el Consejo seguía adelante con el análisis del pedido de Florencio Varela, defensor de Santiago Omar Riveros y Antonio Domingo Bussi, de que fuera ese organismo y no la Justicia civil el que tomara la causa de los chicos robados, un modo elegante de garantizarse el cajoneo de la pesquisa.
Hace 20 días, el fiscal del Consejo dictaminó en favor de Varela. El Gobierno no lo impidió, aunque pudo haberlo hecho: el ministro de Defensa puede darle instrucciones al fiscal de actuar en un sentido o en otro.
Defensa sabía que el Consejo desafiaría a la Justicia civil. Tampoco lo evitó. Pudo haberlo hecho con una jugada simple y legítima: descabezar a tiempo al Consejo Supremo echando a sus integrantes.
En otras palabras, ni la resolución del Consejo Supremo tomó por sorpresa a López Murphy, ni el reemplazo de Bianchi es una respuesta ágil a los nostálgicos de la dictadura. Más aún: el futuro presidente no es, ni siquiera tarde, la gran esperanza democrática.
El general de división retirado Rolando es el mismo a quien Balza definía el año pasado ante sus colaboradores de mayor confianza como �un Videla del �75�. Página/12 publicó los motivos que permitían la comparación con el jefe que comandaba el Ejército en los meses previos al golpe de Estado de 1976. �Rolando es cuidadoso, prolijo. Y peligrosísimo en el futuro por sus relaciones �solía decir Balza.
La relación más importante de Rolando, que pasó a retiro porque era más antiguo que Brinzoni, era Díaz, un infante como él. Cuando los capitanes Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías confesaron en el Senado que en la ESMA se torturaba, Díaz los criticó no por la tortura sino por hablar. Bien visto por la segunda línea del Ministerio de Defensa durante la gestión de Jorge Domínguez, Rolando fue ayudante de campo de Nicolaides en el Estado Mayor. De los viejos generales, el próximo presidente del Consejo Supremo recibe las simpatías de los retirados Alfredo Arrillaga y Francisco Gassino. Afiliado radical, Arrillaga es el que comandó la recuperación del cuartel de La Tablada después de que el Movimiento Todos por la Patria intentó coparlo en enero de 1989. Fue el responsable de la orden de usar bombas de fósforo cuando el entonces jefe de policía, Juan Angel Pirker, dijo que bastaba con gases lacrimógenos. Gassino era en ese momento el jefe del Estado Mayor. Antes, como oficial de Inteligencia, conoció o participó de la Conferencia de Ejércitos Americanos de Mar del Plata de 1987, célebre por su documento explicando que �la estrategia antisubversiva se compone de ataques e injurias a las Fuerzas Armadas mediante acciones de denuncia, impugnación de ascensos, juicios y movilizaciones�.
El Comando de Institutos Militares, último destino de Rolando antes del retiro, era el lugar que recibía mejor a Gassino, Arrillaga, Díaz o el propio Ramón Genaro Díaz Bessone en los actos y las fiestas.
La decisión que tomó el jueves el Consejo Supremo no es una simple atención a los camaradas de Bianchi como Riveros. Por debajo late una fortísima corriente de reivindicación de la justicia militar, que apunta a recuperar el terreno perdido a comienzos de la democracia.
En 1984, el gobierno de Raúl Alfonsín estableció que cualquier sentencia del Consejo Supremo debía ser apelada obligatoriamente ante la Justicia civil, la única Justicia verdadera en democracia.
Página/12 publicó en octubre del �99 un plan para eliminar la apelación obligatoria. La sola publicación frenó en ese momento la maniobra, al dejar al desnudo un subterfugio legal que oficiales en actividad atribuyeron a la creatividad del general auditor Carlos Cerdá. En la formulación actual, es el fiscal militar quien tiene que apelar cualquier fallo del Consejo Supremo, que entonces pasa al fuero civil. La formulación propuesta por el entonces ministro Domínguez, en la línea Cerdá, decía así: �El fiscal general y los fiscales de los consejos de guerra, dentro de su órbita, podrán interponer los recursos que resulten procedentes, previstos en el artículo 428, respecto de las sentencias dictadas por los tribunales ante los cuales actúan�. Y seguía: �El fiscal general del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y el fiscal de la Cámara nacional de Casación Penal, según corresponda, podrán desistir del recurso, con dictamen fundado�.
Cuando se debatió la reforma del Código de Justicia Militar, en 1984, el diputado de los derechos humanos Augusto Conte inventó un neologismo, pero no tanto, para aludir a los jueces militares. Dijo que eran �contranaturales�. Explicó que formaban una instancia administrativa del Poder Ejecutivo, y que la justicia militar no es un poder independiente, como el Judicial, sino un instrumento del jefe del Estado Mayor, que a su vez es un empleado del Presidente.
El proyecto de Domínguez intentaba una restauración contra natura. También la resolución del Consejo Supremo que López Murphy no frenó a tiempo, y la designación de Rolando que, de paso, llevará una alegría más a los dinosaurios de la dictadura.

 

Claves

El ministro de Defensa no impidió que el Consejo Supremo quisiese avanzar peligrosamente sobre la Justicia civil en la causa de los bebés.
No tomó ninguna medida en contra, y ya antes de la resolución del Consejo del último jueves López Murphy había decidido que el general Rolando reemplazaría al general Bianchi como presidente del organismo.
Bianchi presentó su renuncia a fines de enero.
Rolando pasó a retiro a fin de año. De la última cúpula, era el general más querido por los viejos jefes de la dictadura.
Su principal apoyo era Mario Cándido Díaz, ex jefe del Estado Mayor Conjunto, y en su momento otro referente en actividad de los dinosaurios retirados.
Domínguez quería darle aire a la justicia militar frente a la civil. López Murphy aún no se pronunció en contra de un proyecto de su antecesor.

 

El error de López Murphy

Por Mirta Mántaras *

La presentación del militar genocida Omar Riveros al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas para que se declare competente en la causa por el robo de hijos de desaparecidos importa una ilícita obstrucción a la justicia que debería ser inmediatamente corregida por el ministro de Defensa.
Riveros pretende un dictamen favorable del fiscal castrense con el objetivo de enredar la causa que está en manos de la justicia civil y en la que fue dos veces citado infructuosamente a prestar declaración indagatoria.
Si el ministro de Defensa, el economista Ricardo López Murphy, actuara como si tribunales militares fuesen independientes y escaparan a su competencia, cometería un error garrafal, impropio del sistema democrático: los tribunales militares tienen naturaleza administrativa y dependen del Ministerio de Defensa y del presidente de la Nación en su carácter de comandante de las fuerzas de aire, mar y tierra.
Los tribunales militares no tienen independencia porque no integran el Poder Judicial (uno de los tres poderes del Estado). Son de naturaleza administrativa (parte del Poder Ejecutivo que tiene prohibición constitucional de intervenir en causas judiciales) y actualmente sólo actúan cuando se trata de faltas y delitos esencialmente militares.
Es así porque la finalidad del juzgamiento de la conducta de los miembros de las Fuerzas Armadas es la de mantener la disciplina y el buen servicio.
Además, tampoco podrían intervenir los tribunales militares en los delitos cometidos durante el terrorismo de Estado impuesto en 1976, que incluye el robo de niños, porque perdieron esa facultad extraordinaria hace más de una década con la Ley 23.049 dictada durante el gobierno radical para lograr la �autodepuración� de las Fuerzas Armadas.
Esa ley establecía que los tribunales militares debían juzgar a sus pares que habían cometido crímenes represivos dentro de un plazo razonable. El Consejo Supremo resolvió que �no se había cometido ningún delito y que las víctimas se habían concertado para mentir�, razón por la cual, por aplicación del artículo 10 de la Ley 23.049, las causas pasaron definitivamente al juzgamiento por parte de las cámaras federales.
Contrariamente a lo que pretende el genocida Riveros y hasta ahora consiente López Murphy, los tribunales militares dependen del Ministerio de Defensa y de las instrucciones que su titular imparta, basándose en la simple aplicación del Código de Justicia militar: su artículo 16 dice: �El Consejo Supremo depende del Ministerio de Defensa...�; su artículo 48 dice de que el �fiscal general del Consejo Supremo dependerá del Ministerio de Defensa...� y su artículo 57 dice: �El auditor general... dependerá del Ministerio de Defensa...�.
Que el defensor de Riveros busque cualquier argucia ilegal en favor de su defendido, es explicable. Que el ministro de Defensa haya �ignorado� las normas no lo es. Si López Murphy sabía que el Consejo estaba por adoptar una postura contraria a la política de derechos humanos y a los compromisos internacionales del Estado argentino, debió haber removido oportunamente a todos sus miembros.

* Abogada de Derechos Humanos.

 

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