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Carta
de un ingeniero a otro
Por Rafael Bielsa |
No recuerdo lo que dijo que sintió el ingeniero Santos cuando, tras
perseguir a quienes lo habían robado, mató. En cambio el ingeniero
Feijóo dijo que había tenido �suerte�, que sintió que o era él o
eran ellos, que �no estamos preparados para quitarle la vida a una
persona�, y después lloró y tuvo que ser internado por una crisis de
nervios. Lo propio sucedió con el ingeniero cordobés Zozaya, �sumido
en una gran depresión� y a punto de mudarse por temor a las
represalias.
Existe una relación directa entre el esponsoreo público a la retórica
de meter bala, y el creciente armamentismo civil. No por casualidad
durante 1999 en Argentina �esto es, en pleno regodeo del exterminio al
delincuente, devaluando los fundamentos de la delincuencia� se compró
en el circuito legal un 27 por ciento más de armas que en 1998, y ahora
mismo se adquiere una cada 10 minutos. De las 1.932.462 armas registradas,
el 60 por ciento está en poder de usuarios civiles, lo que equivale a
decir que alrededor del 1,5 por ciento de la población mayor de 20 años
tiene una.
También existe un riesgo: que el merchandising de la dureza cristalice, y
adquiera consistencia de ideología. ¿Hace falta recordar cuántas veces
el mundo de las palabras tiene consecuencias sobre la realidad?
El Estado prepotea con la mano dura. Sin embargo, sucede que la gente
desconfía de él; sus principales instituciones tienen bajísima
credibilidad pública, y un testimonio del malestar está dado por el
hecho de que más del 40 por ciento de las llamadas que recibe el Centro
de Reclamos e Información Ciudadana de Buenos Aires es para protestar, no
para saber. Y como los individuos asociamos nuestra forma de reaccionar a
nuestra forma de pensar, y nuestro pensamiento a la tradición imperante,
la violencia que el Estado da por buena pasa por el alambique de la
inseguridad, y se transforma en estímulo para ejercer violencia por mano
propia.
Toda sociedad necesita la verificación permanente de cuáles son las
conductas compartidas que benefician al individuo. Cuando las identifica,
necesita que el tiempo las sacralice para que de allí nazca el espíritu
comunitario. Este es el sentido profundo del clásico relato acerca del
césped de la Abadía de Westminster, donde reposan Newton y Darwin. �¿Por
qué es tan verde el césped de la Abadía?�, le pregunta un paseante al
jardinero. �Porque lo regamos todos los miércoles, sin falta�. �¿Nada
más que eso?�, se sorprende el curioso. �Sí, además de que lo hemos
venido haciendo durante los últimos quinientos años.�
Nuestro país carece de certezas sobre temas constitutivos del modelo de
sociedad, porque la prédica ha sido errática y no ha habido tiempo para
comprobar a fondo sus bondades, defectos y consecuencias. Que una
provincia argentina pase, en materia de seguridad, de León Arslanian a
Aldo Rico, con estaciones intermedias en Osvaldo Lorenzo y Carlos Soria, y
prosiga con Ramón Verón (hombre de Pedro Klodczyk), todo a lo largo de
dos años, es lo mismo que sustituir al cristianismo como sistema
simbólico capaz de hacerse cargo de la dimensión enigmática del mal,
por algún desorientado rito luciferino.
Con esto, como con tantas otras cosas. Del peronismo a la revolución
libertadora, del corporativismo protomonárquico de Juan Carlos Onganía
al socialismo nacional del �73, del isabelismo lopezrreguista terminal
al liberalismo sanguinolento del �76, del Nunca Más al Punto Final, la
Obediencia Debida y los indultos, de la Revolución Productiva al 14 por
ciento de desocupación, todo en 50 años. Así, no hay modo de
transformar la experiencia colectiva en conciencia individual, y el
individuo se desdibuja en su expresión social, que pasa a ser un número
y se repliega sobre sus necesidades o apetitos inmediatos.
Somos herederos de una tradición que convierte la renuncia cristiana en
principio de salvación, pero esta tradición ha sido tan desdibujada por
nuestra historia que el principio de salvación pasó a ser el rescate a
cualquier costo.
En punto a política criminal, no me estoy refiriendo a aumentar las penas
a autores de delitos contra la propiedad que empleen armas de fuego, o a
asociar denegación de la excarcelación con aumento de la reincidencia,
sino a la perniciosa expropiación lisa y llana del discurso de la
víctima (que finalmente tiene explicación si el sufrimiento la hace
reclamar la ley del talión), cuando el deber del gobernante no consiste
en mimetizarse con una víctima que él no es, sino en tratar de que haya
menos.
El ingeniero Feijóo mató, y luego comprendió la proximidad
incontrolable de algo que puede abolirlo: todos haciendo lo mismo. �Ojo
por ojo y el mundo acabará ciego�, decía Gandhi. Por eso sintió culpa
y malestar. El filósofo Ricardo Bergel habla de ese enigma que persiste
en el corazón del hombre, al que los griegos llamaron crimen, ceguera del
alma, violencia. Interrogante al que los judíos respondieron con el
misterio de la infancia, el Marqués de Sade con la ferocidad de la
naturaleza y otros, sencillamente, con la noche oscura del corazón.
Algunos gobernantes hostigan a ese enigma cuando vociferan mano dura, y
otras recetas inservibles. Todos conocemos la historia de la caja de
Pandora.
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