Por Diego Fischerman
Duke Ellington dijo alguna vez que el jazz no era una música sino una manera de hacer música. El rumbo posterior de los acontecimientos le dio, por supuesto, la razón. Que Piazzolla participara en festivales de jazz, que los grupos Oregon o CoDoNa (Colin Walcott, Don Cherry, Nana Vasconcelos) fueran considerados grupos de jazz y que músicos como el salteño Dino Saluzzi o el francés Rénaud García-Fons sean hoy músicos del género abona la hipótesis. La palabra significa, actualmente, mucho más una metodología ligada a la improvisación (o a su espíritu) a partir de materiales populares, que ese lenguaje preciso surgido desde las versiones que los esclavos del sur de los Estados Unidos hacían de canciones religiosas, bailes y rondas infantiles de colonos ingleses y franceses. Desde ese punto de vista, el notable disco llamado Thimar, que acaba de publicar ECM, hubiera hecho las delicias de Ellington. Y, por suerte, no sólo las suyas.
El responsable de nuclear a un trío tan bueno como improbable es el virtuoso del oud Anouer Brahem. Nacido en Halfaoaouine, Túnez, en 1958, este cultor del viejo instrumento árabe que Occidente convirtió hace unos diez siglos en el laúd, viene con una larga experiencia en eso de juntarse con músicos de trayectorias y nacionalidades diversas. En Barzakh (1991) había tocado junto al saxofonista noruego Jan Garbarek (alguna vez compañero de cuarteto del pianista Keith Jarrett) y en Khomsa el acordeonista francés Richard Galliano. En su último trabajo, los compañeros de aventura son dos británicos: el saxofonista y clarinetista John Surman �uno de los que, mucho antes de la moda celta, dio entrada al folklore inglés dentro del jazz� y el excelente contrabajista Dave Holland �partícipe de varios de los mejores discos de jazz de los últimos treinta años, empezando por Filles de Kilimanjaro de Miles Davis y terminando en su propio y reciente Points of View�. Saxo soprano y clarinete bajo (los extremos del registro), contrabajo y oud. Temas con nombres como �Kashf� o �Al Hizam Al Dhahbi�. Frases con antecedentes de siete tiempos y consecuentes de nueve. Y una interacción verdaderamente sorprendente si se tiene en cuenta que hasta la grabación de este disco lo tres se conocían sólo a través del disco. Brahem cuenta que escuchó por primera vez a Surman en Road to Saint Ives, de 1990, y lo sorprendió �su extraordinario sentido de la melodía�. A Holland lo venía siguiendo desde antes pero fue con Angel Song (donde toca con Kenny Wheeler en trompeta, Lee Konitz en saxo y Bill Frisell en guitarra) cuando el contrabajista terminó de impactarlo: �escuche todo el disco siguiéndolo a él. En un cuarteto sin batería, es notable como Dave logró ser el corazón, el latido de la música. Y su sonido es tan bello; poderoso pero redondo, nunca áspero o agresivo�. El propio Brahem agrega: �Estoy realmente impresionado con el compromiso de Dave Holland y John Surman al hacer este disco. Colaboraciones de esta clase pueden ser bastante peligrosas. Muchas veces músicos de diferentes culturas se encuentran sólo superficialmente. En nuestro caso lo que hubo fue un encuentro real. Un encuentro que tuvo que ver con la esencia de la música.
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