Declinaciones
Por Juan Gelman |
Narran los testigos que en 1992, en la flamante ópera del barrio parisino La Bastille, más de tres mil personas aplaudieron a rabiar la presencia en el escenario de Yves Saint-Laurent. Se cumplían 30 años de la apertura de su casa de modas y el famoso diseñador, sostenido por su socio, sucesor y ex amante Pierre Bergé y por su primera clienta Catherine Deneuve, balbuceó algunas palabras de agradecimiento. A sus 55 años estaba hinchado de cuerpo y divagante de habla. Lo llevaron luego a un encuentro con Rudolf Nureyev, otro ex amante, para entonces envuelto en una sábana y devorado por el SIDA. Así celebró tres décadas de fama y de riqueza: entre la gran belleza de una actriz y el anticipo de muerte de un gran bailarín. Parece una imagen apropiada para describir los cambios que la haute couture padeció durante y por la era Saint-Laurent y la curva que éste recorrió.
Nacido en Orán de familia francesa, en la Argelia bajo dominio colonial, fue un niño delicado sujeto al cariño devorador de su madre. Buen dibujante desde chico, tal vez las asfixias hogareñas lo empujaron de adolescente a buscar encuentros furtivos con muchachos árabes de la calle. Años después diría que esas experiencias lo hacían sentir �como un asesino�. El padre lo envía a París, Dior ve uno de sus diseños y lo contrata. Yves tenía 17 años. A los 21 ya era jefe de diseño de la casa.
El servicio militar obligatorio imprimió un giro sin retorno en su vida y su carrera. Alojado en el dormitorio común de los conscriptos, vestido con las burdas telas de la ropa militar y obligado a pruebas físicas que nunca había conocido, Saint-Laurent sufre a los 19 días de milicia una severa depresión nerviosa, es internado en el Hospital Militar y luego trasladado a una institución para enfermos mentales. Pierre Bergé, su amigo y sobre todo ambicioso empresario que había tomado buena nota de las capacidades de Yves, mueve cielo y tierra hasta que lo dan de baja del hospital y del ejército. Y pasa a controlar vida y obra del diseñador, que había sido reemplazado en Dior en previsión de sus dos años de servicio militar. Bergé consigue un crédito bancario y pocas semanas después se inaugura la casa Yves Saint-Laurent con un primer desfile de modas. El éxito es inmediato y duradero.
Librado a su talento y a su rica imaginación, Saint-Laurent descubre rincones inéditos de la moda femenina, emplea el cuero, metales, telas transparentes, inventa pantalones de toda ocasión, rompe esquemas con diseños inspirados en el atuendo de los años �40. Se convierte en otro de los monarcas indiscutidos del mundo de la moda. Un mundo con pocas reinas �Elsa Schiaparelli, Coco Chanel� y sobre todo de hombres, algunos, ex militares como Dior y Molineaux. A los que es difícil imaginar que reaccionaran como Saint-Laurent ante una modelo que había aumentado de peso: le prueba un vestido y aúlla �¿y estas cosas qué son?� señalándole los pechos engordados.
En 1966 Yves y Bergé revolucionan ese mundo. Instalan una casa SaintLaurent en la Rive Gauche parisina que vende en masa modelos del diseñador, los notorios prêt à porter. Terminaba en buena medida la noción de exclusividad de la alta costura y la situación se invierte: lo que era antes secundario con respecto a la ropa �es decir, perfumes, lápices labiales, rimmels y demás accesorios de la moda- pasa a un primer plano. Se extiende la venta de ropa de confección, sí, pero de marca, y la haute couture �salvo para los riquísimos� declina a la dimensión que habita ahora: sirve para promover perfumes y no al revés.
Es un cambio lucrativo, pero destructivo para Yves. En vez de dos desfiles por año, organiza cuatro. A los 40, siempre uncido al yugo de Bergé, es un hombre agotado que se apoya en el alcohol y las drogas duras. Se retira y se instala en Marruecos, donde alterna el uso de LSD y cocaínacon el de jóvenes árabes en un ocaso periódicamente interrumpido por internaciones en el Hospital Americano de París. En 1993 el empresario Bergé vende el negocio por 650 millones de dólares. El inventor SaintLaurent, física y mentalmente devastado, vive en completo aislamiento y ya ni habla con su madre.
Según Roland Barthes, el etnólogo estadounidense A.L. Kroeber ha probado �de manera absolutamente irrefutable� que el ritmo de cambio de la moda se caracteriza en el tiempo por una profunda regularidad, de manera que la moda futura será en algún momento la pasada. En consecuencia, dijo el estructuralista francés en 1967, las faldas de comienzos del siglo XX �deberían ser largas otra vez en el año 2020 o 2025�. Bueno. Tal vez me valga más volver al tema en esos años.
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