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HOY COMIENZA EL II FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTE 
Buenos Aires, paraíso para cinéfilos

Durante diez días, cerca de 200 películas, en once salas, marcarán el pulso de una muestra que pone a la ciudad en el mapa del mundo.

�The Hole�, del malayo radicado en Taiwan Tsai Ming-liang, será proyectada hoy en una función especial.
�Esperando al Mesías� (arriba), de Daniel Burman. Uno de los tres films argentinos en competencia. 


Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) Cerca de doscientas películas. Once salas funcionando sin parar, desde media mañana hasta casi la mañana siguiente. Una muestra competitiva de largos, otra de cortos, más de una docena de paralelas. Films provenientes de todos los rincones del mundo, desde el off-Hollywood hasta Extremo Oriente y desde el más refinado cine europeo hasta la película latinoamericana producida en las más precarias condiciones. Mesas redondas, encuentros, seminarios. Alrededor de un centenar de invitados de primer nivel, entre cineastas, productores, programadores de festivales, críticos de cine y representantes de fundaciones internacionales. Puede ser que al mundo no, pero es seguro que los diez días que durará el II Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (desde hoy hasta el domingo 16 de abril) van a conmocionar a la ciudad de Buenos Aires. 
Organizada por el gobierno porteño y con dirección artística de Andrés Di Tella, el festival quedará oficialmente inaugurado hoy a la noche, con la proyección de The Hole, de Tsai Ming-liang. La función, sólo para invitados, contará con la presencia del realizador de El río y de su actor fetiche Yang Kuei-mei (ver aparte). Mañana al mediodía, el festival abrirá sus puertas al público. El interés despertado se expresa en una cifra: más de diez mil entradas se llevan vendidas en forma anticipada, desde el 23 de marzo, cuando se habilitaron las boleterías. Como resultado, el cartelito de �entradas agotadas� cuelga ya para varias funciones, antes de que arranque el festival. Debe recordarse que para las funciones en las siete salas del complejo Hoyts Abasto, pueden adquirirse entradas con antelación, en el propio complejo o por teléfono, al 4114-2463 (todos los días, de 10 a 23.30; 50 centavos de recargo por venta telefónica). En los cines Cosmos, Lorca, Lorange y sala Leopoldo Lugones del teatro San Martín, las localidades estarán a la venta el día mismo de la función, siempre a $3.50. 
Además de Tsai Ming-liang, ya están llegando Darren Aronofsky (director de Pi), Alex de la Iglesia (el de El día de la bestia y Perdita Durango), Claude Lanzmann (realizador de la legendaria Shoah) y el argentino radicado en Francia Edgardo Cozarinsky. Vienen, además, Paz Alicia Garciadiego, guionista de cabecera de Arturo Ripstein, y el productor de casi todas las películas de John Cassavetes, Al Ruban, acompañado de Seymour Cassel, uno de sus actores emblemáticos. Y representantes de los festivales de Sundance, Nueva York y Toronto, entre otros. Como ocurre en todo evento de este tipo, la atracción central se concentrará, obviamente, en la muestra competitiva. Integrada por dieciséis películas de todos los orígenes, el hecho de que se trate de primeros o segundos films permitirá al público porteño asomarse al cine que viene. Las funciones de la competitiva (que consagró el año pasado a Mundo grúa, After Life y La manzana) tendrán lugar todos los días, en la sala 10 del complejo Hoyts Abasto, a razón de dos presentaciones por jornada (a las 20 y 22) y repetición al día siguiente (a las 15 y 17). 
Habrá tres películas argentinas en competencia: No quiero volver a casa, de Albertina Carri, 76 89 03 (codirigida por Flavio Nardini y Cristian Bernard) y Esperando al Mesías, de Daniel Burman (el de Un crisantemo estalla en Cincoesquinas). Llegan con muy buenos antecedentes las francesas Recursos humanos y La vie ne me fait pas peur. Habrá que prestar atención a la japonesa Moonlight Whispers y la hongkonesa The Longest Summer. No pasará inadvertida julien donkey boy (se escribe así, con minúscula), film cuasi experimental dirigido por el joven guionista de Kids, Harmony Korine, que es además la quinta entrega del célebre Dogma danés. Por fuera de la competencia, la sección �Panorama del Cine Independiente� hará honor a su título, con sobreabundancia de cineastas consagrados. Firmas como las de Scorsese, Jarmusch, Kiarostami, Rohmer,Tavernier, David Lynch, Soderbergh, eximen de mayores comentarios. Sí conviene resaltar lo nuevo de la alemana Doris Dörrie (Iluminación garantizada), del finlandés Aki Kaurismäki (Juha), L�Humanité (consagrada en Cannes �99) o un par de representantes emblemáticas del nuevo cine francés hecho por mujeres (Rien à faire y Piel nueva, esta última dirigida por la hija del eminente Gilles Deleuze). Y, de nuevo, las que vienen del Lejano Oriente, ya se trate del conocidísimo Zhang Yimou (Ni uno menos, reciente ganadora en Venecia) como de la japonesa Hakuchi o la coreana Lies, a la que no por nada se le dedicará una noche especial. Historia de amor sado-maso, Lies promete ser �por lejos� lo más revulsivo del festival.
¿Hace falta enfatizar la importancia de la retrospectiva Cassavetes, un despliegue completo de su obra, desde Shadows hasta Torrentes de amor? ¿Es necesario recalcar lo bueno que será ver, de un saque, toda la filmografía de dos cineastas en plena ebullición creativa, como son Tsai Ming-liang o Julio Medem? ¿Señalar que muy de tarde en tarde se tiene el privilegio de asistir a un ciclo como �Welles inédito�, rara colección de miniaturas del gran Orson? Tal vez resulte menos redundante recomendar el ciclo �La banalidad del mal�, dedicado al Holocausto y sus consecuencias. O los cortos nunca vistos de Bergman, Kiarostami y Ripstein, parte del alud de cortometrajes que se descargará sobre el cine Cosmos. Asomarse al cine argentino del 2000, asistiendo a las funciones de �Cine Argentino Inédito�. Dormir tarde, por culpa del �Cine de Medianoche� en el Cosmos, con sus clase-B de los 50 (entre ellas, una que se proyectará en 3D, con anteojitos y todo), lo nuevo de Alex de la Iglesia o la fulgurante presentación del japonés Miike Takashi, flamante descubrimiento de la cinefilia internacional. En suma: sacarle el jugo al festival, hasta el último fotograma.


Los films en competencia

El año pasado los films La Manzana, Mundo Grúa y After Life ganaron en la sección competitiva. Para la actual edición son 16 las películas en competencia, tres de ellas argentinas. Esta es la lista:

A traves da janela, de Tata Amaral (Brasil)
Navrat Idiota, de Sasa Gedeon (Rep. Checa)
Recursos humanos, de Laurent Cantet (Francia)
Shower, de Zhang Yang (China)
The Longest Summer, de Fruit Chan (Hong Kong)
East is East, de Damien O�Donnell (Gran Bretaña)
Soft Fruit, de Christina Andreef (Australia)
julien donkey boy, Dogma 5, de Harmony Korine (EE.UU.)
Ratas, ratones, rateros, de Sebastián Cordero (Ecuador)
Moonlight Whispers, de Shiota Akihito (Japón)
Un banco en el parque, de Agustí Vila (España)
La vie ne ma fait pas peur, de Noemi Lvovsky (Francia)
Come te nessuno mai, de Gabriele Muccino (Italia)
No quiero volver a casa, de Albertina Carri (Argentina)
Esperando al Mesías, de Daniel Burman (Argentina)
768903, de F. Nardini y C. Bernard (Argentina)

 

�MAGNOLIA�, de P.T. ANDERSON, CON TOM CRUISE y julianne moore
La importancia confundida con hinchazón

Por L.M.

Con apenas treinta años y dos películas en su haber, el director norteamericano Paul Thomas Anderson ya venía dado mucho que hablar en Hollywood, particularmente con la irreverente Boogie Nights, retitulada en la Argentina como Juegos de placer. A diferencia de esa película, que tenía un humor mordaz, corrosivo y un espíritu contestatario, y que reflejó como pocas el estado de la sociedad norteamericana en los años �70 a través del mundo del cine porno, su tercer largo, Magnolia �ganador del Oso de Oro en el último Festival de Berlín� es una obra moralista, pretenciosa, infatuada, pero sobre todo solemne, que se toma demasiado en serio a sí misma y a sus personajes. Durante tres horas nueve minutos, P.T. Anderson se pone en el lugar del demiurgo y va tejiendo -trabajosamente, con un esfuerzo evidente� nueve historias simultáneas, que hablan del azar, la soledad, el desamor y la necesidad del perdón y la reconciliación familiar. 
Entre esas muchas vidas paralelas �un recurso que ya había desarrollado antes y mejor Robert Altman en Ciudad de ángeles� están las de un magnate a punto de morir de cáncer (Jason Robards); su mujer (Julianne Moore), que se casó por dinero y recién ahora, antes del momento final, descubre que lo ama; y el hijo pródigo del moribundo, una estrella de la TV, que se ha hecho famoso como un fanático cultor del machismo. Este personaje le permite a Tom Cruise �lágrimas y arrepentimiento mediante� todos los desbordes para los que no está preparado como actor y que tan sabiamente supo controlar Stanley Kubrick en Ojos bien cerrados.
No son los únicos que sufren en este film, que parece destinado a su proyección en alguna reunión evangelista. El veterano animador de un popular programa de televisión de preguntas y respuestas tiene en su vida familiar un secreto inconfesable, que lo ha apartado irremediablemente de su hija, sumida en la depresión y las drogas. Un antiguo participante de ese programa ahoga sus penas con el alcohol de sólo pensar que alguna vez fue un niño prodigio y ahora trabaja como dependiente en una casa de electrodomésticos regida por unos musulmanes avarientos. A su vez, el padre de uno de esos chicos que compiten en el programa descarga todas sus frustraciones en la figura de su hijo, que resulta humillado en cámara...
Intentando poner remedio a tanta miseria, andan por allí un policía y una enfermera, que son como los santos inocentes: dos criaturas ignorantes, pero sensibles en un mundo cruel, la clase obrera que se ha ganado un lugar en el paraíso. Un final entre apocalíptico y evangelizador se ocupa en Magnolia de que todos lloren, amen y hagan sus respectivas catarsis, un poco a la manera de Belleza americana, en la que cada conciencia culpable tiene su posibilidad de redención. 
Aunque más no fuera por su música abrumadora, omnipresente �al punto que llega un momento en que se extraña no poder apagar la banda de sonido como si fuera una radio�, Magnolia es esa clase de película que, trágicamente, confunde importancia con hinchazón.

 


 

La vieja y querida comedia brillante

a directora Chantal Akerman abreva en las fuentes de la comedia de la época de oro y hace de �Un diván en Nueva York� una relectura en clave del cine de Howard Hawks.

William Hurt y Juliette Binoche, como el agua y el aceite.
No son Cary Grant y Katharine Hepburn, pero se las arreglan.

Por Luciano Monteagudo

Hay films esenciales en la historia del cine, auténticos clásicos que, como tales, son siempre modernos y que nunca dejan de ejercer su influencia. Uno de ellos es Bringing Up Baby (1938), la más maravillosa de las comedias de Howard Hawks, conocida en Argentina como La adorable revoltosa y también, en versión más castiza, como La fiera de mi niña. Sobre ese modelo �considerado como la quintaesencia de la comedia norteamericana en su período de oro� vuelve su mirada la realizadora belga Chantal Akerman en Un diván en Nueva York, la primera de sus películas que se conoce en Argentina, a pesar de que su nombre circula por el circuito de festivales internacionales desde fines de los años �70, cuando se dio a conocer con Les rendez-vous d�Anna. 
Claro que Akerman �a diferencia de Peter Bogdanovich en ¿Qué pasa doctor?, otra de las vueltas de tuerca sobre Bringing Up Baby� no pretende recuperar las claves perdidas del género sino en todo caso, desde su posición de europea, acercarse de una manera menos literal, más oblicua. 
Su película empieza con el clásico enredo de rigor, que no necesita de demasiadas explicaciones. El afamado psicoanalista Henry Harriston (William Hurt), harto de sus pacientes y de su prometida, decide hacer una pausa en su vida y coloca un aviso en el International Herald Tribune, en el que propone intercambiar por un par de semanas su departamento de la Quinta Avenida por algo similar en París. No será, sin embargo, ni parecido. Mientras que la bailarina Beatrice Saulnier (Juliette Binoche) queda fascinada por el lujo que encuentra en el piso de Nueva York, Harriston no puede ocultar su perplejidad por la caótica buhardilla que le tocó en suerte.
Cada uno, a su vez, hereda algo del otro. En el caso de Harriston, son los numerosos amantes de la bailarina, que no cesan de llamar por teléfono y hasta de irrumpir en su cama, para extrañarla un poco menos. A su vez, del otro lado del Atlántico, Beatrice descubre la curiosa fauna de pacientes desesperados del psicoanalista, a quienes ella �en un gesto que es tanto de irresponsabilidad como de afecto� decide atender, considerando que lo único que tiene que hacer es poner un poco la oreja. 
Lleva unos cuantos minutos acostumbrarse a la deliberada ingenuidad de todo el planteo, psicoanálisis incluido. Pero a medida que la película se va desarrollando y, sobre todo, cuando Henry decide volver de improviso a su casa para terminar tratando todas sus angustias con Beatrice �que nunca lo vio siquiera en fotos�, Un diván en Nueva York va encontrando su tono, e incluso su ritmo, que es exactamente inverso al de Hawks. 
Por supuesto, Hurt y Binoche no tienen nada que ver con Cary Grant y Katharine Hepburn, pero así y todo él se las ingenia para ser el rígido hombre de ciencia atribulado por una situación fuera de control, mientras ella, la adorable revoltosa, no deja de manifestar la vitalidad, franqueza y desinhibición que le exige su personaje. A su vez, si Hawks �según él mismo lo confesaba� aceleraba diálogos y situaciones hasta sus límites, Akerman procede de manera completamente opuesta, como si quisiera experimentar el revés de la trama. Este método produce �junto al rodaje,desarrollado casi íntegramente en estudios de Berlín� un cierto extrañamiento, una determinada abstracción, a la que contribuye la sofisticada fotografía de Dietrich Lohmann (que supo ser colaborador de Rainer Fassbinder) y la elegante música de la violinista Sonia WiederAtherton, que concluye con una notable reedición del clásico �Night and Day�, de Cole Porter.

 

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