Por Andrés Glass
Cuando habla, elige el tono de un patotero. Como tal, provoca, es arrogante y repite una frase varias veces: �Conmigo no te metás�. Ya entrado en calor, Baby Echecopar comienza su derrotero, una cascada de insultos y quejas sobre un repertorio limitado: el cepo, la crítica (que es siempre injusta y se equivoca) o la DGI. Para merecer su atención, debe cumplirse con un solo requisito. Haberlo molestado durante la semana.
Es el nacionalista número uno y el defensor máximo de su propia persona. Cree que su descontrol encierra, para muchos, un atractivo irresistible, y por eso lo lleva al tope. Cada vez con más soltura, porque ya no tantea en la tevé de aire sino que se la apropia. Y lo curioso es que el rating no le es esquivo. Un promedio de 3,9 puntos (según mediciones de la empresa Ibope) en la trasnoche demuestra que existe una troupe de sadomasos siempre listos para disfrutar de su desprecio.
La última emisión lo mostró en el esplendor de su violencia: crispó verba y estilo. Convirtió a la intolerancia en su marca, y la exhibió orgulloso en la medianoche de América. Hace tiempo que dejó de ser �como en el cable, en sus comienzos� un provocador que causaba gracia. Si hubiera podido, el domingo pasado Echecopar se habría �ido a las manos� porque lo suyo no son los argumentos. Le gusta pasar a la acción: romper en pedacitos una revista que lo critica, acercarse a cámara con gesto de �yo a vos te mato� cuando un llamado no lo adula, pegarse en el pecho mientras invoca, irónico: �Que me fusilen en la plaza pública�.
Para entenderlo es importante saber que nunca exagera. Por el plazo de una hora, se convierte en el centro del mundo, y como tal puede dedicar quince minutos a insultar a la agente �gorda y soberbia� que le puso un cepo en la semana, y a acusar a la DGI de investigarlo para encubrir a la primera plana radical que vive en San Isidro, su barrio. Si un llamado no le gusta, pone cara de �a mí no me importa� y lo corta. Otras veces escucha, y después pasa el número al aire para que su barra �se ocupe� del infiel de turno. Hay, cada tanto, una tercera opción, su frase-muletilla: �Qué boludos que son los argentinos�.
Sin detener su furia verborrágica, el domingo expuso sus convicciones: llamó piratas a los ingleses, pidió una �misa de todo el pueblo� por Malvinas, reclamó cintas celestes y blancas en los balcones y calcomanías antidroga �de su factoría� en todas las ventanas. Se regaló un minuto para ser mordaz: �Traigan un cricket para levantarle el culo a la gorda que llamó desde San Isidro�. Y lanzó una carcajada para festejar su propio chiste. En el momento de los llamados, junto al obsecuente Eduardo, de Claypole, criticó la tevé procaz que �muestra chicas en bolas a la tarde�, y ante Norma, de Lanús, desestimó una denuncia de acoso sexual. �Yo en eso no creo �dijo� es puro cuento.� Después sonrió, cómplice, a un séquito que la cámara nunca enfoca, una legión que no se sabe si está o no, pero le sirve para abrir el juego socarrón y no galopar solo en su vituperio.
El ángel es actor �representa el monólogo �Un solo argentino�, todos los fines de semana en el Teatro de la Comedia� y conoce las reglas de las tablas. Sobre el desenlace, llegó entonces una confesión y una catarsis: �Me critican y me pegan. Y yo tuve un solo hermano y se lo di a las Malvinas�, gritó Echecopar en una emisión a tono con el reproche, la del 2 de abril. Final para una hora en la cual pocos quedaron al margen de su veneno. El ángel levantó, orgulloso, el ideal de una Argentina reaccionaria que en escasos territorios se muestra tan franco, sin disimulos. Es que el patotero no admite vueltas ni medios tonos. En su mundo, manda una frase: �Yo me la banco�.
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