OPINION
Palpitos Por
J. M. Pasquini Durán |
El
gobierno nacional vive al día, zarandeado por los grupos de presión
que operan dentro y
fuera del país. Con gestos, hechos y palabras sus componentes no han
logrado dibujar en el imaginario popular qué clase de país van a
construir durante el cuatrienio. No hay horizonte firme ni camino
trazado y son más las preguntas que las respuestas. Hasta el momento,
las únicas certezas transmitidas son tres: quieren eliminar el
déficit fiscal, pagar la deuda externa y conformar al Fondo Monetario
Internacional (FMI). Sobre los demás asuntos públicos, en especial
los que angustian a la mayoría, sólo ofrecen un largo sumario de
títulos, como el proyecto de un libro que no está escrito, y de
lógicas encadenadas con sucesos hipotéticos que van a ocurrir.
Por ejemplo, esta hipótesis: si baja el déficit, cae el riesgo�país,
aumenta la confianza, disminuye el costo del dinero, sube la
inversión, la recesión deja paso a la producción y con ella se
multiplica el empleo, mejoran los salarios y la gente es más feliz.
Para que este efecto dominó se produzca, empiezan por el déficit,
recortando los gastos y aplicando impuestos extraordinarios. Sí,
reconocen, eso es antipático, impopular, pero no importa porque se
trata, al final, de la futura felicidad de la gente. Por lo pronto,
las terminales automotrices están más contentas, porque mediante el
�plan canje� el Gobierno transfirió al sector la bonita suma de
mil millones de pesos, la mitad de lo que piensa recaudar con los
nuevos tributos. De ese modo, logró un aumento significativo de la producción
pero no del empleo, por ahora. Bueno, por algo se empieza, ¿no?
Otra hipótesis: cuando la recesión termine, las empresas
necesitarán el incentivo legal indispensable para contratar personal
sin el peso de gravosas indemnizaciones, de contratos sin término y
de onerosas contribuciones sociales, o, por lo menos, �blanquear�
a los trabajadores con la misma diligencia con que se blanquean
capitales. De ahí que, en opinión oficial, urja la sanción de la
reforma laboral, que no termina con la recesión ni genera empleos,
pero mejorará la �empleabilidad�. Por el momento es dudoso que
alguna empresa contrate más trabajadores que no necesita o quiera
ahorrar una parte de impuestos que no paga en su totalidad, pero
sabiendo que la ley existe ya puede programar lo que hará a partir
del día, por el momento impreciso, de la reactivación. Eso dicen.
Mientras tanto, los empleadores usan el recurso del trabajo en negro o
imponen condiciones leoninas en los contratos laborales, pero claro,
con el remordimiento de la ilegalidad. ¿O no? Quizá los desocupados
comprendan, eso espera el Gobierno, que esta reforma es la luz al
final del túnel y sepan agradecerla, haciendo caso omiso de las
razones críticas de los sindicatos quejumbrosos, sobre todo cuando se
están restringiendo el número y los montos de los planes
asistenciales debido a la necesidad de reducir el déficit. Debido a
estos recortes, todo será peor en el corto plazo, pero después... ya
van a ver.
Si no existiera, la pesada carga de sufrimientos y decepciones que
dejó la década pasada, sobre todo en la última mitad, es probable
que las ganas de creer serían más abundantes en la población que
votó con expectativas generosas por la renovación presidencial. Si
fuera aceptada la lógica de las predicciones gubernamentales hasta
podría despertar entusiasmos, en lugar del pegajoso agobio o la
apatía. En cambio, sin confianza ni entusiasmo, la hipersensibilidad
social registra las ineficiencias y los deslices sin ninguna piedad.
Las bolillas negras resaltan como moscas en la leche y aunque algunos
gobernantes prefieran pensar siempre en la conjura de oposición o en
el aventurerismo periodístico como factores de su propia
inestabilidad, casi siempre ofrecen flancos para el desprestigio. La
tensión social insatisfecha también es un monstruo grande que pisa
fuerte y no está dispuesta a condonar ningún asomo de corruptelao de
acomodos. Los funcionarios son mujeres del César: deben ser y
parecer. Si lo ignoran serán castigados por pecado de arrogancia.
En tales circunstancias, deprime pensar que pese al mayor sacrificio
de los contribuyentes de clase media, en marzo bajó la recaudación
impositiva. Como único consuelo o explicación, el ministro de
Economía aseguró anteanoche que en su fuero íntimo tiene un
pálpito de alza. Qué bueno que lo dijo, en lugar de gozarlo en
egoísta soledad, porque ésas son las premoniciones positivas que el
país necesita para recuperar la fe en el porvenir. Lástima que
tienen patas cortas, porque ayer el juez del fuero penal económico
Julio Cruciani denunció que la supuesta multa de 520 millones de
dólares a la empresa Renault es un dato de pura fantasía porque no
existe sentencia judicial previa que la acredite. Si el juez tiene
razón, ¿quién se hará cargo de la responsabilidad por el falso
anuncio que supuso, entre otras cosas, un entrecruce de explicaciones
entre el presidente De la Rúa y el canciller de Francia, que justo
visitaba Buenos Aires cuando circuló la noticia de la multa? Las
irresponsables provocaciones, cuando ocurren, deben ser sancionadas
como si el autor fuera equivalente a Aldo Rico, un experto en la
materia.
A diferencia del menemismo, este gobierno no tiene una oposición
progresista de la envergadura del Frepaso ni lleva demasiado tiempo en
la gestión para que el desgaste de la expectativa se haya convertido
en antipatía frontal. Parece evidente, además, que el movimiento
popular de disconformidad, cualquiera sea su volumen, carece de
liderazgos fuertes y reconocidos, aun entre los sindicalistas de
oposición. El desequilibrio ideológico del sistema político
determina que las competencias electorales se realicen sin contrastes
resaltados en los discursos y en medio de la indiferencia generalizada
que escucha las arengas y las promesas de los candidatos como si
fueran lluvia pareja. Esa distancia entre la política y la sociedad,
en circunstancias de predominio audiovisual de los medios de
difusión, determina que las imágenes pesen más que las ideas. Más
aún: que las ideas importen poco porque el presupuesto generalizado
entre los políticos de mayor caudal de votos es que la tarea de
gobierno exige astucia pragmática antes que convicciones firmes. ¿A
quién se le podría ocurrir que una empresa de servicios en el país
pudiera ser llevada a juicio por prácticas monopólicas, y condenada
por la misma razón, como acaba de suceder con el famoso Billy Gates
de Microsoft en Estados Unidos, aunque aquí sean auténticos
monopolios que abusan de sus consumidores cautivos?
Sólo opiniones extremas provocan algún interés, como sucedió con
la vigésimo segunda
candidata a legisladora de la Ciudad en las listas de Cavallo�Beliz,
una septuagenaria que confesó su admiración por Videla, un reo
juzgado y condenado por múltiples crímenes en tribunales legítimos.
La confesión sobrevino después de un desliz oral en un programa de
televisión, tras lo cual se pudo saber que esa candidata, ahora
separada de la nómina, admiraba por igual a Videla que al intendente
Patti y al candidato Cavallo, con quienes colaboró, sin que para ella
ese reparto implicara ninguna contradicción o incoherencia. Si los
votantes de los ex ministros de Menem compartieran los mismos gustos
de Elena Cruz, la ciudadanía porteña estaría atravesada por el
parteaguas que divide a los chilenos a propósito de Pinochet. La
rápida separación de Cruz, ¿significa un repudio a sus ideas o la
incomodidad de mostrarlas en campaña? Esta será otra pregunta que
los votantes en la Ciudad tendrán que responder antes de entrar al
cuarto oscuro el próximo 7 de mayo. Hasta el mismo Martín Balza, con
todas las autocríticas ya realizadas sobre la actuación del
Ejército en los años de plomo, deberá dar cuenta de dos cartas,
develadas por el abogado Ricardo Monner Sans, en las que ensalzaba la
obra y la jefatura de Videla, si es que quiere un futuro político,
como presumen los que lo conocen.
Para esas elecciones, por ahora las encuestas le dan ventaja al
tándem Ibarra�Felgueras, aunque no la suficiente para ganar en
primera vuelta. Las dos primeras minorías, encabezadas
respectivamente por Ibarra y Cavallo, tratan de polarizar la
votación, para evitar fugas por izquierda y derecha que afecten sus
porcentajes. Habrá que ver si los ciudadanos se dejan llevar por el
intento o si cortan boletas como recurso de una selección más
amplia. Los partidos mayoritarios, en todo el mundo, pretenden
concentrar al máximo la representación, aunque la fragmentación
social y cultural de estos tiempos indica que ningún partido o grupo
de partidos está en capacidad de representar la multivariedad de
intereses y pensamientos que habitan ciudades modernas. Esto lleva a
pensar que la representación democrática que refleje esa diversidad
podría ser menos confortable para quien gobierna, porque obliga a una
negociación constante en lugar de impartir instrucciones a mayorías
disciplinadas, pero es un ejercicio muscular de la inteligencia que
termina por fortalecer al sistema, ya que en lugar de excluir,
incluye, y en vez de discriminar, integra. No es una opción de los
políticos, sino de los ciudadanos que de tanto en tanto tienen la
capacidad de decisión. Tendrá que llegar la ocasión para decir con
orgullo �yo lo voté� en lugar de la clásica negación
vergonzante que suele suceder a las decepciones. Una democracia
verdadera no impone obligaciones sólo a los políticos sino también
a sus votantes.
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