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Por Alejandra Dandan En clave de sátira fue planeado el ataque comando. Madrugadores, ocho maleantes pisaron tempranito el puesto caminero de Luján sobre la ruta cinco. Algo malhumorados pidieron auxilio policial para reparar una falla mecánica. El suboficial de turno atendió el reclamo, buscó un cricket y cayó en la trampa: en breve quedaría atado, golpeado y sin su uniforme reglamentario. El golpe fue intensamente planificado: pocos minutos después el grupo comando se llevaba 300 mil pesos de un blindado, vestidos de policía. 7.00 AM. Los suboficiales del puesto caminero del cruce Gaona cercano a Luján cumplían turno sin novedades. Quince minutos más tarde, dos hombres del destacamento debían encolumnarse como custodios detrás de un camión de Juncadella encargado del depósito en cajeros automáticos de la zona. Así ocurría cada día pero ayer, además de los empleados del blindado, el dato lo manejaban otros ciudadanos antojados desde temprano con los trescientos mil pesos cargados en el camión. Pero nada de esto sabían los policías cuando un Escort frenó en la entrada. Víctor Cisneros, a cargo del puesto de guardia, atendió la consulta. No tomó ni chapa ni color del auto. Ante el policía, el hombre explicó que un accidente había dejado a un compañero de a pie. Dijo que era necesario un cricket y que si el destacamento no tenía uno, lo resolverían llamando a una grúa. La comunicación, obvio, no se haría desde ningún teléfono público sino desde la comisaría. La trampa estaba en marcha. Cisneros, tolerante, no opuso objeciones hasta que bajó la cabeza y sintió el peso de la pistola del hombre del Escort. Aturdido no tanto por el apriete sino por el disparo que acababa de sonar atrás, el policía miró a un costado: la cara del sargento Rubén Beyer recibía las esquirlas del primer escopetazo lanzado por los ya declarados maleantes, ex ciudadanos comunes. La trama tomó la estructura de un cortometraje. Nada de tiempos muertos: presentación, desarrollo, conflicto y final duró entre diez y quince minutos. Los temibles bandidos redujeron a Cisneros y al pobre sargento Beyer que, recién llegado, además de ligarse el escopetazo, perdería después su primoroso 306 en manos de los ocho bandidos, más tarde conocidos como los �fugados en un 306�. Pero el sargento no fue el único herido. Con el sargento y el suboficial de rehenes, la banda entró al destacamento ya alborotado por los disparos. Controlaron rápido a otros tres policías: dieron golpes certeros en entrepiernas, trompadas sucesivas en distintos puntos y patadas �según las fuentes� encarnizadas. El puesto, sin celdas, complicó la tarea de los bandidos que debían apresurarse con las cuerdas para neutralizar a los policías. Antes de atarlos, claro, los desvistieron. A continuación, cinco hombres de la banda se pusieron los uniformes. Página/12 intentó conocer si talles y medidas fueron coincidentes pero los informantes no dieron el dato. De todos modos, el disfraz despistó a los recaudadores de Prosegur, que 7.15 AM estacionaban a la espera de la custodia. Los falsos policías estaban a cargo de la seccional. Tres subieron al patrullero y salieron como custodias. El resto quedó controlando los rehenes y, de paso, cargando itakas, escopetas y las armas cortas de los policías. El camión cargado de dinero salió hacia el cajero de la Universidad de Luján, a cinco cuadras del destacamento, por el primer depósito. Los hombres de Prosegur detuvieron la marcha y los falsos policías volvieron a hacer gala de su oficio: amenazaron a punta de pistola a los empleados de la empresa, sacaron dinero, armas y dieron fin a la historia. O casi. Los rehenes siguieron atados hasta que al descubrir que estaban solos se quitaron las sogas. La fiscal Marcela Falabella de Mercedes tomó el caso mientras se apuró un operativo cerrojo para dar con los fugados.El sargento Beyer fue internado y sus compañeros pasaron del chequeo médico a la comisaría de Luján donde contaron su historia.
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