Por Horacio Bernades
Alta
concurrencia de público y entradas agotadas para varias funciones
marcaron, tal como se preveía, la jornada inicial del II Festival
Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires. Ríos de gente
navegaron por los pasillos del Complejo Hoyts Abasto, sobre todo a partir
de las siete de la tarde. A esa hora, la sección �Panorama del Cine
Independiente� presentaba Ghost Dog, el camino del samurai, nueva y
magnífica película de Jim Jarmusch, que se estrenará comercialmente el
jueves próximo. Casi al mismo tiempo, se abría la retrospectiva
Cassavetes con la proyección de Shadows, y en la sala de al lado se
exhibía la coreana Mentiras, recomendada en la edición de ayer de
Página/12. Como si eso fuera poco, unas cuadras más abajo por
Corrientes, en la sala Lugones, se agotaban las entradas para ver Vacas y
La ardilla roja, del vasco Julio Medem.
Encima, la muestra competitiva abrió con una película extraordinaria por
donde se la mire. Dirigida por el francés Laurent Cantet, Recursos
humanos ya había ganado un premio en el Festival de San Sebastián, donde
se presentó en la sección dedicada a óperas primas. La mala noticia es
que a los que no pudieron verla ayer les queda una única opción, el
jueves 13, a las 16.45. La buena es que, dada su repercusión, ya la
compró un distribuidor y se va a estrenar en Buenos Aires. Exponente de
la nueva corriente de realismo social que en los últimos años campea en
el cine francés (y que repercute en el festival porteño, con la
exhibición de Todo comienza hoy, de Bertrand Tavernier, y Piel nueva, de
Emilie Deleuze, en la sección �Panorama del cine independiente�),
Recursos humanos es posiblemente, de todas ellas, la que más
decididamente entronca lo social con lo político. Narrada con una
seguridad y convicción sorprendentes tratándose de un debutante, la
película del joven Cantet, al hacer eje en un caso de flexibilización
laboral �a la francesa�, parece estarle hablando directamente a la
actualidad argentina.
Recursos humanos se estructura a partir de dos personajes opuestos, que
conviven en una fábrica. Uno es un brillante estudiante de recursos
humanos, convencido de la necesidad de adoptar políticas de
flexibilización, sin saber que una de las consecuencias será el despido
de varios operarios. El otro personaje es un viejo trabajador, que vive
aferrado a su máquina y cuya conciencia política es igual a cero. Ambos
deberán asumir, dolorosamente, el conflicto de clase que en un comienzo
se niegan a ver. El impresionante efecto dramático y emocional del film
reposa en un dato esencial: uno y otro son padre e hijo. Con asombrosa
madurez, Cantet liga lo familiar con lo laboral, lo laboral con lo social
y lo social con lo político, y termina firmando una obra consumada, cuya
mayor valentía es ir rotundamente en contra de casi todas las creencias
de la época. Todavía hay causas por las que luchar, dice Recursos
humanos. Todavía se puede emocionar con los recursos más límpidos del
cine: un guión de una lógica a toda prueba, una puesta en escena de
total transparencia, unos actores a los que se les cree absolutamente
todo. Film prohibido para cínicos y pasotas de toda laya, si existe algo
parecido a la justicia, Recursos humanos no debería irse de Buenos Aires
sin uno o varios de los premios mayores.
Al lado de semejante película, no es raro que las demás empalidezcan, y
eso es lo que ocurre con el otro film que se presentó ayer en
competencia. East is East, debut de Damien O�Donnell, es una típica
comedia social �a la inglesa�, centrada en una familia paquistaní de
Manchester, allá por comienzos de los 70. Escrita por Ayub Khan Din, la
obra en la que se basa está teñida de evidentes rasgos autobiográficos
y presenta un conflicto más o menos prototípico entre el peso de las
tradiciones (representadas por el estricto jefe de familia) y el deseo de
los hijos (siete en total, con amplio predominio de varones) por
integrarse a la cultura de adopción. Ese juego de oposiciones se da en el
marco de una comedia de costumbres, se ve aligerado por cantidad de
episodios colaterales (la circuncisión del hijo menor, la expulsión del
mayor de la familia, los primeros besos y roces) y está teñido de una
amabilidad que recuerda a ciertos films de Stephen Frears. Aunque el
paralelismo más evidente es con las películas �paquistaníes� de
éste (Ropa limpia, negocios sucios y Sammy y Rosie van a la cama), el
tono de East is East parece más cercano al de Esperando al bebé. Bien
actuada y filmada con una rusticidad que no le sienta mal, la película de
O�Donnell es un film agradable, pero menor.
(Recursos humanos repite el jueves 13 a las 16.45; East is East, el
miércoles 12 a las 17. Ambas, en el Hoyts Abasto.)

�MUERTOS DE RISA�,
UNA JOYA DE LA SECCION MEDIANOCHE
La España negra de Alex, el malo
Por Martín Pérez
A los treinta y cinco
años, Alex de la Iglesia es uno de los grandes del actual cine español.
Su carrera comenzó con un cortometraje llamado Mirindas asesinas (1991),
y pasó a la pantalla grande con el éxito de Acción Mutante (1992), el
primer largo producido por El Deseo �la empresa de Pedro Almodóvar�
que no fue dirigido por el reciente ganador del Oscar. Del desparpajo de
la ciencia ficción algo berreta de aquel debut protagonizado por Antonio
Resines, De la Iglesia pasó al eficaz terror de la formidable El día de
la bestia (1996), un exitazo en el que Santiago Segura tuvo su primer gran
papel, que luego confirmaría con el suceso de su propio Torrente (1998).
Antes de eso, De la Iglesia respondió al llamado de Hollywood para filmar
Perdita Durango (1997), un film basado en un relato de Barry Gifford con
el que no logró en España el éxito de sus opus anteriores, pero que le
abrió las puertas de la meca del cine para su proyecto más precisado,
Fumanchú. Pero antes de dedicarse al detective chino, De la Iglesia
decidió ajustar cuentas con mitos propios, y filmó Muertos de risa
(1999), su cuarto largometraje, una obra genial que engalana la sección
�Cine de Medianoche� del Festival Internacional de Cine Independiente.
�Muertos de risa es la historia de Nino y Bruno, dos humoristas cuya
historia transcurre en el
apogeo del humorismo español, y a través de los cuales me permito
homenajear una época en la que yo y mi generación descubrimos las cosas
a través de la televisión�, ha dicho De la Iglesia. �Es más,
incluso el mejor cine lo vimos a través de la televisión, que tenía
programas que eran bastante mejores que los que se hacen ahora.�
Comenzando con un final que inconfundiblemente cita a Perros de la calle,
de Quentin Tarantino, el cuarto film de De la Iglesia cuenta con el
habitual Santiago Segura y El Gran Wyoming �todo un mito en España, que
hace el papel de Pergolini en la versión local de �Caiga Quien Caiga��
para encarnar a una imaginaria pareja de humoristas que lo tuvo todo, pero
durante veinte años se dedicó a odiarse mutuamente antes que a disfrutar
de su éxito.
A pesar de su festejado homenaje a los años setenta y su inmersión en el
mundo del humor y los pantalones pata de elefante, Muertos de risa no es
un film feliz ni celebratorio. Nada de eso. Retratando el obsesivo mundo
de la envidia de los cómicos televisivos, es un film oscuro y gris, en el
que la historia de España es filtrada por la mirada de estos dos
personajes. Dirigida con mano firme, Muertos de risa tal vez sea la mejor
película de De la Iglesia. Y la más española, el mejor antídoto
después del internacionalismo de Perdita Durango. Es un film de actores
antes que de efectos especiales, en el que Segura y Wyoming dan lo mejor
de sí, construyendo a sus Nino y Bruno, un dúo que homenajea a todas las
parejas cómicas de la historia del cine, comenzando por El Gordo y El
Flaco. Aun cuando el primer referente sea la TV a través de la cual el
film (y sus personajes) recorre la historia de España a la manera de
"Forrest Gump".
(Muertos de risa se exhibe hoy y el miércoles a la 0.30 en el Cosmos.)
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