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Por Horacio Bernades Nacido en Schenectady, estado de Nueva York, en 1950, el cineasta John Sayles se desplaza, película a película, como quien emprende un viaje antropológico. En su anterior Hombres armados, que pasó sin pena ni gloria por la cartelera local (aunque tenía por protagonista a Federico Luppi), Sayles llegaba hasta el corazón de Latinoamérica, intentando desentrañar las raíces de la violencia. Antes había sido Estrella solitaria (1996), que el sello LK-Tel editó directamente en video. Allí, este hombre larguirucho (que visitó Buenos Aires hace un par de años) se había corrido hasta la frontera mexicana, en tiempo de western. Antes todavía, fue la cultura del Bayou, en el que tal vez sea su film más conocido, Escrito en el agua, que editó Transeuropa. O la incursión en una Irlanda pesquera y mítica, en El secreto de Roan Inish (AVH). Ahora, John Sayles viaja hasta Alaska, esa otra lejana frontera de la civilización. El resultado del nuevo viaje de Sayles lleva por nombre Limbo, compitió en el último Festival de Cannes, y es otra vez el sello LK-Tel el que la edita directamente en video, sin pasar por los cines. Claramente dividida en dos mitades, en Limbo Sayles reencuentra a uno de sus actores favoritos, el poco conocido y siempre excelente David Strathairn. Su personaje parece, aquí, un desprendimiento del barquero que había compuesto para Escrito en el agua. El principal conflicto de Joe Gastineau es, en verdad, no poder estar en el agua: pescador de profesión, hace veinte años se le ahogaron al hombre un par de pasajeros, y desde ese momento carga con la culpa y la consiguiente autopunición. Gastineau es uno más de la comunidad de exiliados que se fue a vivir a Port Henry, Alaska. Esa comunidad se dedica a dos tareas primordiales: el procesamiento de la madera y la industrialización del salmón. O se dedicaban, ya que los tiempos cambian, y ahora ambas industrias están en retroceso, mientras otra ocupa su lugar: el turismo, representado por grandes empresarios, que quieren convertir el lugar en �una nueva Disneylandia�. Suele haber en Sayles, coexistiendo con el enfoque antropológico, una mirada social, y ésta tiñe fuertemente las secuencias introductorias de Limbo, con su marcada oposición entre trabajadores y empresarios. Realizador independiente por antonomasia, Sayles se reserva, además del guión de sus films, el montaje, mientras delega la producción en su propia esposa, Maggie Renzi. El esquema se repite en su nuevo film, aunque ahora bajo el ala de la compañía Sony Classics. Es a través del montaje que Sayles hace explícito, en la primera parte de Limbo, ese juego de oposiciones, al mostrar alternadamente las labores de unos y otros. Están los trabajadores de una fábrica de pescado a punto de cerrar, los últimos y endeudados barqueros independientes, los entrepreneurs medianos (representados por una pareja de lesbianas que intentan salir adelante con pequeños negocios turísticos) y los grandes empresarios, que cierran sus deals junto a mesas muy bien servidas. Todo este corte social le da a esa primera parte del film un carácter de fresco comunitario, muy frecuente en el cine de Sayles (y que en ciertos films no estrenados en Argentina, como Matewan y City of Hope, alcanza su máxima expresión). Esa peculiaridad es lo que recorta claramente a su autor del conjunto del cine estadounidense contemporáneo, para el que esa clase de enfoque resulta casi inexistente. Otra característica es el uso de la ironía, reflejada en las interminables procesiones de turistas con sus guías, que se pasean de escena en escena. Dentro de ese tapiz se recorta la figura de Donna De Angelo (Mary Elizabeth Mastrantonio), cantante folk que arrastra tras de sí una pila de fracasos amorosos. Y también a su hija adolescente, Noelle (Vanessa Martínez), cuyo odio por la madre se manifiesta en una actitud dark. Basta poner a Gastineau al lado de Donna para adivinar que entre ellos habrá chispas, pero Sayles enriquece la previsibilidad de esa relación con exquisitos toques de sensibilidad cinematográfica. El problema es que, a la mitad del film, introduce una subtrama de thriller y drogas que parece salida de otra película (más aún, de otra clase de cine), para derivar en una épica de la sobrevivencia y la redención familiar que son como otras tantas películas adosadas a la original. Y bien inferiores, por cierto.
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