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CARTA A UN HIJO
Por Federico Gómez 

Dos noticias de diferente relevancia, de diferente procedencia, de diferente tenor, coinciden en un mismo día y aparecen inconexas, porque lo son, salvo que a través de un ejercicio intelectual se disponga de ellas como de las dos caras de una misma moneda. En la primera, la esposa del premier británico Tony Blair, Cherie, ostentando su panza de embarazada, pronunció un discurso en el que dejó entrever que espera que su marido se tome las dos semanas de licencia por paternidad que las leyes de su país otorgan a los hombres. En la otra, local, la Unión Argentina de Trabajadores Rurales Estibadores (Uatre) presentó una denuncia sobre las condiciones infrahumanas que soportan niños bolivianos de entre dos y cuatro años en la zona frutihortícola del Gran Santa Fe, cuyos padres, para poder cumplir con las largas jornadas laborales, los dejan más de ocho horas diarias en un pozo de tierra.
Cherie Blair no usa su apellido de casada para ejercer su profesión de abogada. Esta mujer cuya contextura física menuda apenas logra disimular su fuerza de carácter y que está por ser madre por cuarta vez es Cherie Blooth, especialista, además, en las leyes laborales que imperan en la Unión Europea. La primera dama británica elogió ante el auditorio del King College de Londres al primer ministro finlandés, quien tomó ya dos licencias por paternidad. Finlandia, cabe agregar, acaba de elegir como presidenta a una mujer que fue madre soltera. Con sus leyes laborales revolucionadas por las jornadas de trabajo más cortas y sus respectivos Estados haciendo red para atajar a los desfavorecidos �la licencia por maternidad está contemplada aun para aquellas mujeres que carezcan de un empleo fijo�, la Unión Europea está introduciendo cambios institucionales que como el huevo o la gallina, nunca se sabrá, encajan en cambios culturales muy profundos.
Recientemente, en Francia, en una encuesta de sondeo sobre qué fantasean hacer los hombres con el tiempo libre que les está dejando la reestructuración laboral, más del 60 por ciento de los entrevistados dio una respuesta que fue considerada inédita: �Estar más tiempo con los hijos�, dijeron. Un tipo de respuesta que se congracia con eso vago que es �la nueva masculinidad� y que a su vez, como se ve, va de la mano con un nuevo orden, un orden en el que las mujeres ingresan en el mercado de trabajo y deben compartir la crianza de los hijos, en el que ese mercado de trabajo se recorta para que participe de él la mayor cantidad de gente posible, y en el que va asomando, como un nuevo derecho humano, el de ejercer libre y gozosamente tanto la maternidad como la paternidad.
Mientras la globalización se convierte así en una módica fiesta de la que disfrutan los Estados fuertes, a los otros sólo les queda vaciar los ceniceros y fregar los platos cuando los invitados se retiren. Esos chicos bolivianos abandonados en un pozo santafesino durante más de ocho horas no están siendo objeto de maltrato, sino de cuidado: costumbres ancestrales hacen que sus padres y madres opten por el mal menor de un pozo de tierra, comparado con los riesgos de muerte que correrían si fueran dejados solos mientras inevitablemente ellos deben dejarlos. Son el extremo de miles, de millones de casos en los que, concluida ya la era del trabajo en países cuyos Estados se invisibilizaron y se entregaron de buena o de mala gana al voluntariado y a la iniciativa privada en materia de precario bienestar, nadie pone la red para atajarlos. 
Hablar de la licencia por paternidad de un primer ministro suena entre fascinante y obsceno acá en el sur, donde entre otras cosas laflexibilización laboral prefiere dejar a un lado el hecho simple y natural de que los niños nazcan, y que la especie humana persista en su incómoda necesidad de afecto y cuidados.Por Federico Gómez
@Es complejo atravesar la vida siendo hijo de un desaparecido. O de dos. Es decir, ser hijo de padre/s, que unos conocimos y otros no, secuestrados y desvividos forzosamente en uno de los 359 campos de concentración y exterminio de personas de la dictadura.
Es complejo, dada esa ausencia definitiva, ambigua, adentrarse en algún sitio de la certeza. Es difícil ubicar el dolor, y darse por hijo de un padre, dada la orfandad reinante, en la patria/pater que nos falta, a algún varón vivo y tan amado, simbólicamente, como el propio padre. Porque uno tiene o tuvo padres, escritores, músicos, amigos, hermanos, próceres, represores, sobrevivientes, seres contemporáneos o no, que lo marcan para toda la vida. Quiera uno, o no quiera.
Los �hijos�, a quienes se nos negaron ciertas elecciones y voluntades, tenemos la oportunidad de darnos un padre espiritual para la vida que nos falta y, a veces, nos sobra. Algunos, entonces, elegimos a Juan Gelman como nuestro padre, y lo tomamos como un foco de luz sensible, que irradia caminos para que uno pueda intentar conducirse. Fue una adopción libre y unilateral. Ser padre es proveer y Juan es alimento.
A Juan Gelman le faltó mucho, y le faltará. Entre otros afectos, le faltan un hijo y una nuera. Muchos, carentes también, deseamos darle calor a esas ausencias suyas y tratamos de ser, a partir de los asesinatos de ellos, una compañía para su vida como él, con su letra y con su entrega, lo es con nosotros.
Compañero de nuestros padres, ahora Gelman lo es de otros �hijos�, y/o lectores a quienes, sin pretensión ni grandilocuencia �lo contrario: ya sabemos como es Juan�, logra contener y más. Y por inteligencia, paciencia y candor, consigue presidir sus almas. Sin bronce, con toses y sudores, Gelman es prócer de la patria cotidiana y real que bailamos día a día. Y nosotros contraemos con él la deuda lógica de devolverle, ¿cómo a un padre?, todo lo que él hizo y hace por nosotros.
¿Padre? ¿Alma? ¿Prócer? ¿Patria? ¿Hijo? ¿Cómo referirnos a estos términos sin recurrir a lo que estas palabras que, como entidad, ha resignificado Juan? ¿Cómo hacerlo sin el ejemplo del escribir y el hacer que nuestro padre y poeta enseña, ejerce, sin ofrecerse de paradigma, preservando para sí el dolor y el agravio, la miseria y la sombra?
Esto, como uno, se lo habrán preguntado tal vez los millones de seres en todo el mundo que por distintas razones �por el hallazgo de su nieta en Uruguay, o antes� lo hemos nombrado por sus méritos.
A esta hora, ese poderoso decir de Gelman dispara bellezas tremendas bellezas a sus escribientes anónimos, hijos y otros parientes que necesariamente garabateamos cosas sobre papeles para que el corazón no explote de emoción.
Y es allí donde nos enfrentamos con otro problema mayúsculo. ¿Cómo expresarnos, �desde un espacio propio�, para referirnos a él, �nuestro padre�, sin apelar a muchos de los signos que emanan desde su lenguaje, tan abarcativos, representativos, eficaces?
Juan le derrocha lujo al espejo genocida.
En los años del desconsuelo y la pérdida silenciada, o ahora en que la palabra que él empuña va derrotando generales y presidentes, ¿disponemos de otros registros de víctimas del terrorismo de Estado que �vayan siendo� capaces de contraponerle al horror más extremo entre humanos conductas y gestos esclarecedores, pausados, de eximia envergadura moral, como lo hace Gelman?
Ojalá en el Nunca Más se compilaran, tras el título y la tapa dura, los ejemplares textos y quehaceres de Gelman. Como decía otro poeta, para escribir sobre algo primero hay que haberle puesto el hueso al asunto, y vaya si Juan y su descendencia se lo han puesto a varias décadas argentinas. Los ministros de Educación deberían reeditar a Gelman y distribuirlo en escuelas primarias y secundarias. Muchos aquí necesitan crecer con los ejemplos de este maestro franco, sencillo, humilde. Un producto básico de la canasta familiar.
Tal vez aparezca entonces la figura de un padre espiritual manuable, de la clase de hombres que querían forjar San Martín, Belgrano, Bolívar, Artigas y Castelli.


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