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OPINION

Subsidios y subsiditos

Por Julio Nudler

Estados Unidos ha mantenido vigente desde 1984 un beneficio tributario especial para las subsidiarias que las corporaciones norteamericanas poseen en paraísos fiscales, especialmente del Caribe. Es a través de esas empresas fachada �según la simulación contable� que se exporta hacia el mundo. Según cálculos oficiales, ese subsidio impositivo a las exportaciones sumaría 4100 millones de dólares en el próximo año y unos 25.000 millones en el próximo lustro. Son cifras impactantes, sobre todo cuando los estímulos (suba de reintegros) acordados en el reciente paquete procompetitivo argentino no superarían los 50 millones como costo fiscal, algo así como el 1 por ciento de la citada subvención estadounidense. 
Esta favorece a gigantes como Boeing, Exxon Mobil, Ford y Microsoft, que logran exenciones sobre las ganancias que obtienen exportando una gama de bienes desde los paraísos. Según la Unión Europea, la mitad de las exportaciones norteamericanas se realizan por medio de tales subsidiarias off shore. Pero Washington defendió sus subsidios afirmando que con ellos simplemente enderezaba la cancha frente a los masivos subsidios de los europeos. Sin embargo, la Organización Mundial del Comercio falló contra los norteamericanos, dictaminando que las desgravaciones en cuestión violan los acuerdos comerciales. Por ahora, Estados Unidos manifestó su disposición a acatar la decisión de la OMC, pero no se sabe cómo ni cuándo lo hará. Eso dependerá de la resistencia de los lobbies.
Para un país como la Argentina, las posibilidades de nivelar el terreno de juego son muy pocas. El máximo reintegro con que puede favorecer a sus exportadores es del 12 por ciento, y a medida que se lo va concediendo a los cultivos regionales se esfuma la posibilidad de graduar el premio en función del valor agregado y la complejidad tecnológica del producto exportado. Pero hay que contar además con la restricción fiscal, que sólo permite compensar con cuentagotas el retraso cambiario.
La vieja idea (se dirá que dirigista) de diferenciar tipos de cambio y de orientar la asignación de las divisas (que fueron y son escasas) desapareció hace rato de la política económica. Con control cambiario, el mercado paralelo (o, cuando existía, el oficial financiero) se ocupaba de imponerle un sobreprecio a la salida de ahorro fuera del país. Ahora, inversamente, ésta recibe un premio relativo. Mientras la salida de divisas a través del balance comercial, para traer bienes, sufre un recargo igual a los aranceles de importación, en las demás puertas no hay ninguna cabina de peaje. Sacando la plata por allí, el dólar cuesta solamente un peso. Rige el arancel cero.

 

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