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Por Luis Bruschtein El psiquiatra Valentín Barenblit fue protagonista principal de la experiencia en salud mental que se impulsó en el Policlínico Lanús durante los años 60 y 70 cuyo primer director fue Mauricio Goldenberg. Con el golpe de 1976, tanto Barenblit como Goldenberg debieron exiliarse, uno en Barcelona y el otro en Venezuela, por el delito de haber encabezado una de las experiencias más revolucionarias en el campo de la salud. El signo principal de ese impulso fue democratizar profundamente la atención de la salud mental, circunscripta a los psiquiátricos y los consultorios particulares y volcándola hacia la comunidad. �La violencia y la corrupción son síntomas de una enfermedad social� señaló a Página/12 Barenblit, quien estuvo de visita en la Argentina para participar en un seminario organizado por la Asociación de Psiquiatría Argentina (APSA) en Mar del Plata. �¿Cuál es la razón de que después de casi cuarenta años, la experiencia que se impulsó desde el policlínico Lanús esté tan presente y sea tan respetada? �A la luz de la reflexión histórica, pienso que en el policlínico Lanús se había iniciado un muy importante proceso de transformación de la asistencia psiquiátrica tradicional en la creación del campo de atención de la salud mental. Participé desde 1961 en esta experiencia que guió con tanta capacidad y sabiduría nuestro maestro Mauricio Goldenberg. Al principio estuve a cargo de un grupo de coordinación intersectorial y más tarde reemplacé al doctor Goldenberg cuando asumió un proyecto parecido al del Lanús en otro centro hospitalario. La propuesta se sintetiza en esta transformación, en este pasaje histórico de la asistencia psiquiátrica sobre la base de tres ejes trascendentes. Por una parte el trabajo es concebido democrática, simétricamente, como interdisciplinario, un trabajo conjunto, articulado, de profesionales que representan distintos saberes: psiquiatras, psicoanalistas, psicólogos, trabajadores sociales, terapistas ocupacionales, enfermeros, terapistas corporales, musicoterapistas... �¿En ese campo de atención de la salud mental tenía lugar la asistencia psiquiátrica? �Hay un lugar para la atención siquiátrica, pero cuando se define este campo se va mucho más allá de lo que la asistencia siquiátrica propuso y pudo ofrecer. El otro eje es el interinstitucional. Así como no hay ninguna disciplina que a nivel macrosocial pueda dar respuesta a todos los problemas del campo de atención a la salud mental, tampoco hay una única institución que pueda dar cuenta de los diversos problemas de nuestros ciudadanos. Son distintas instituciones con áreas específicas las que lo integran. En Lanús se dio especial predominio al Hospital General como una primera alternativa para desarticular la tradicional hegemonía de la asistencia psiquiátrica centrada en los hospitales psiquiátricos. El otro eje implica un planteo intersectorial. Sólo desde una perspectiva que articule propuestas con los sectores de educación, trabajo, justicia, cultura y otros que configuran el amplio espectro en que suelen organizarse los Estados, se puede evitar que la atención a la salud mental quede restringida, como la asistencia psiquiátrica, a una parcela de los padecimientos de nuestros ciudadanos. �En ese punto fue muy importante la relación de puertas abiertas que estableció el servicio con la comunidad donde estaba emplazado... �La principal función del servicio fue atender a los pacientes de los otros servicios del hospital, pero esta función se amplió hacia la comunidad en la que estaba emplazado el Policlínico. Si mal no recuerdo, en ese momento había 500 mil habitantes en la zona. Para volcarnos hacia la comunidad era importante detectar necesidades, algunas que a lo mejor ni eran conscientes. Abrimos las puertas del hospital a la comunidad e incluso instalamos grupos en varias de las localidades más pobres paradetectar y prevenir problemas y formar líderes comunitarios para la atención de la salud mental. Esta relación debía plantearse desde un lugar democrático, simétrico, igualitario, dejando a un lado determinadas jerarquías tradicionales y académicas. Pero para esto, nosotros debíamos tener también una organización democrática. Se formó un consejo directivo con representantes de los distintos sectores de profesionales, desde los médicos hasta los enfermeros, y con la participación en la toma de decisiones de pacientes y representantes de la comunidad. La relación fue muy fluida y la comunidad sintió al policlínico como propio. �Una propuesta de ese tipo debió generar adhesiones y resistencias muy fuertes. �Tuvo sus resistencias, pero también fuertes adhesiones y dejó una marca muy importante desde su fundación, hasta la caída devastadora de la acción genocida de la dictadura militar que golpeó muy duramente al servicio. Contamos con becarios de toda América latina que se formaron en nuestro servicio y que hoy son líderes en sus países y han llevado esta experiencia, este modelo mejorado, a distintos países del continente. Hay que decir además que la diáspora, la moderna diáspora que precipitó el proceso militar, generó experiencias donde hoy se puede reconocer el linaje del Lanús y nuestras propuestas de hace cuarenta años en muy diversos proyectos y programas no sólo de América latina, sino también de Europa y aun de Estados Unidos y Canadá. �¿A lo largo de su carrera volvió a vivir esa sensación tan fuerte de estar participando en una experiencia fundacional como la del Lanús? �Es difícil decirlo. Pero es interesante ver cómo se han mantenido durante largos años lazos inteligentes de intercambio profesional, y también vigorosos lazos afectivos entre la gran mayoría de aquellos que participamos desde distintas posiciones e incluso en distintos períodos de la experiencia del Lanús. Yo creo que esto es un indicador de la capacidad de mantener nuestros ideales y de mejorarlos a través del tiempo con aportes de otras experiencias. Es muy estimulante ver cómo se mantienen relaciones de inteligencia, junto con afectos muy profundos, sobre todo por la mutilación que produjo el proceso militar. �La gente que participó lo vive como una experiencia épica y los que no participaron la viven casi como una experiencia mítica... �Es cierto que tuvo algo de lo épico y algo de lo mítico, pero sobre la base de una realidad. Fuimos protagonistas de una propuesta fundacional, creativa, valiente, que generó rupturas importantes con poderes del campo de la siquiatría y que planteó la instalación de un modelo organizacional democrático, representativo, que se ocupó de establecer desde el hospital general vínculos de colaboración entre los distintos servicios de un hospital, con los pacientes y con la comunidad. Es posible decir que sembró la semilla de lo que por entonces se llamó la psiquiatría comunitaria. Creo que fue de las experiencias más ricas que ha habido en el país. Pudimos desarrollar en los barrios marginales más carenciados y necesitados proyectos de colaboración con la comunidad, proyectos de atención, formar líderes comunitarios especializados en salud mental. Fue un compromiso obviamente basado en un ideario, en una ideología, no solamente en un modelo tecnológico. En una ideología y en un compromiso ético con la comunidad. �¿Puede decirse que hasta ese momento el psicoanálisis estaba limitado a sectores sociales con más capacidad económica? �Habiendo en Argentina una escuela psicoanalítica privilegiada, productiva y reconocida internacionalmente, sus beneficios estaban en verdad muy limitados a aquellos que podían acceder a la atención privada. El servicio del Lanús puso a prueba la posibilidad de aplicar este método y dar evidencias de que el método psicoanalítico podía extender sus beneficios a sectores sociales que no podían hacerse cargo del costo económico. Es uno de los méritos que hay que reconocer, pero no el único. Una de las cuestiones que caracterizó la identidad del servicio fue que,si bien el método psicoanalítico inspiraba a la mayoría de los profesionales, también se apelaba, con mucho rigor y seriedad, a la ayuda muchas veces imprescindible de la psicofarmacología, por ejemplo. Pero con un rigor y una cautela que sería bueno recordar a muchos profesionales que ponen expectativas demasiado generosas en curas por vía farmacológica o en muchas teorías que evaden la importancia de los factores socioculturales y socioeconómicos en los fenómenos que afectan a la salud y a la enfermedad mental e intentan demostrar que esta última es obligadamente genética y hereditaria. Además encontraron un ámbito propicio para desarrollarse las primeras experiencias en psicoterapias de familia sostenidas en otra teoría, la teoría sistémica, las prácticas grupales, la psicoterapia grupal y familiar, la posibilidad de brindar oportunidades terapéuticas a niños, adolescentes y un sinnúmero de ciudadanos que no podían ser atendidos en los programas de asistencia siquiátrica tradicional. �¿Usted piensa que en la actualidad podrían aplicarse en el país programas similares? �Creo que hay esperanzadoras perspectivas de rediseñar programas de atención a la salud mental. He podido sentir la preocupación de autoridades nacionales y de la ciudad autónoma de Buenos Aires. No quiero decir que sólo se inspiren en el modelo del Lanús, pero se podría configurar una amplia red de recursos institucionales que operen con este modelo, poniendo especial interés en el quehacer y la participación comunitaria desde perspectivas interdisciplinarias y que en el futuro articulen programas intersectoriales que den alternativas posibles a los ideales de este campo de atención a la salud mental. Pero habría que señalar dos cuestiones. Por una parte, crear proyectos estables y estructuras que puedan sostener programas de atención a la salud mental requieren el máximo consenso posible entre los actores de esta propuesta. Pero necesitan también una estructura que permita desarrollarlos, así como estabilidad y tiempo. No es posible abordar estos problemas con prisa o con expectativas mágicas de soluciones a corto plazo en proyectos que, como se muestra en distintos países del mundo, se desarrollan durante años hasta lograr cotas adecuadas, por eso creo que es imprescindible empezarlos cuanto antes. �Pero las problemáticas sociales y de salud han cambiado con respecto de los años 60 y 70... �En estos años se han desarrollado varios problemas psicosociales que son evidentes, como la violencia familiar, el maltrato y el abuso de niños, las drogadependencias, que están generando daños graves en la población. Habría que ponerse a pensar e investigar seriamente en las causas que los producen, dónde están las raíces socioculturales, además de las individuales, o microsociales. Y creo que el campo de la salud mental debiera incluir problemáticas de este tipo como uno de sus territorios de inquietud prioritario aunque no estén especialmente previstos en los modelos tradicionales de la clínica siquiátrica. �¿Sería posible aportar por este camino a una respuesta al fenómeno de la violencia que se ha convertido en una especie de epidemia en estas sociedades? �El mundo entero está afectado por la violencia a nivel de las naciones, la violencia a nivel de grupos sociales o étnicos. Yo detecto en mis visitas a la Argentina que se está padeciendo un incremento de la violencia delictiva, un incremento de la violencia social, cuya solución requerirá distintas aportaciones. Obviamente algunas de ellas serán decisiones políticas para revisar la legislación o asegurar los sistemas de seguridad, pero además creo que hay un trabajo interdisciplinario que puede ser considerado dentro del campo de la salud mental, donde sociólogos, antropólogos, sicólogos sociales, sicoanalistas y otros expertos conjuguen sus esfuerzos y saberes para investigar con la máxima precisión las causas de este incremento de la violencia, cuáles son los canales por los cuales se organiza o cuál es el sentido que adquiere en elimaginario social... Y creo que puede haber un aporte interesante para quienes tienen capacidad de decisión. �¿Ese campo de atención de la salud mental tendría que atravesar los distintos estamentos sociales, romper con la compartimentación que caracteriza a estas sociedades? �Ese es un problema que también afecta a todo el mundo, donde siempre los más carenciados, los más débiles pagan el más alto costo de padecimientos. Es una responsabilidad ética de la sociedad velar justamente por los que menos recursos tienen. Esto ya es entrar en un territorio donde se necesita la decisión y la convicción política de que es imprescindible abordar los problemas de la salud dirigiendo especialísima atención a los sectores con menos recursos. Los problemas de la salud mental no sólo van mucho más allá de la propuesta que podía ofrecer la asistencia siquiátrica, sino que dentro de este campo interdisciplinario e interinstitucional debe introducirse la perspectiva intersectorial, por eso habrá que revisar y establecer acuerdos importantes entre representantes de los sectores del trabajo, la educación, justicia, revisar las legislaciones que correspondan, establecer buenos proyectos y programas de educación. Y tienen que tener también un lugar importante los representantes de las organizaciones comunitarias. Sólo así se puede avanzar con solidez, pero sabiendo que no es una tarea fácil ni que se resuelva linealmente, requiere un compromiso solidario. La Organización Panamericana de la Salud, representante regional para América latina de la Organización Mundial para la Salud, tiene este enfoque desde hace tiempo, con recomendaciones muy precisas en documentos elaborados por expertos de alto nivel. La violencia social, la violencia familiar, o el abuso y maltrato infantil o incluso la violencia callejera y aun la delincuencia, hunden sus raíces en la pobreza, en la exclusión y hay distintos niveles desde los cuales se los puede abordar. �Muchas veces las respuestas más fáciles ante estas problemáticas son el manicomio en algunos casos o la cárcel en otros... �Hay respuestas que pueden requerir cierta urgencia y que pueden solventar provisoriamente el problema. Habría que abordar estas cuestiones que están tan instaladas en el tejido social, en la cultura, en el comportamiento de los seres humanos que afectan a la subjetividad y también a la situación de marginación y de exclusión en este país y en otros, con acciones a corto, mediano y largo plazo. Pero hay que asumir que la violencia y especialmente la violencia delictiva son síntomas a los que hay que encontrarles un sentido, a los que hay que investigar, analizar en el contexto de una sociedad donde sectores muy importantes están excluidos, están marginados de las fuentes de producción y de las fuentes de satisfacción de sus necesidades mínimas. Respuestas fáciles dan soluciones efímeras; la problemática es compleja y difícil, pero está la posibilidad de hacer planteos a corto, mediano y largo plazo. En todo caso habría que empezar por un correcto diagnóstico. �¿En qué lugar de prioridad ubicaría usted a la salud mental en sociedades con tantas deudas sociales? �La salud es una prioridad en cualquier país, y la salud mental debe ocupar un lugar de primerísima magnitud aunque se la debe entender como un concepto integral: salud, educación, cultura, trabajo. Yo creo que también hay otra enfermedad endémica en el país que es la corrupción y creo que ésta es una oportunidad histórica para tratarla como un síntoma de la sociedad, un síntoma de la cultura, de difícil transformación, pero que no por ello deber ser dejada de lado y aceptada como un mal obligado. También constituye una preocupación de los organismos internacionales y mucho más cuando la corrupción no es registrada como un síntoma de peligro, sino que es aceptada culturalmente. Yo tengo la esperanza y la ilusión de que se pueda entender con el tiempo que la corrupción también es una enfermedad social. No es fácil de resolver, requerirá transformaciones importantes: ofrecer modelos de identificación, empezar a trabajar en los programas deeducación, trabajar en los medios que tienen un papel tan importante en la educación. Los representantes de los medios de comunicación deberían integrar los equipos del campo de la salud mental porque tienen una función muy importante que cumplir.
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