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Por Horacio Bernades Era de prever. Programar en un mismo día las últimas películas de Kiarostami, Jarmusch y Scorsese y agregarles en las salas de al lado L�Humanité (una de las grandes triunfadoras en el último Cannes), The Hole de Tsai Ming-liang, The Limey de Steven Soderbergh, la coreana Mentiras y el ciclo Cassavetes, debía terminar como terminó: con entradas agotadas para todas las películas del día. Por el lado de la muestra competitiva, se vieron, en segunda vuelta, la argentina 76 89 03 (recomendada en la edición de ayer de Página/12) y, proveniente de la ex Hong Kong, The Longest Summer (o Qui nian yan hua te bie duo, si se prefiere). Y debutaron otras dos, una china y una checa. La china es Baño de familia (Xi Zhao); la checa, Navrat Idiota o El regreso del idiota. Muestras de la verdadera ola amarilla que inunda desde hace años los festivales del mundo entero (que el II Festival de Cine Independiente de Buenos Aires deja llegar hasta estas costas), pocas películas podrían ser más distintas entre sí que The Longest Summer y Baño de familia. Sin embargo, ambas dejan ver, bajo la trama de sus ficciones y por entre las hendijas que dejan libres las presiones oficiales, buena parte de la situación social y política de la China actual. Un entramado fascinante, complejísimo y en estado de permanente mutación. Gran ganadora de la última entrega de los Hong Kong Film Awards, The Longest Summer (El verano más largo) es el segundo film de Fruit Chan, nuevo valor surgido en la tierra de John Woo, Jackie Chan y Wong Kar-wai. De todos ellos tiene algo esta saga ambiciosísima e hiperacumulativa, toda una apuesta a matar o morir que es muy típica del mejor cine de la ex colonia. Ya en muchos films de los primeros 90, el 1º de julio de 1997, fecha fijada para el traspaso de manos británicas a China Popular, aparecía como la fecha misma del apocalipsis. The Longest Summer es, ni más ni menos, la confirmación del pronóstico, narrada desde el corazón mismo del marasmo. No hay futuro, dice el film de Chan. Pero tampoco pasado, y mucho menos presente. Los protagonistas de The Longest Summer son un grupo de �mano de obra desocupada�, ex militares del Ejército Británico en Hong Kong, que, tras la disolución de esa fuerza y ante la falta de trabajo, deciden robar un banco. Lo que hace Chan es implantar el género gangsteril en un marco estrictamente documental. Intención que se hace explícita en varias escenas en las que los actores hacen su juego en medio de los actos y desfiles oficiales reales. Ese roce continuo entre la ficción más descabellada y el reporte de situación económica, social y política genera una fricción y tensión que no paran nunca. No se puede narrar prolijamente el apocalipsis. Conciente de ello, Chang elige un estilo entrecortado y nervioso, y superpone tramas y subtramas, que van desde la disolución de un grupo de amigos hasta la disolución de un país. El resultado es irregular y se hubiera beneficiado con más síntesis y reducción del metraje. Pero el conjunto tiene una garra y una parafernalia de hallazgos que difícilmente sean igualados por otro film en competencia. Si algo tiene de interesante Baño de familia, ópera prima del chino Yang Zhang, es el fondo social y político contra el que se recorta, más que la ficción que cuenta. Historia familiar que representa un choque más o menos tipificado entre tradición y progreso, entre lo viejo y lo nuevo, Xi Zhao transcurre casi enteramente dentro de un antiguo baño termal, que su dueño anciano sigue administrando tal como marca la obstinada tradición. La llegada del hijo pródigo, exitoso hombre de negocios que viene desde Pekín, acelera el conflicto y sirve a la vez para echar luz sobre la Nueva China que se construye allí afuera, hecha de iniciativa privada, occidentalización, mafias y deseos de triunfo rápido. Una China globalizada que en el film parece un �todo por dos pesos� a gran escala, con mucha automatización y cadenas de panchos. El resultadoes menor, picante en sus mejores momentos y al borde de la complacencia en otros. Opera prima de Sasa Gedeon, la checa Navrat Idiota (El regreso del idiota) también se juega a las entrelíneas, pero lo que hay en primer plano no es costumbrismo sino un melancólico lirismo. Esa melancolía se desprende del personaje del título (inspirado en el protagonista de El idiota, de Dostoievsky), que llega como desde la nada a un pueblito de provincias que parece haberse quedado flotando entre los años 50 y primeros 60. Puro kitsch socialista lleno de adornos cachis, bailes de pueblo y orquestas que atrasan, no es difícil ver en este pueblito sin nombre toda una cifra de la vieja Checoeslovaquia del Pacto de Varsovia. Esa vida pueblerina cristalizada esconde bajo su superficie todo un tejido de hipocresías familiares, infidelidades cruzadas, férreo matriarcado y secretos de los que no se habla. Y que el idiota, personaje virgen de todo, irá descubriendo como sin quererlo. Del mismo modo crece este film pausado, delicado y más revulsivo de lo que parece, que cuenta además con un elenco formidable. No debería extrañar que el jurado reconociera, aunque más no fuera en el protagonista o en alguno de los secundarios, los méritos de Navrat Idiota. (�Navrat Idiota� repite hoy a las 15; �Xi Zhao�, hoy a las 17. Ambas, en el Hoyts Abasto.)
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