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Por Silvina Friera A Alejandra -.La Negra� Flechner le gusta pasearse por mundos diferentes. En los ochenta formó parte del movimiento teatral del Parakultural con Las Gambas al Ajillo. El humor, la improvisación y la entrega absoluta sobre el escenario fueron y son su sello distintivo. En los últimos cuatro años transitó el brillo de la calle Corrientes participando en Confesiones de mujeres de 30, donde se reía y reflexionaba sobre la condición femenina con tanta pasión que una vez, mientras actuaba, protagonizó una caída espectacular de la que no puede olvidarse. Alejandro Romay la convocó para formar parte de Alarma, una obra escrita por Michael Frayn y dirigida por el responsable de la puesta británica, Robin Carter. Alarms and excursions -.el título original� debutó tres temporadas atrás en Londres y se convirtió en un éxito. La versión made in Argentina, que se estrenará pasado mañana en la sala Raúl Rossi del teatro Broadway (mañana habrá una función especial para lectores de Página/12), se completa con un elenco que para Flechner fue decisivo a la hora de aceptar el convite: Humberto Tortonese, Roberto Catarineu y Valeria Bertuceli. �No es que decidimos trabajar juntos con un proyecto propio sino con algo muy pautado y no estamos con esa libertad que a nosotros nos gusta tener�, cuenta Flechner en la entrevista que le concedió a Página/12. �Además de su afinidad con el elenco, ¿por qué aceptó trabajar en Alarma? �A pesar de que tenía algunos reparos con la traducción de los nombres me pareció divertida. Me resultaba extraño decirle a alguien �John�, pero pensé que la comedia podía funcionar, que tenía una estructura correcta. Transcurre en Inglaterra y todos somos ingleses, cosa que de por sí es cómica, porque nosotros no damos con el imaginario argentino de un inglés, que es como una especie de Jeremy Irons. Roberto y Humberto no te dan ni ahí con un inglés y nosotras no damos una Emma Tomphson. El desafío es ver cómo habitamos en esta obra. No como argentinos en un sentido folklórico tonto de decir que la hacemos a la criolla, porque no somos tampoco tan criollos. Lo interesante es ver cómo nos apropiamos de Alarma sin traicionar lo que es la obra y lo que somos como actores. La gente te da la posibilidad de redescubrir la obra y eso es lo más lindo del humor. Una carcajada es como una cosa física muy viva. �El director no habla castellano. ¿Tienen dificultades para entenderse? �El tema del idioma es bastante grosso, pero no es una barrera. Aunque no es sencillo establecer un trabajo donde no hay ni una pizca de comprensión, se puede tener una empatía absoluta con alguien con quien no se comparte el idioma y podés no tenerla de hecho con un director argentino. El conflicto entre los actores y el director tiende a ser un clásico. Hay una relación ciertamente pasional. Estás trabajando con tracción a sangre y todo se mueve mucho y tenés la chance de sorprendente de lo que sale de tus compañeros y de lo que saca uno. Nosotros no somos actores de las ciencias exactas y entonces nos encontramos con un pequeño choque cultural en ese sentido. Lo más importante es que salga bien. �¿Cómo son los sketches de la obra? �Una es como una típica comedia de puertas que tiene una vertiginosidad copada. Otra se trata de unas vacaciones de una pareja de ingleses que van de un hotel a otro. Supongo que si fuera en la Argentina habría que hacerla en la Bristol de carpa a carpa. Las vacaciones son un embole y esto es identificable en cualquier lugar, más allá de que suceda en un hotel o en una carpa. Las siguientes transcurren en un avión y en una suerte de conferencia y tienen una onda más televisiva. Los mismos personajes de la comedia de puertas vuelven a otra situación que sucede en una fiesta agotada, pero de la que nadie se va. Y por último se plantea undesencuentro a través de máquinas -.contestadores telefónicos� con un mensaje liviano para que el público entienda. �¿Hizo el duelo luego de cuatro temporadas con Confesiones de mujeres de 30? �No tuve mucho tiempo. Llegué un viernes después de dos meses en Mar del Plata y el lunes empecé a ensayar y me interné en esta especie de locura. Por supuesto que a los dos días dije qué estoy haciendo acá, por qué no agarré un trabajo en televisión que me ofrecieron, cómo puede ser que después de 4 años de hacer funciones todas las noches me meta en otra obra. En muchos momentos pensé que soy una enferma mental. Cuando pintó la obra dije qué bueno, con lo que a mí me gusta el teatro. Y cuando empezaron los ensayos me pregunté si no estaría mal de la cabeza. El teatro me calienta, es siempre un desafío, tenés que poner la cara y el cuerpo. No podés amarretear. A la hora de las papas salís al escenario y tenés que ofrecer algo. Se sufre, pero se goza también. �Con la televisión no pasa lo mismo... �Para mí es distinto. La tele tiene otra cosa. Si hacés un buen programa lo disfrutás y después lo mirás tomando un buen vino. Es menos exigente desde el lugar humano y espiritual. En cambio, acá estás once horas haciendo lo que más te gusta y te enfermás. Es más complejo, te hace la vida más difícil. Y eso a algunos nos encanta (risas). �Este año ganó el Estrella de Mar a la mejor actuación femenina por Confesiones... ¿Qué le pasó por la cabeza? �No soy devota de los premios, pero si alguien te agasaja bienvenido. Ya que te ponen en ese compromiso de ir a un lugar es mejor que te lo den. Si tengo que comprarme un vestido, ir a la peluquería para que me peinen y bancarme todo el evento prefiero llevarme el souvenier. Un premio no determina ni marca nada. Por supuesto que es agradable que reconozcan tu trabajo, pero es una relatividad total. Los premios a veces llegan tarde. Te lo terminan dando por un trabajo que a vos no te gustó tanto porque te debían del año pasado. Es la mejor excusa para una buena borrachera. Después viene la resaca y la vida sigue por otro lado.
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