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Por Fernando D�Addario ![]() Una bandera de Cuba, otra con la imagen del Che Guevara (ambas en una de las populares, donde estaban los más jóvenes) eran los únicos testimonios visibles de un compromiso político que, evidentemente, fue perdiendo efusividad en el camino de estos años. El compromiso parecía estar focalizado esta vez sólo en la música de Milanés, lo cual, de todos modos, incluye los recuerdos de romanticismo militante que el sonido de esas canciones sigue despertando en cualquier oído políticamente correcto. El músico, en cambio, dio testimonio de que el declinamiento de las utopías, al menos, no hizo mella en su riqueza vocal, tan terrenal y palpable como los mejores sueños. Milanés sigue cantando tan bien como siempre y ésa es, acaso, la única certeza inmutable que protege al cantautor. Sus mejores canciones, las que resisten por su belleza el paso del tiempo, despiertan hoy sentimientos diversos, pero siempre distintos de los que generaban cuando fueron popularizadas. Tanto las de amor como las de barricada. Y esto a despecho de la banda que lo acompañó: pirotécnica, con arreglos de dudoso gusto, pero impotente �por suerte� en su intento de banalizar clásicos indestructibles. Cuando Milanés cantó aquel himno dedicado a Chile, �Yo pisaré las calles nuevamente�, sólo se levantaron dos puños (había tres mil personas en el Estadio Obras) en señal de desafío revolucionario, pero una ovación generalizada acompañó el verso �... y pagarán su culpa los traidores�, demostrando que en estas cuestiones, los códigos de hermandad latinoamericana apagan los chispazos de odio que se encienden, por ejemplo, con una confrontación entre ![]()
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