Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

OPINION

La semilla del mal

Por James Neilson

La corrupción endémica es producto de la convicción de que es bueno creer que los intereses personales o del clan propio sean mucho más importantes que el bien común. He aquí la razón por la cual cualquier gobierno resuelto a combatirla haría lo posible para impedir que el Estado sea colonizado por grupos familiares que podrían actuar como pequeñas mafias. ¿Es lo que ha hecho Fernando de la Rúa? Claro que no. Ya antes de iniciar su gestión el pronto a ser Presidente envió un mensaje inequívoco al resto del país colocando a su hermano mayor en un puesto clave de su gobierno. Puede que el hermano Jorge sea una persona excelente, brillante, un prodigio de honestidad, pero al nombrarlo De la Rúa se privó de la autoridad moral que le hubiera permitido luchar contra el nepotismo y amiguismo que, además de perjudicar cruelmente a quienes no tienen la suerte de estar relacionados con influyentes, sirven para enriquecer el caldo de cultivo en que se multiplican las bacterias malignas de la corrupción. De aquel momento en adelante, todo prohombre criticado por repartir cargos entre sus parientes ha contestado: "El Presidente también lo hace".

  Como no pudo ser de otra manera, las primeras denuncias por corrupción en el gobierno han tenido que ver con el nepotismo, con la sospecha, certera o no, de que sus integrantes antepondrían su "lealtad" hacia sus parientes o amigos íntimos a su deber de funcionario público. Aunque en el caso protagonizado por Graciela Fernández Meijide y su cuñado el Gobierno haya optado por cortar por lo sano, pronto habrá otros similares, suficientes como para dar al delarruismo una imagen comparable con la ostentada por el menemismo, lo cual, de más está decirlo, hará de su caza a "emblemáticos" una farsa y estimulará a miles de funcionarios menores a seguir mofándose de las reglas.

  La corrupción casi siempre presupone la complicidad y para desbaratar las redes que la sostienen será necesario que los políticos hagan caso omiso de sus fuertes instintos familieros para institucionalizar una forma de discriminación al revés --como ocurre en algunas empresas privadas--, destinada a asegurar que las relaciones entre los funcionarios, y entre éstos y empresarios que podrían convertirse en sus clientes, sean lo más impersonales concebibles. Acaso sería injusto, pero lo sería mucho menos que la situación actual en la que causaría más sorpresa enterarse de que un "dirigente" no contara con ningún pariente estratégicamente ubicado que ser informado que un funcionario aprovechaba su cargo para dar ventajas al negocio de su esposa, hijo, cuñado o amigo de toda la vida.

 

PRINCIPAL