Por Diego Fischerman
 Se puede hablar del fenómeno Martha Argerich. Se puede hacer hincapié en el personaje, en su imprevisibilidad, en la certeza que transmite acerca de que lo único que vale la pena, es lo que tiene ganas de tocar en el piano. Es posible afirmar, como lo hizo la revista especializada Diapason, en un dossier dedicado a los pianistas más grandes del siglo XX, que �es la única equivalente posible, en la actualidad, de Clara Schumann�. Alcanza, en todo caso, con recordar el vendaval que pasó por Buenos Aires cuando hace siete meses dio cuatro conciertos y fue jurado de un concurso internacional en esta ciudad. Podría, entonces, pensarse en un fenómeno local. Pero el hecho de que haya sido elegida, en noviembre de 1999, música del año por la revista Gramophone y que, hace unas semanas, haya sido galardonada con el Grammy, desmiente rápidamente tal hipótesis. Martha Argerich es, sin duda, una de las grandes pianistas de la historia. La única pregunta pendiente es por qué. ¿Qué es lo que la hace distinta de tantos pianistas excelentes? Y la respuesta bien puede estar dada por la serie de seis CDs que acaba de publicar EMI.
El primero de ellos, si de orden cronológico se trata, es el que iba a ser, efectivamente, el primer disco de Argerich. La grabación es de 1965, cuando la pianista tenía 23 años recién cumplidos y hacía un mes que había ganado el Concurso Chopin en Varsovia. El álbum, dedicado por entero a Fréderic Chopin, nunca había podido ser editado debido a que la artista firmó, en esos días, un contrato con otra compañía (Deutsche Grammophon). El último, también en orden cronológico, es el que Argerich grabó con la Sinfónica de Montreal dirigida por su ex marido, Charles Dutoit, con los dos conciertos para piano y orquesta de Chopin. El mismo equipo había publicado, un año antes, los conciertos 1 y 3 de Prokofiev y 3 de Bartók (éste fue el disco ganador del Grammy). Otro CD, que bien podría titularse Argerich y sus amigos, reúne varias versiones ejemplares de música de cámara (el Quinteto de Prokofiev, donde la pianista no toca, el Concerto pathétique de Liszt, a dos pianos con Nelson Freire, y los Contrastes de Bartók, junto a Chantal Juillet en violín y Michael Collins en clarinete). Los otros dos CDs fueron grabados en vivo. Uno de ellos reúne los conciertos Nº 25 de Mozart y Nº 1 de Beethoven, registrados en 1978 y 1992 en el Concertgebouw de Amsterdam. El último (aunque lejos del último lugar en importancia) es una rareza: allí Martha Argerich fue grabada sola y en un escenario frente al público. Y además de su repertorio habitual, aparece algo que la artista tocó muy pocas veces: una obra argentina. Entre la Sonata que Bartók escribió en 1926 y la Sonata Nº 7 de Prokofiev, se encuentra una interpretación deslumbrante de las Danzas Argentinas Op. 2 de Alberto Ginastera. La justeza rítmica, el sentido motor de Argerich, la electricidad de su toque, la increíble gradación de matices y colores, convierten a estas miniaturas de folklorismo supuesto en piezas sorprendentes y exquisitas. En el disco, que fue registrado durante dos conciertos, en 1978 y 1979, Argerich también toca a Bach (Partita Nº 2 y Bourrée de la Suite Inglesa Nº 2), Chopin (Nocturno Nº 13 y Scherzo Nº 3) y Domenico Scarlatti (la misma Sonata en Re Menor que tocó como bis en uno de sus conciertos porteños). Resulta revelador comparar la versión del Scherzo de Chopin incluida en este recital con la que fue grabada en el disco de 1965, catorce años antes. La exactitud, la llama, el impulso, son los mismos. En la primera hay una suerte de ansiedad maravillosa, un toque de inmortalidad. En la segunda, hay un asentamiento y un equilibrio supremos. Por supuesto, es imposible elegir entre una y otra.
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