DE
ELENA A MIRTHA
Por Osvaldo Bayer |
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Lo pedestre del ambiente político argentino nos habla de nuestra
superficialidad rayana en lo perverso. La estupidez ya infamante de la
señora Elena Cruz en su frase que debiera quedar en la colección de
idioteces de lo obsceno creado en el vacío de los vacíos (�se dicen
pensadores, pero son zurdos�, dijo, con voz de cata venida a menos)
dejó al descubierto la mentalidad de quien puede llegar a ser parte del
poder del país por el único mérito de aparentar ser señora bien. Dejó
al desnudo que la lista del señor Cavallo se formó sobre la base no de
méritos por la República sino de nombres que pudieran impresionar a los
sectores que aplauden el gatillo fácil, o aquello de �hay que matarlos
a todos�, o que aplauden desaforadamente la línea impresa a la opinión
pública por el gatillador Patti y los suyos. Como aplaudieron
entusiasmados en su tiempo aquello del método represivo de la impiedad.
Lo de Elena Cruz nos dejó desnudos a todos. Porque quiere decir que en
nuestro país puede ser candidato cualquiera que jamás luchó por los
derechos ciudadanos ni se indignó cuando desde el poder, con toda
impunidad, se llegó hasta a robar niños. Elena Cruz, alentadora de lo
más profundo de la antidemocracia, puede llegar a representarnos a todos
como Bussi ayer pudo ser electo gobernador de Tucumán, o Rico intendente
de San Miguel, o Patti, de Escobar, o Cavallo, el medrador de la dictadura
de Videla, puede llegar a gobernar la ciudad. Todo es un cachivache.
Cambalache. Dale nomás, dale que va, da lo mismo que si es cura,
colchonero, rey de bastos, caradura o polizón. Meditación porteña, viva
la pepa. Cuantos más crímenes contra la democracia tiene el candidato,
más posibilidades cuenta con las elecciones. Llegaremos por fin al �Patti
Presidente - Cavallo Conductor� y Elena Cruz, profesora honoris causa de
Etica argentina.
Pero tal vez lo más triste de los últimos días �y que muy pocos
tomaron en cuenta� fueron las declaraciones del presidente De la Rúa al
diario español El País. Se le preguntó su opinión acerca de las leyes
de Obediencia Debida y Punto Final. Respondió escuetamente que había
sido una resolución del gobierno democrático de ese entonces. Eso fue
todo. Una respuesta acomodaticia, plena de falta de coraje civil. Claro,
tenía que defenderse porque él también levantó el brazo que significó
algo que nos avergonzará permanentemente y que ya ha marcado a fuego a
los legisladores radicales que se avinieron a cumplir con el pacto de
Semana Santa carapintada-radical. ¿Qué significa �una resolución del
gobierno democrático�? ¿Qué quiere decir, que es democrática
también la elección de Hitler por medio del recurso parlamentario? ¿O
que es justa la represión de la Semana Trágica porque la tomó un
gobierno elegido por el pueblo, o que no hay nada de que arrepentirse por
la masacre de peones patagónicos porque se hizo con el visto bueno del
gobierno central radical?
Las palabras de De la Rúa tendrían que haber concitado nuevamente la
gran discusión nacional sobre cómo es posible que los asesinos de
picana, los ladrones que se llevaron todo lo de sus víctimas, fueron
dados de alta como ciudadanos limpios de la Nación, pese a todos los
antecedentes jurídicos que existían en el mundo contra el denominado
derecho a la obediencia debida, principalmente luego del medular trabajo
del fiscal alemán Fritz Bauer contra los criminales de guerra, de soldado
a mariscal de campo, y de guardián de campo de concentración a jefe de
la Gestapo. De la Rúa se refugió en el argumento medroso para no quedar
al desnudo de su propio pecado. �Fue una resolución de un gobierno
democrático.� Democracia, cuántas ignominias se cometen en tu nombre.
¿Por qué ningún político reaccionó ante las declaraciones de De la
Rúa al diario madrileño? Ni siquiera los del Frepaso, que en aquellos
tiempos �desde otras bancadas� se pronunciaron indignados contra la
mayoría alfonsinista. No. Nada. Todos se callaron la boca. Estamos en
período preelectoral. Ahora somos todos demócratas. El final del
bochorno quedó impreso en los últimos ascensos de uniformados
incriminados en los más cobardes crímenes de lesa humanidad.
Pero dentro de todas esas miserabilidades de nuestra democracia y nuestros
demócratas hay algo positivo que se ha ido formando en la civilidad
argentina, paso a paso, y ya es ineluctable. Es el triunfo �pese a que
pase el tiempo� de la ética sobre los oportunistas de todos los
tiempos. Hoy ya es imposible explicar los crímenes militares con la
teoría de los dos demonios. Ya ni siquiera vale el prólogo del Nunca
Más redactado por Ernesto Sabato, donde se nos hablaba de dos fuerzas
endemoniadas. No. Hoy ya nadie puede demostrar nada refugiándose en la
teoría de �los dos terrorismos�. El método de desaparición de
personas no se puede defender como explicación del resultado de una
guerra interna. Lo vimos precisamente en el caso Elena Cruz: Cavallo
intentó echarla de candidata por haber ella tenido compasión de Videla.
Ni un videlista apasionado como lo fue Cavallo quiere hoy quedarse pegado
a la siniestra figura del infame represor. El verdugo se quedó solo. Los
adeptos abandonaron el barco por todos los medios posibles. Y ése es el
gran triunfo de los organismos de derechos humanos con su interminable
lucha por la verdad. Cada paso de la marcha de las Madres fue arrinconando
al draculesco torturador. Cada declaración de los organismos de derechos
humanos y las cátedras respectivas de las diferentes universidades fueron
dejando al desnudo lo siniestro que en un principio quiso demostrarse como
algo fatal, que tenía que suceder, que estaba escrito.
Recorriendo esta sociedad con miedo a la verdadera democracia, formada en
el manoseo de la ética, caemos en un episodio que define al argentino del
�en la vida hay que portarse bien�. Fue una escena freudianesca en la
que quedamos todos con el culo al aire. Dicen los entendidos que Mariano
Grondona y Mirtha Legrand forman la opinión de este jardín de infantes
que es nuestra democracia conviviente. Bien, en ese episodio, Mirtha
Legrand impartió la línea del portarse bien, del por algo será. En una
de sus presentaciones, ante el ataque contra la Revolución Cubana que
hizo un periodista de Miami, la actriz Cecilia Rossetto dijo su opinión
contraria a lo que sostenía el anticastrista. En seguida, Mirtha Legrand
intervino para corregir y reconvenir a la díscola. Y allí, de pronto,
quedó en descubierto, al desnudo, nuestra filosofía mediática. A la �conductora�
le salió como algo natural; le dijo, con su vocecilla: �Ay, Cecilia,
vos siempre con esas ideas izquierdistas, después te quejás si no
conseguís que te den trabajo en la televisión�. En una frase quedó
todo al desnudo. Era el �por algo será�, de la década del setenta
con que los buenos vecinos se explicaban la muerte uniformada. La
conductora de todos los tiempos nos enseñaba cómo hay que comportarse
para tener éxito en la vida. Y aquí vino la sorpresa para la Mirtha
ciruela del acomodo social: la rebelde Cecilia Rossetto dijo ante las
cámaras lo que todos saben, pero nadie dice. Lo dijo en su tono socarrón
de sublime indócil: �Claro, hoy siguen siendo tapa las que le hacían
fellatio a los genocidas�. Ya estaba. Eso sólo bastó. Hubo grititos,
hasta chillidos. De pronto todo lo armado se desmoronó. Tanta sonrisa,
tanta buena conducta, tanto portarse bien, tanta agachada de lujo, quedaba
al desnudo. Ni Beckett ni Ionesco lograron nunca una escena tan precisa.
Lo que sociólogos de nota o intérpretes de la ética no lo habían
logrado, lo resolvió una frase que destruyó nuestra moralina. Que nos
dejó con el culo al aire.
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