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el Kiosco de Página/12

DE ELENA A MIRTHA
Por Osvaldo Bayer

Lo pedestre del ambiente político argentino nos habla de nuestra superficialidad rayana en lo perverso. La estupidez ya infamante de la señora Elena Cruz en su frase que debiera quedar en la colección de idioteces de lo obsceno creado en el vacío de los vacíos (�se dicen pensadores, pero son zurdos�, dijo, con voz de cata venida a menos) dejó al descubierto la mentalidad de quien puede llegar a ser parte del poder del país por el único mérito de aparentar ser señora bien. Dejó al desnudo que la lista del señor Cavallo se formó sobre la base no de méritos por la República sino de nombres que pudieran impresionar a los sectores que aplauden el gatillo fácil, o aquello de �hay que matarlos a todos�, o que aplauden desaforadamente la línea impresa a la opinión pública por el gatillador Patti y los suyos. Como aplaudieron entusiasmados en su tiempo aquello del método represivo de la impiedad.
Lo de Elena Cruz nos dejó desnudos a todos. Porque quiere decir que en nuestro país puede ser candidato cualquiera que jamás luchó por los derechos ciudadanos ni se indignó cuando desde el poder, con toda impunidad, se llegó hasta a robar niños. Elena Cruz, alentadora de lo más profundo de la antidemocracia, puede llegar a representarnos a todos como Bussi ayer pudo ser electo gobernador de Tucumán, o Rico intendente de San Miguel, o Patti, de Escobar, o Cavallo, el medrador de la dictadura de Videla, puede llegar a gobernar la ciudad. Todo es un cachivache. Cambalache. Dale nomás, dale que va, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón. Meditación porteña, viva la pepa. Cuantos más crímenes contra la democracia tiene el candidato, más posibilidades cuenta con las elecciones. Llegaremos por fin al �Patti Presidente - Cavallo Conductor� y Elena Cruz, profesora honoris causa de Etica argentina.
Pero tal vez lo más triste de los últimos días �y que muy pocos tomaron en cuenta� fueron las declaraciones del presidente De la Rúa al diario español El País. Se le preguntó su opinión acerca de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Respondió escuetamente que había sido una resolución del gobierno democrático de ese entonces. Eso fue todo. Una respuesta acomodaticia, plena de falta de coraje civil. Claro, tenía que defenderse porque él también levantó el brazo que significó algo que nos avergonzará permanentemente y que ya ha marcado a fuego a los legisladores radicales que se avinieron a cumplir con el pacto de Semana Santa carapintada-radical. ¿Qué significa �una resolución del gobierno democrático�? ¿Qué quiere decir, que es democrática también la elección de Hitler por medio del recurso parlamentario? ¿O que es justa la represión de la Semana Trágica porque la tomó un gobierno elegido por el pueblo, o que no hay nada de que arrepentirse por la masacre de peones patagónicos porque se hizo con el visto bueno del gobierno central radical?
Las palabras de De la Rúa tendrían que haber concitado nuevamente la gran discusión nacional sobre cómo es posible que los asesinos de picana, los ladrones que se llevaron todo lo de sus víctimas, fueron dados de alta como ciudadanos limpios de la Nación, pese a todos los antecedentes jurídicos que existían en el mundo contra el denominado derecho a la obediencia debida, principalmente luego del medular trabajo del fiscal alemán Fritz Bauer contra los criminales de guerra, de soldado a mariscal de campo, y de guardián de campo de concentración a jefe de la Gestapo. De la Rúa se refugió en el argumento medroso para no quedar al desnudo de su propio pecado. �Fue una resolución de un gobierno democrático.� Democracia, cuántas ignominias se cometen en tu nombre. ¿Por qué ningún político reaccionó ante las declaraciones de De la Rúa al diario madrileño? Ni siquiera los del Frepaso, que en aquellos tiempos �desde otras bancadas� se pronunciaron indignados contra la mayoría alfonsinista. No. Nada. Todos se callaron la boca. Estamos en período preelectoral. Ahora somos todos demócratas. El final del bochorno quedó impreso en los últimos ascensos de uniformados incriminados en los más cobardes crímenes de lesa humanidad.
Pero dentro de todas esas miserabilidades de nuestra democracia y nuestros demócratas hay algo positivo que se ha ido formando en la civilidad argentina, paso a paso, y ya es ineluctable. Es el triunfo �pese a que pase el tiempo� de la ética sobre los oportunistas de todos los tiempos. Hoy ya es imposible explicar los crímenes militares con la teoría de los dos demonios. Ya ni siquiera vale el prólogo del Nunca Más redactado por Ernesto Sabato, donde se nos hablaba de dos fuerzas endemoniadas. No. Hoy ya nadie puede demostrar nada refugiándose en la teoría de �los dos terrorismos�. El método de desaparición de personas no se puede defender como explicación del resultado de una guerra interna. Lo vimos precisamente en el caso Elena Cruz: Cavallo intentó echarla de candidata por haber ella tenido compasión de Videla. Ni un videlista apasionado como lo fue Cavallo quiere hoy quedarse pegado a la siniestra figura del infame represor. El verdugo se quedó solo. Los adeptos abandonaron el barco por todos los medios posibles. Y ése es el gran triunfo de los organismos de derechos humanos con su interminable lucha por la verdad. Cada paso de la marcha de las Madres fue arrinconando al draculesco torturador. Cada declaración de los organismos de derechos humanos y las cátedras respectivas de las diferentes universidades fueron dejando al desnudo lo siniestro que en un principio quiso demostrarse como algo fatal, que tenía que suceder, que estaba escrito.
Recorriendo esta sociedad con miedo a la verdadera democracia, formada en el manoseo de la ética, caemos en un episodio que define al argentino del �en la vida hay que portarse bien�. Fue una escena freudianesca en la que quedamos todos con el culo al aire. Dicen los entendidos que Mariano Grondona y Mirtha Legrand forman la opinión de este jardín de infantes que es nuestra democracia conviviente. Bien, en ese episodio, Mirtha Legrand impartió la línea del portarse bien, del por algo será. En una de sus presentaciones, ante el ataque contra la Revolución Cubana que hizo un periodista de Miami, la actriz Cecilia Rossetto dijo su opinión contraria a lo que sostenía el anticastrista. En seguida, Mirtha Legrand intervino para corregir y reconvenir a la díscola. Y allí, de pronto, quedó en descubierto, al desnudo, nuestra filosofía mediática. A la �conductora� le salió como algo natural; le dijo, con su vocecilla: �Ay, Cecilia, vos siempre con esas ideas izquierdistas, después te quejás si no conseguís que te den trabajo en la televisión�. En una frase quedó todo al desnudo. Era el �por algo será�, de la década del setenta con que los buenos vecinos se explicaban la muerte uniformada. La conductora de todos los tiempos nos enseñaba cómo hay que comportarse para tener éxito en la vida. Y aquí vino la sorpresa para la Mirtha ciruela del acomodo social: la rebelde Cecilia Rossetto dijo ante las cámaras lo que todos saben, pero nadie dice. Lo dijo en su tono socarrón de sublime indócil: �Claro, hoy siguen siendo tapa las que le hacían fellatio a los genocidas�. Ya estaba. Eso sólo bastó. Hubo grititos, hasta chillidos. De pronto todo lo armado se desmoronó. Tanta sonrisa, tanta buena conducta, tanto portarse bien, tanta agachada de lujo, quedaba al desnudo. Ni Beckett ni Ionesco lograron nunca una escena tan precisa. Lo que sociólogos de nota o intérpretes de la ética no lo habían logrado, lo resolvió una frase que destruyó nuestra moralina. Que nos dejó con el culo al aire.


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