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Aldo Rico comenzó a cavar su fosa en una conferencia de prensa blandiendo una foto que supuestamente mostraba al �Indio� Castillo al lado del Presidente. Uno de los picos de tensión entre el Gobierno y la cúpula de la CGT �gorda� la generó un spot publicitario. Graciela Fernández Meijide atravesó dos semanas de pesadilla a consecuencia de sendas denuncias periodísticas. Elena Cruz le complicó la vida a Domingo Cavallo por dar rienda suelta a su pensamiento en el programa del inefable Chiche Gelblung. Rodolfo Terragno desarmó en tiempo record su oficina de ceremonial porque �a través de la radio� se enteró de que uno de sus funcionarios cobraba sueldo y jubilación de privilegio. Todo eso en un mes. La relación entre medios y política, un dato de cualquier realidad de fines de siglo pasado y del presente, ha adquirido durante el actual gobierno un rango, una interacción y una velocidad fuera de lo común. Ocurre en buena medida porque el oficialismo gestiona su imagen con muy otro criterio que su predecesor. Carlos Menem �que fue reelecto haciendo caso omiso del Yomagate, de los escándalos por las privatizaciones, del affaire IBM Nación y de altri tanti� se convenció de que era inmune a la denuncia. Alberto Kohan, un maestro en eso de sacar el casete adecuado para cada momento, transformó en dogma una frase de Felipe González, �una cosa es la opinión pública y otra la opinión publicada�. El menemismo se ne fregó de lo que de él se informaba, de dialogar con los medios. Si se mira con más detalle, haciéndolo desistió de dialogar con la gente del común y, culminando un periplo tan lógico como patético, perdió hasta el hábito de escucharla. Y tras él perdió la interna, la virtual re-re, el gobierno. La Alianza �parida, nacida y crecida como alternativa al menemismo� se propuso otro modo de obrar. Y a fe que lo ha hecho, a punto tal que la elaboración y procesamiento de la imagen no es el último estadio de la libido gubernamental sino el primero. El resultado que viene obteniendo parecería sugerir que va siendo hora no de repetir las tropelías ni la sordera del gobierno anterior pero sí de replantearse su escala de prioridades. La obsesión por mantener en el pináculo a la figura del Presidente viene derivando en una paradoja riesgosa por insostenible: la imagen de Fernando de la Rúa constela muy alto, cada vez a mayor distancia que la de su gobierno. Esa dualidad, ya lo reconocen los más experimentados asesores del oficialismo, no se puede sostener mucho tiempo y tiende a converger hacia el punto más bajo, al de la gestión oficialista. Esto ya aburre. Cambiemos de canal. Canal De la Rúa �Presidente De la Rúa� dicen los anuncios oficiales siguiendo el estilo de un mandatario que se ha enamorado de la primera persona del singular para hablar de su gobierno. Ningún presidente argentino ha dedicado tanta energía a cultivar su imagen publicitaria como De la Rúa... sería iluso juzgar casual o no deseado algún manejo de ese recurso. Pero a esta altura, parece que se persigue un objetivo que la teoría supone imposible: construir un liderazgo carismático basado en la honradez, el cumplimiento de las reglas y la buena administración. O sea un carisma sin innovación ni novedad ni creación de reglas. Ya se sabe, gris es la teoría y verde el árbol de la vida pero tamaño intento parece llamado al fracaso o al menos a la desilusión. Canal Ibarra El 7 de mayo ya ha empezado a ser la fecha a la que se difieren resoluciones, medidas de gobierno, ajustes de cuenta internos, reacomodamientos. Si Aníbal Ibarra es elegido jefe de Gobierno porteño nuevos aires soplarán para el gobierno y en él ya flotan los cambios. Por ahora el candidato viene bien. Prevalece según las encuestas y le ganó por un par de goles de diferencia a Cavallo el debate televisivo del miércoles (ver asimismo páginas 4 y 5). Canal Banana split �La zona más vulnerable de este gobierno es que se presentó éticamente puro y la pureza no existe. Cualquier mancha que se le descubra desencadenará una ola de desencantos y recriminaciones, lo que está bien pero no todo es igual. La palabra corrupción no debe almacenar en una misma bolsa hechos que jamás deben ser asimilados. El delito de Estado no es un banana split�, escribió Tomás Abraham con sal e intención polémica en la revista trespuntos. Lo dice en una nota titulada �Sadismo mediático� que alerta contra la frivolización de la lucha contra la corrupción.�Frivolidad �define sugestivamente Abraham� no es tener una Ferrari ni ir a Miami como cree la pacatería. Frivolidad es jugar a un juego que cuando se pone serio hace llorar.� La advertencia, digna de ser tomada en cuenta, alude a un facilismo que viene de lejos, que ha inducido simplificaciones banales. A menudo se iguala un jubilado de privilegio que obtuvo su beneficio en forma legal a otro que lo hizo por izquierda. Un asesor que es pariente de un funcionario a un ñoqui que cobra sin trabajar. Un funcionario que gana bien a un coimero. La crítica a las perversiones de la política a veces se entrevera con la crítica a la política misma. Un continuo tan simplista como peligroso al que no sólo contribuyen los periodistas. Protección al mayor Nunca parece haber tiempo para reflexionar cuando se gobierna y cuando las imágenes hegemonizan a la política. Pero tal vez lo ocurrido en las semanas recientes podría impulsar al actual oficialismo a repensar cuánto de acierto y cuánto de simplificación mediática tuvo proponer casi como única agenda pública y como ejes centrales del plan de gobierno la búsqueda de los equilibrios macroeconómicos y la lucha contra la corrupción. Que también fue frivolidad, lógica de banana split, sugerir y hasta decir que el combate contra la corrupción era la herramienta central para eliminar la injusticia en un país dependiente, cruelmente desigual, agobiado por el desempleo, lleno de grandes evasores, de genocidas libres, de militares altaneros que causaron su ruina y por añadidura su derrota en una guerra internacional. Cuánto hubo de banal en sugerir y hasta decir que la corrupción, un síntoma grave de la decadencia nacional es, sin más, la enfermedad.
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