Los prejuicios
políticos que circulan en una sociedad son en sí mismos hechos políticos
que deben respetarse y ser analizados, pero sin perder de vista que son
prejuicios, es decir, actos reflejos del pensamiento, originados, según
detallaba la filósofa alemana Hannah Arendt, en viejos pactos rotos.
Solamente buceando en ellos como bucea un analista en un trauma, y
detectando en qué momento histórico un trato fue violado, una sociedad
puede, por un lado, convivir con sus propios prejuicios, rehacer sus
contratos y evitar el peor de los males, que es la disolución de la política.
Los políticos roban; los políticos
mienten; los políticos reparten cargos entre sus amigos. Son tres
prejuicios en los que no hace falta bucear mucho --si fuera un trauma, el
analista recomendaría una terapia corta-- para dar con la punta del
ovillo. Diez años de menemismo alcanzan y sobran para erizar la
hipersensibilidad social en la materia.
En las últimas semanas, la
ministra Graciela Fernández Meijide es el árbol del gabinete nacional más
proclive a la leña. A los rumores del malestar que la falta de resultados
de la política social a su cargo produce en el propio gabinete, y que
permite suponer que a alguien se le había ocurrido que en tres meses una
mujer tan alta y con tanto carácter tenía que, por lo menos, meter a los
pobres abajo de la alfombra, se sumó después el escándalo de la
designación de su cuñado en la intervención del PAMI.
Si bien es absolutamente cierto
que esa designación le hace ruido en la oreja a cualquiera, el nuevo escándalo,
esta vez porque su profesor de tenis es asesor de la Secretaría de
Deportes, tiene el vestido de la denuncia en cuyo interior parece haber
poco más que aire. Que Eduardo Wetzel carezca de experiencia en la gestión
pública aparece en la información como un dato de peso: ¿hubiese sido más
tranquilizador que tuviera experiencia como funcionario menemista; sólo
son aptos los funcionarios con experiencia alfonsinista, o también los de
ahí para atrás? Cosida con alfileres, enmarcada como para subrayar una
ineptitud que no demuestra, la última denuncia contra Fernández Meijide
parece, bajo el manto de un purismo a la sueca, una embestida contra una
mujer que no regala sonrisas y que últimamente no derrocha carisma. Pero
que, sobre todo, les molesta a muchos que quieren sacársela de encima a
toda costa. Por
más prejuicios que se tengan contra la política, decía Hannah Arendt,
es todavía mucho más riesgosa la ausencia de la política. ¿No pasará
lo mismo con Graciela?
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