Esta noche, en el
bar, el tema de conversación es la cirugía estética. La loca carrera
hacia la juventud quirúrgica. Todas esas caras en las tapas de las
revistas, en los afiches, en la televisión, y cuyo aire familiar recuerda
vagamente a personajes conocidos. ¿Es o no es? ¿Es ella o él o se trata
de un pariente joven? Las miradas de perpetuo asombro después del
estiramiento. Una expresión de asombro militante. La vedette a la que,
después de varias operaciones, le quedaron dos chimeneas en lugar de
fosas nasales y ahora se parece extraordinariamente a Miss Piggy, la
encantadora puerquita de los Muppets. La otra, que en las sucesivas
visitas al quirófano fue teniendo, cada vez más, una cara de bruja de
careta económica, hasta que un cirujano plástico se casó con ella y,
con alma de Pigmalión, la rehizo toda a su gusto, y después la señora
tuvo que renovar la documentación porque nadie sabía quién era y sólo
se la podía identificar por las huellas dactilares. De paso alguien se
acuerda del ministro que se hizo rellenar el de atrás para que los
pantalones le calzaran mejor. "Si hay una cosa que obedece ciegamente
la ley de la gravedad son las nalgas --sentencia Espoleta--, caen con
mayor velocidad que cualquier otro objeto sobre la Tierra."
Se escuchan unos sollozos en la
punta de la barra. Es uno de los nuestros. Lo rodeamos solícitos, le
damos un pañuelo para que se seque las lágrimas. "¿Qué
pasa?", preguntamos.
--Los comentarios de ustedes
son muy sardónicos, se nota que nunca la vivieron de cerca --nos dice
mientras se sopla la nariz--. Yo amo a mi mujer. O tal vez deba decir que
la amaba. Ya no sé. Siempre fuimos muy compañeros y ahora me dejó solo.
Seguimos viviendo bajo el mismo techo, pero ya no puedo decir que es mi
pareja. Y todo empezó cuando decidió hacerse unos retoques.
Le pedimos que se tranquilice y
que cuente, para eso están los amigos. Le arrimamos un café, le traemos
una copa. --La primera intervención fue cuando cumplió los 45. Bajó nueve años y quedó de 36. A mí me gustó. Me gustó mucho. A mis 50, andar por la calle con semejante minón era un placer. La envidia del barrio. Los amigos tomaron la costumbre de caerse todos los días por casa, a cualquier hora, le traían regalitos. Me puse alerta, me volví un poco paranoico y fui tomando distancia de la barra. Ella estaba rutilante, pura simpatía y vitalidad. En la segunda intervención se agrandó los pechos porque se habían puesto de moda las tetas grandes. Quedó de 24 años. Imagínense lo que era. Yo estaba entre eufórico y preocupado. Empecé a obsesionarme con la idea de que no iba a poder seguirle el tren a una mina tan joven. Me teñí las canas. Ella renovó el vestuario. Se sentía una diosa y con razón. Después se dio un tercer saque. Se achicó los pechos y las caderas porque se había puesto de moda la ropa ceñida. A la salida del quirófano acababa de cumplir 18 años. Ahí ya me empecé a alarmar seriamente. Estaba pareciendo el padre. Ahora no eran mis amigos los que nos visitaban, venían los amigos de mis hijos. Rondaban como moscardones, parecían cachorros en celo. Imagínese la situación. Mis dos chicos andaban con una mufa negra porque los compañeros de la facultad trataban de levantarse a la mamá. A mí lo único que me faltaba era andar con la escopeta, cuidando el honor de la hija que no tengo. Me sentía raro cuando caminaba por la calle con ella. Ya me había teñido, ¿qué otra cosa podía hacer? Ella se sentía una reina. Hace poco se dio otro saque de quirófano. Siempre fue una mujer menudita y ahora se convirtió en una hermosa preadolescente de doce años. La situación en mi casa es extraña. Mis hijos la tratan como a una hermana, por momentos la cuidan y la quieren, por momentos la sacan a patadas. Yo lo primero que hice fue comprar dos camas gemelas. No quiero sentirme un violador de menores. Para colmo, de tanto reducir y rejuvenecer parecería que algo le pasó también dentro de la cabeza. Debe ser lo que llaman un efecto indeseado del tratamiento. Piensa y se comporta como una adolescente, tiene los gustos de esa edad. Se la pasa tirada en la cama y mirándose al espejo. Ve televisión todo el tiempo y escucha unos conjuntos de rock espantosos. Come porquerías, deja todo desparramado por la casa, no sabe a qué hora va a volver, nunca está para el almuerzo y la cena. Y encima tiene un humor de lo más variable, un rato está hecha un cascabel y diez minutos después anda con una cara que no se la banca nadie. Yo me cansé. No pienso darle un centavo más. Que se anote en un instituto, que se ponga a estudiar y aprenda algo útil.
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