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OPINION

Elección de ricos

Por James Neilson

Puesto que el ingreso per cápita de los porteños es más de diez veces mayor que el de sus compatriotas santiagueños y jujeños, uno pensaría que un gobierno tan progresista como el de la Alianza estaría proponiendo asestarles un par de impuestazos más en nombre de la equidad, pero ocurre que hay elecciones a la vista de modo que, lo mismo que Fernando de la Rúa en aquellos lejanos días que precedieron al 24 de octubre, tanto el aliancista Aníbal Ibarra como su contrincante populoliberal Domingo Cavallo dan a entender que nacieron para rebajar la odiada presión tributaria que está oprimiendo a la �gente�. Pues bien, si hasta las comunidades más opulentas, azuzadas por políticos de todas las coloraciones concebibles, se niegan a abonar un centavo más, ¿qué posibilidad hay de que un día se ponga en marcha un modesto programa redistribuidor destinado a hacer más angosta, aunque fuera un poquito, la brecha que separa a la Argentina primermundista del resto del país? Ninguna, claro está.
Aquí, todos los relativamente acomodados son partidarios fervientes de la teoría del �trickle-down� o goteo que tanto encantaba a los administradores de Ronald Reagan. Juran creer que si se eliminan algunos impuestos y reducen los remanentes la economía despegará como un cohete y hasta los más pobres recibirán su parte de la bonanza. Puede que a la larga tengan razón, pero sucede que a los indigentes no les es dado esperar diez, veinte años o más para ver si la riqueza finalmente gotea hasta sus bolsillos. Tal vez ya sea demasiado tarde para quienes tienen más de treinta años, pero aún hay tiempo para dar a los jóvenes las herramientas que les permitirían abrirse camino. ¿Sería factible sin que quienes más tienen �entre ellos los porteños que según las estadísticas disfrutan de tanta plata como los europeos occidentales� paguen impuestos más onerosos que los actuales. Sí, gritan al unísono los políticos. No, nos dice la voz del sentido común.
El problema principal de la Argentina es la miseria masiva en que millones están hundidos, pero en lugar de intentar atenuarla los políticos (casi todos integrantes del uno o dos por ciento más rico de la población) y los que viven más o menos como Dios manda prefieren actuar y hablar como si se tratara de una emergencia en Mozambique. A su modo, son secesionistas que se las han arreglado para independizarse del país que efectivamente existe sin que éste se haya dado cuenta, y la rebelión impositiva preelectoral que está produciéndose muestra que están resueltos a alejarse aún más de la miseria circundante.

 

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