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Un avión reconstruido con la magia de Antoine de Saint Exupéry

A bordo de un Latecoère 25, el autor de "El Principito" sobrevoló la Patagonia en los primeros vuelos comerciales del país. Allí encontró algunos sitios de su literatura. La nave fue reconstruida y es exhibida desde ayer.


Por Cristian Alarcón
t.gif (862 bytes) Asomando por Florida, entre los sombreros y las galeras de la burguesía del 30, con tranco de oso y los brazos pegados al cuerpo, camina un hombre de casi dos metros metido en un traje de un combinado cromático risible y mucho más chico que su talle. Va hacia su departamento, en el edificio de la Galería Güemes, detestando a sus vecinos, a quienes considera odiosos por su frivolidad y altanería. Quién podía imaginar que el freak cuyo paso despertaba el comentario fácil sería en unos años el escritor del libro francés más traducido del siglo: El Principito. Quién podía apreciar la valentía del sujeto que en realidad volvía de sobrevolar pioneramente la Patagonia con sus vientos y el frío que en aquellas máquinas quemaba la piel. Pues era el conde Antoine de Saint Exupéry. El mismo que ayer tuvo su homenaje oficial a propósito de los cien años de su natalicio y de la reconstrucción y exhibición del Latecoère 25, el primer avión de la Aeroposta Argentina, el primero que hizo vuelos comerciales en el país, la máquina que llevó al escritor a algunos sitios de su literatura.

  Más o menos así lo describía en un hangar de la Fuerza Aérea, cerca de la ribera de Quilmes --donde el Consejo Municipal de Turismo lo integró a un circuito para ser recorrido a partir de ayer--, la secretaria de la Asociación de Amigos del escritor, Elsa Aparicio de Pico, una señora de cabellos blancos y perfecto francés que se ve en estos días dedicada por completo a la reafirmación de la existencia argentina de Saint Exupéry; para los amigos, Saint Ex. En la Francia natal siempre ávida de héroes, el 2000 será una revisita al personaje y a su obra. También algo de eso habrá en las tierras que sobrevoló impresionándose por sus extensiones. Por lo pronto, rodeada de niños de guardapolvo, firma autógrafos conservando elegantemente los ramos de flores en sus manos, la sobrina nieta del escritor, Natallie Des Vallieres. La mujer, que ha heredado la respingada nariz de su tío, preside los homenajes en nombre de sus herederos. "No es fácil ponerse en su lugar --dice Natallie cuando se le pregunta por la ganancia literaria de su tío al volar sobre la Patagonia--. Pero dijo en una carta que sobre las montañas había nevado y era maravilloso porque los picos estaban rosa. También le gustaba andar sobre las playas... --dice y saca de la nada ese dato que lo vuelve a pintar raro sin cura-- y tenía una foca en su bañadera, en el edificio de la Galería Güemes".

  No es que Natallie sea tan extraña como él, sino que su español la lleva por esos meandros. No es que la anécdota sea una denuncia ante Greenpeace, sino que Saint Ex parece que era un auténtico niño y así fue que al visitar las costas cercanas a Comodoro Rivadavia incluyó en el correo que llevaba a Buenos Aires un cachorro de lobo marino según lo cuenta Curtis Cate, en Saint Exupéry, la biografía recién editada por Emecé. Para ese entonces, el escritor de 30 años, cuyo vuelo bautismal fue a los 12, había dejado el calor de los castillos de hadas en los que vivió de niño como el último condecito de un linaje de nobleza campesina que se remonta al siglo XIV, rodeado de mujeres y huérfano de padre. Había comenzado su entrenamiento como piloto en 1921 y en 1926 había ingresado a una empresa aerocomercial francesa llamada Latecoère como uno de los hombres que irían creando, en etapas, un servicio de correo. En 1927 ya era jefe de una estación en Dakar, en el Sahara. Para el 29 ya era experto en el aire y alternaba la construcción de la obra con la aventura.  

  Al comienzo de aquel año es que la empresa lo mandó a abrir rutas al confín austral: "La tierra parecía una piel enferma", donde "ninguna semilla encontraba asilo", describió luego. Y esa experiencia que lo llevó a ser el primer piloto en llegar a Tierra de Fuego sería más tarde Vuelo nocturno, prologado por André Gide, uno de sus amigos parisinos.

  Pero las influencias argentinas en su obra son también menos obvias. Pasaron años hasta que sus biógrafos y sus herederos dieron con el sitio en el que seguro se inspiró el quinto capítulo de Tierra de Hombres: Concordia, Entre Ríos. Así lo cuenta Elsa de Pico. Traductora de francés, hija, nieta y bisnieta de periodistas, se mudó a Concordia en los 50 con marido e hijos. No tardó en descubrir, caminando por la ribera del río Paraguay, un derruido castillo. Y luego a su antigua dueña, Madame Fuchs Valon, fue quien le contó la historia del que fue el refugio de Saint Ex en la odiosa Argentina.

  En busca de un lugar donde aterrizar cercano a Buenos Aires, el piloto francés dio con las indicaciones que le había dado un pariente de los Fuchs, su antecesor en el correo, Paul Vachet. Así, con el avión que ayer acosaban los niños quilmeños, Saint Ex se lanzó a la planicie cercana al castillo con la mala suerte de enterrar una rueda en un nido vizcachero.

Lo primero que vio fue a dos niñas de a caballo. "Una le dice a la otra en francés una palabra que usan los chicos todos los días pero que en francés es muy grave y muy corta. Y el se da vuelta y dice: '¡son francesas!", cuenta Elsa. Eran Suzanne y Edda Fuchs Valon, las niñas que se transformarían en las "hadas silenciosas" de "Oasis", el quinto capítulo de Terres des hommes. Y aunque sus biógrafos no se ponen de acuerdo, posiblemente el primer atisbo de El Principito, que no sería más que la continuación tangencial del "Oasis" en el que tantas veces se refugió Saint Ex durante su misión en los cielos del sur.

 

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