|
Los tres artistas resaltan la
cualidad de lo decorativo como centro de su interés. En sus obras las
nociones de forma, color, valor, tamaño, escala, proporción, textura,
resultan componentes que se juegan con equilibrio y simetrías. El
resultado es una sensación general armónica, donde se subraya el sentido
de unidad y pertenencia a través de un patrón común que, con sus
bemoles, remite a cierta serenidad compositiva.
Las obras de los tres desplazan
el eje de interés de la tradición artística de la obra en sí hacia los
márgenes. Es decir, que las referencias culturales no son necesariamente
la pintura y la
escultura, sino lo supuestamente accesorio y menor: los útiles de
trabajo, los marcos, los moldes, los carteles... El trío, a su modo,
refuerza la relación de larga data entre arte, arquitectura y decoración.
En este sentido reivindican la jerarquía de la decoración como
abarcativa del concepto arquitectónico y de interiores y como amalgama de
la "obra de arte" incorporada integralmente a ese espacio mayor,
que las excede. Pero aquí no hay un salto cualitativo porque el acento
decorativo no está explicitado de manera enfática; todo aquí oscila
entre lo decoroso y lo solapado.
El predominio decorativo es tal
que las obras transforman la sala en una suerte de "decorado",
donde la relación entre las paredes y el piso --en su función de
paneles-- pasa a formar parte de ese escenario en la medida en que los
objetos "artísticos" allí colocados la destacan y
complementan. Aquí se juegan, además de las características intrínsecas
de las piezas, cuestiones como la relación, ubicación, disposición,
etc. Las obras fijan su horizonte en un paisaje que se compone del espacio
interior.
Elba Bairon presenta una serie
de trabajos en relación genérica con moldes y molduras. Las cajas
(similares a la que integró su envío a la edición '99 de la Feria Arco
de Madrid) sugieren ser maquinarias (rodillos ensamblados) que, puestas en
funcionamiento, generan moldes y patrones de diseño. Son algo así como fábricas
portátiles de material "artístico" y "decorativo".
Por otra parte, sus relieves escultóricos, rítmicos y sensuales, apuntan
también a esa mirada lateral (que pone el ojo en las molduras de pared)
según la cual se elige un detalle menor, se magnifica y estiliza. Estos
relieves (uno de ellos teatralmente echado sobre una mesa) lucen como el
revés de trama de la "maquinaria" intuida en las cajas. Aquí
se trata de lo producido por la máquina artística.
Gumier Maier presenta sus cada
vez más barrocos pistoletes y plantillas en gran escala. Transformadas en
objetos, estas piezas también van tomando distancia de las paredes y
conteniendo complejas combinaciones y multiplicaciones formales, así como
el color va integrando complicadas y sutiles secuencias. "Creo
--dice-- que intento recuperar el misterio que experimentaba en mi
infancia frente al mundo, mirándolo todo en busca de sentidos: muebles,
espejos, manteles estampados. Sólo después de mucho tiempo pude
reconocer esas resonancias en mis ornamentaciones. Pero a la vez siempre
aparece algo inesperado, que me desconcierta y que no me atrevo a
desechar. No se trata de algo concreto como un color, sino más bien de la
sensación de que no llego a descifrar lo que hago."
La obra de Cristina Schiavi es
tal vez la que más incomoda del conjunto, por su apariencia simultáneamente
ingenua y perversa, por su sentido crítico y por ser también la que más
juega con una falsa
funcionalidad. Schiavi es la única que no ha conseguido aún una galería
de arte que la represente. Ya en 1991 (Espacio Giesso) presentó una
muestra notable, donde se la agarraba con el mobiliario como emblema del
orden burgués: allí, su "Línea de amoblamientos", proponía
una colección de muebles inútiles que perforaba el vínculo entre el
mobiliario y la estructura familiar. Las víctimas inanimadas de su
impiedad fueron el sofá cama, la cómoda, la mesa de luz y la mesa
ratona, entre otros males necesarios. En otra ocasión se dedicó a
hipertrofiar la estética culinaria. Ahora la artista presenta dos extrañas
instalaciones en las que subyace cierta idea de familia: la primera, una
especie de grupo de familia marciano --aunque marcianos de medio pelo, es
decir, marcianos de clase media argentina�-, hecho con estructuras
azulejadas y personajes entre cómicos y corrosivos. La segunda instalación
está integrada por una formación de siete cajas con luz que también
ironiza sobre las relaciones sanguíneas --reproducción, clonación�-,
a través de formas que esquemáticamente remiten a la idea de rostro. El fuerte componente de diseño que rige el conjunto de obras de los tres artistas no deja de ser una ficción de diseño, porque aquí se quiebra la relación entre forma y función. Las piezas del trío son formas sin función o cuya función está perdida o, en última instancia, son formas que buscan una función futura más allá de su presente "ocioso". (Centro Recoleta, Junín 1930, hasta fin de mes.)
|