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el Kiosco de Página/12

Elián
Por Luis Bruschtein

En Miami hay un cordón humano alrededor de una casa para impedir que un niño de seis años regrese con su padre. El chico está viviendo con un tío abuelo que no lo conocía y con la hija de ese tío abuelo que viene a ser una especie de tía muy lejana. Las personas que hacen el cordón, entre los que se cuenta un actor como Andy García y una cantante como Gloria Stefan, están convencidos de que devolver el niño a su padre, a sus abuelos, tíos y primos directos es un acto criminal, algo tan terrible que debería avergonzar a las naciones democráticas del mundo, algo tan espantoso que lloran de sólo pensar que pueda ocurrir y elevan plegarias piadosas para que Dios impida un acto tan inhumano como que un niño de seis años regrese junto a su padre, un hombre normal, con defectos y cualidades. Este grupo, integrado por cubanos residentes en Miami, siente que, como cualquier niño de seis años, Elián González luchará para no regresar con su padre y que, al igual que ellos, está dispuesto a todos los sacrificios para impedirlo.
En cualquier país del mundo se acepta como algo elemental que los hijos vivan con sus padres a menos que existan problemas gravísimos. Hasta los presos tienen derecho a tener a sus hijos. A nadie se le ocurre sacarles sus hijos a los pobres aunque vivan en la peor indigencia. Lo primero que hace la gente que trabaja con chicos de la calle es tratar de rehacer el vínculo familiar. Todas las religiones, las leyes y el sentido humanitario van en sentido contrario al de estos vecinos de Miami que, extrañamente, parecen convencidos de que su causa es la más sagrada, legal y humanitaria del mundo. 
Resulta difícil entender los mecanismos que llevan a un grupo de personas a cometer una salvajada de ese calibre a partir de confundir sus propios odios y expectativas con los de un chico de seis años al que no conocen. El chico tiene padre, no tiene odios ni ideología. Y esta gente quiere sacarle el padre e imponerle sus odios y su ideología porque objetan la ideología del gobierno del país donde reside la familia del niño. 
Es probable que sus propios odios les impidan tomar conciencia del grado de crueldad, de mesianismo autoritario con el que actúan. En Argentina hay antecedentes similares con los hijos de los desaparecidos durante la dictadura militar que no eran devueltos a sus familiares. Este acto, esencialmente inhumano, tenía para estos militares argentinos dos motivos. Por un lado, esos recién nacidos eran considerados como botín de guerra, como señala el título del film de David Blaustein que se acaba de estrenar. Pero además los represores consideraban que esos niños se convertirían en futuros guerrilleros enemigos si los regresaban a sus familias. Y trataron a esos bebés como si ya fueran sus enemigos.
Es difícil identificar la motivación profunda de esta gente que se asigna la sagrada misión de alejar a un hijo de su padre. Los odios pueden ser legítimos o no, se podrá criticar al gobierno de Cuba o no, pero esa discusión no tiene relación con el vínculo familiar. Si el chico estuviera en Cuba y su padre en Miami sería igual. Resulta repugnante que se confundan los dos planos, porque pone en evidencia que lo que menos interesa es la suerte del chico. �El niño no debe volver con su padre porque el hombre vive en Cuba y no estamos de acuerdo con el gobierno de ese país.� Solamente devolverán al niño, del que no son dueños, si el hombre se hace anticastrista y se queda en los Estados Unidos. En esa frase no hay amor ni solidaridad y sí mucho de botín de guerra y de futuro enemigo. Es más: están los que usan de mala fe al niño como chantaje para que el padre decida no regresar a Cuba. Cuando se deja arrastrar por este tipo de actitudes, una comunidad está enferma de odio, sea de izquierda o de derecha. En el mejor de los casos, el odio promueve un engaño colectivo gracias al cual una comunidad pacífica puede cometer, o hacerse cómplice, de los hechos más atroces.
Como en la actualidad es políticamente incorrecto referirse a Cuba sin criticar a su gobierno, cualquier comentario con relación a ese país o sushabitantes, se hable del clima, de mujeres o de geografía, debe ir acompañado por una purificadora declaración de fe anticastrista. Es otra forma pusilánime de introducir la cuestión política en la relación entre un niño de seis años y su padre. No hace falta ser pro nada ni anti cualquier cosa para darse cuenta de que el espíritu que impulsa a estos falsos vecinos democráticos de Miami es el mismo que anima a un pelotón de linchamiento.


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