Por Luis Bruschtein
�No quisieron dejarme con mis abuelos porque les dijeron que ellos dos y yo éramos una familia�, explica una chica, hija de desaparecidos durante la dictadura, que fue dada en adopción después de que sus padres fueron secuestrados. La familia es el tema de Botín de guerra, la película que estrenó el martes a la noche en el tercer piso del Village de Recoleta el cineasta David Blaustein. Algunos dirán que la represión es el tema y otros la epopeya que protagonizan las Abuelas de Plaza de Mayo en esta película, donde abuelas buscan a nietos, hermanos a hermanos y padres a hijos.
Existen muchas elaboraciones teóricas, morales, religiosas o científicas sobre la familia, pero es probable que esta película explique mucho más que todas ellas. Pone en evidencia, incluso, un aspecto distinto de la represión. Por un lado, el afán de preservar la familia, de luchar por mantenerla unida aun en las peores condiciones, de afrontar cualquier sacrificio por rescatar las ausencias, de recuperar las pérdidas desde un lugar de familia. Por el otro, el objetivo de destruir la familia del enemigo como parte de una estrategia genocida. No por nada, la película recuerda, al comenzar, el genocidio cometido contra los pueblos indígenas de la Argentina, donde la faz militar se completó separando a las madres de sus hijos y a los hombres de sus mujeres. Los niños fueron entregados en adopción y las mujeres llevadas como sirvientas a casas aristocráticas. Fue un plan sistemático, como el que se aplicó muchos años después.
En el salón del Village había mucha gente para presenciar la exhibición. Estaban los representantes de organismos de derechos humanos, como el CELS, Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, HIJOS, y muchas Abuelas de Plaza de Mayo, junto con su presidenta, Estela de Carlotto. Son también los protagonistas de la película y las instituciones que los agrupan se identifican con el vínculo familiar que los marca por las ausencias.
En Botín de guerra, la familia se despoja de definiciones, del deber ser o de moldes preestablecidos y se convierte en una especie de esencia poderosa, una fuerza ancestral que no es fácil de explicar o de apretar en esos moldes. Es una historia rara, donde los que se dicen defensores de la familia se empeñan en destruirla, mientras la defienden en grado heroico los supuestos salvajes y subversivos, acusados de promiscuidad y de atentar contra ella. Sería bueno que la vieran militares y obispos que se preocupan por la defensa de la familia.
No había militares ni obispos pero sí escritores como Tununa Mercado, Noé Jitrik, Pedro Orgambide y Miguel Bonasso, viejos luchadores como Goyo Lebenson que este sábado presentará en la Feria del Libro un trabajo sobre su historia familiar que abarca desde la revolución bolchevique hasta los Montoneros. Estaba Jorge Taiana, secretario de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Ana Jaramillo, rectora de la Universidad de Lanús; el director de cine Ricardo Wulicher; Julio Santucho, hermano de Roberto, el desaparecido jefe del ERP; Ernesto Jauretche, que prepara un libro sobre su tío Arturo; actores como Cecilia Rossetto, Arturo Maly, Daniel Fanego y Valentina Bassi, entre otros, y los músicos Bahiano, de los Pericos, y Pedro Aznar.
Blaustein evita el discurso político con bajada de línea y los testimonios sobreactuados. Sus entrevistados cuentan con espontaneidad historias de ausencias y búsquedas épicas o de encuentros impresionantes que siempre aparecen como reencuentros aunque no se conocieran de antes. Hay alguna voz que se quiebra, una risa para disimular la emoción o el dolor, pero el relato sale natural, lleno de incógnitas, de cosas que suceden pero que nunca podrán explicarse, de gestos heroicos que se cuentan con la espontaneidad del que lo hizo porque no se le ocurría hacer otra cosa. Son muchas historias que empiezan a confluir en una sola, como la de los pueblos indígenas, muchas voces que no se repiten aunque hablen de lo mismo, que son sus familias, sus nietos, hermanos o hijos. Botín de guerra es el testimonio fílmico de un pecado que no tiene perdón humano y por el cual han sido encarcelados nuevamente Videla, Massera y otros represores.
Durante la película, la sala mantuvo un silencio más expresivo aún que los gritos o los aplausos. Son historias fuertes a pesar de que Blaustein evite los golpes bajos. Y algunas con finales humanamente felices. Cantan Los Pericos, que son protagonistas de una de esas historias. Al final hubo unos minutos de silencio como para digerir las imágenes y luego un aplauso cerrado.
TESTIMONIO DEL PLAN SISTEMATICO DE LA DICTADURA
Un film premiado en Europa
Por Horacio Bernades
�Creo que mis padres fueron héroes y lucharon por un ideal de solidaridad. Cuando yo tenga hijos, les voy a contar sobre ellos. Tal como van las cosas, es posible que en ese momento me cueste hacerles entender la idea misma de solidaridad, pero voy a intentarlo.� Allí, en esas palabras de Mariana Eva Pérez, una chica veinteañera e hija de desaparecidos, varias generaciones parecen cruzarse, entre tiempos históricos sumamente disímiles. Ese diálogo entre generaciones, esos puentes que atraviesan la historia argentina del último cuarto de siglo, son el terreno que Botín de guerra recorre, con la mirada puesta en el futuro.
A diferencia de su anterior documental Cazadores de utopías, que reconstruía la experiencia de la lucha armada, el nuevo trabajo de David Blaustein (premiado en los festivales de Berlín, Valladolid y La Habana) vuelve sobre las heridas todavía no curadas del pasado, pero siempre con la vista clavada adelante. Es lógico, ya que el tema son aquellos que fueron niños y ahora son jóvenes, los hijos de desaparecidos. Específicamente, los niños apropiados por quienes secuestraron a sus padres, muchos de ellos nacidos en cautiverio. El tema es particularmente doloroso e implica varias formas de crueldad que se superponen, como si se tratara de capas sucesivas del infierno. Al horror por el secuestro, tortura y muerte de los padres (en la mayoría de los casos, apenas entrevisto o sospechado por quienes en ese momento podían tener apenas meses de edad) debe sumársele el de la apropiación de la propia identidad, bajo un nombre falso y sostenidos por el ocultamiento y la negación.
Pero el de los niños apropiados es también una de las secuelas de la dictadura militar con más claras perspectivas de resolución. Como señala con inconfundible lucidez Estela de Carlotto, presidenta de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo, la lucha por la recuperación de los niños secuestrados logró que el delito de apropiación quedara a salvo de las sucesivas leyes de olvido dictadas por los gobiernos de Alfonsín y Menem. Es así como los máximos responsables del plan sistemático de exterminio, de Videla para abajo, debieron comparecer ante los tribunales y purgan hoy condenas por ese delito. Aunque obviamente es una lucha que no termina, la de las Abuelas es, así, un combate heroico, paciente y exitoso.
Aunque imbuida por el perfume inconfundible del horror, la muerte y la ausencia (que son y serán el pan cotidiano para estos hijos de desaparecidos, como ellos mismos se ocupan de recordar), Botín de guerra se encamina hacia un final teñido por la emoción de la recuperación. Emoción que algunos hechos de hoy mismo, como el hallazgo de su nieta por parte de Juan Gelman, no hace más que actualizar. Botín de guerra tiene, básicamente, dos clases de protagonistas: las Abuelas y los hijos de desaparecidos (entre éstos, algunos reencontrados, y otros que buscan todavía a sus hermanos). A ambos les rinde homenaje. Lo hace apelando a un esquema de documental clásico, que se apoya sobre todo en entrevistas,apelando aquí y allá a oportuno material de archivo. De alto standard técnico (sobre todo en sonido y montaje), Blaustein no se priva de ciertas reconstrucciones que potencian al máximo el efecto visual y dramático. Es posible que con algunos minutos menos y mayor concentración en la última parte, el film hubiera ganado en efectividad. Pero el homenaje que plantea sólo a alguien armado de una coraza podría no conmoverlo.
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