Por Alejandra Dandan
Su voz grave, prepeando entre policías y prostitutas de la zona roja platense, se conoció poco tiempo atrás. La jueza de menores Irma Lima allanó locales donde se prostituía a menores y acusó a sus protectores. Sus denuncias tocaron a policías, algunos hoy en disponibilidad. Frente a su casa en La Plata alguien habla de un bunker: la jueza vive en una vieja quinta alquilada, encerrada por un paredón. Hubo amenazas en la casa y en su juzgado. Ese paredón es una estrategia parecida a esas que necesita reinventar en sus operativos: �Prefiero ir siempre, porque si no la policía pide favores a las chicas, o se da para que coimeen. Delante de mí no van a pedir plata�. En la entrevista con Página/12, la jueza describe algunas de las tretas de inteligencia a las que debió apelar para impedir que se filtren informaciones de sus allanamientos: cambia periódicamente el lugar de salida, da el aviso recién cuando está llegando, y nunca al policía que tiene un handy para evitar que propaguen el dato. Aclara: �Policías hay muy buenos y muy malos. El tema más grave es saber quién es quién�.
En el patio cerrado de la quinta, el sol estalla sobre un jardín con algunas plantas. Adentro hay música del Club del Clan sonando muy fuerte. En la mesa hay un video de Hitchcock, revistas de cine y mucho código de lomo grueso: �Todo este despiole es de él�, dirá poco más tarde la jueza hablando de Horacio Justo Tolosa Chaerton, su marido desde hace 22 años. Tolosa no deja de dar vueltas en la sala: �Ella no tiene miedo�se queja-: qué va a tener si los que nos quedamos con el nudo en la boca somos nosotros�.
Un día alguien entró en el despacho de la jueza en los tribunales y dejó todo revuelto. No faltaba nada, pero dejaron la marca de una mano sin huellas digitales estampada contra el vidrio de su escritorio. Otra vez, grabaron en el contestador de su casa la conversación doméstica que ella había mantenido con una remisería. Hace dos años empezó a investigar algunas pistas sobre corrupción de menores. Algunas de sus averiguaciones terminaron en denuncias contra la policía. Otras fueron extrañamente boicoteadas.
�¿Por qué tomó la decisión de estar presente en cada operativo?
�Cuando hay operativos con menores quiero estar para evitar cualquier tipo de problemas con la policía porque sabemos... Es una forma de garantizar la seguridad de los chicos y no tener ningún tipo de riesgos.
�¿Cuáles fueron los operativos más difíciles?
�En una oportunidad hicimos un operativo sobre tres agencias de acompañantes. Fue un lío gordo: denuncié a dos policías. Habían encontrado a dos menores en una casa y a una la obligaron a tener relaciones para no poner en el acta su edad verdadera. Yo los denuncié y ahora tienen una causa penal y están en disponibilidad preventiva. Por eso prefiero ir siempre al frente, porque si no se da para estas cosas o para que coimeen. Pueden decir: �Yo no denuncio que hay menores y me das tanto�. Para evitarlo voy: delante de mí no van a pedir plata.
�Usted dijo que la policía trababa algunos de sus operativos.
�Yo quiero aclarar una cosa: policías hay muy buenos y muy malos. El tema más grave es saber quién es quién. Porque no sabés si estás entre los buenos o entre los malos. O entre aquellos que no son ni uno ni otro pero con su sentido corporativo no denuncian al compañero que va a cobrar. Es un grave inconveniente: uno no sabe con quién trabaja.
�¿Cómo lo resuelve?
�Si tengo una denuncia que indica que se ejerce prostitución en determinado lugar, hago veinte operativos y todos me dan negativo, como me ocurrió, sospecho. Cuento siempre la anécdota del rengo mirando televisión en un cabaret a las tres de la mañana: el único que estaba en el lugar era ese rengo con las muletas y el de la barra. Evidentemente habían avisado: ésa fue la gota que colmó el vaso. Hice la denuncia contra la Comisaría 9ª. �¿Cómo impedir situaciones como éstas?
�Ahora trabajo de otra manera: aviso a último momento, no digo dónde voy hasta que llego a la puerta. Tal vez le adelanto el dato al comisario, pero al resto no, porque tiene handy. Y, además salgo desde distintos lugares para despistar.
A la hora de la siesta la casa de la jueza está deshabitada. Hace más de veinte años con su marido acordaron la adopción de Carlos y Candelaria, los dos hijos que habitan la casa. Cuenta que cada día desde las 7.15 se sienta a monitorear teléfonos, contactos y seis mil causas de chicos ancladas en el despacho.
�Hace unos días encontró a chicos, esta vez varones, prostituyéndose.
�Eran cinco, cuatro de un instituto. Se iban a ejercer la prostitución. Los demás eran taxi-boys. No hay lugar de contención para ellos. Se los internan, se escapan. Hemos tenido denuncias a rolete porque los han dejado escapar de los institutos. Incluso les dan la plata para el micro.
�¿En qué instituto?
�En Administración Asistencial. Dicen que en Villa Elisa a cada rato los dejan escapar. Hubo 800 fugas el año pasado.
�¿A cambio les piden favores?
�A veces los dejan a cambio de nada. El tema es que para ellos los pibes son conflictivos. Quieren señoritas inglesas. Pero si están acá en general tienen problemas de conducta. En el caso de uno de los chicos que salieron para prostituirse, el padre había pedido el egreso. En el instituto le dijeron que antes de entregárselo debían hacer el informe ambiental. ¿Con qué cara van a explicarle la situación al padre ahora? El chico está ejerciendo la prostitución en la calle. El padre tiene derecho de matarlos. Le estamos pidiendo una cosa y, mientras lo tiene el Estado bajo su tutela, se está prostituyendo en la calle.
�¿Hasta qué punto es hoy grave la prostitución infantil?
�Es muy importante, es más grave de lo que creemos. Y el problema es que no hay estadísticas serias. Acá se habla de seguridad y pareciera que todo pasa por la pena de muerte, por darle armas a la policía. No, nada de eso: un Estado que tiene que aumentar las penas reconoce su más absoluto fracaso. La seguridad pasa por tener políticas sociales. No se dan cuenta de que estos chicos son los que terminan en Olmos, nadie sabe que el 80 por ciento de la población carcelaria fueron menores institucionalizados.
�¿No se cansa?
�Yo trabajo un montón pero la frustración más grande que uno tiene es que llega al final del día a preguntarse para qué. Sé que el pibe vuelve a la calle a ejercer la prostitución, que vuelve al instituto y le pegan, lo basurean, lo tratan mal. Cómo se les va a pedir respeto si les dicen: �Negro de acá, negro de allá, qué venís a pedir champú si vos en tu casa ni te lavás la cabeza. Qué venís a decir de la comida si en tu casa no comés�.
La jueza explica que los chicos no denuncian los cachetazos sino el castigo sistemático. Habla del Almafuerte:
�El Almafuerte tiene un gran predio sin cerco. Los chicos no pueden usarlo porque no hay paredón. Cuesta 300 mil dólares hacerlo pero se opta por dejarlos encerrados. No conocen la luz del sol. Es perverso. Al comedor no van porque hacen despiole, porque se tiran migas. Acá en vez de poner maestros para controlar se los hace comer en la pieza, al lado del inodoro. Si se mandan una macana, por ejemplo, los engoman a todos: quedan encerrados en los cuartos de dos por dos donde comen, duermen, van al baño. Por 15 o 20 días se quedan mirando al techo. Cuando sale ese tipo de la celda, sale que es una fiera.
�¿Recibió denuncias de torturas?
�En su momento hice yo una denuncia grave porque los colgaban de las esposas a las rejas. No me acuerdo si llegaron a tipificarlo como tortura. El servicio se maneja con dos opciones: matan a palos a los chicos oentran en la transa con el pibe. Le dan esto por aquello para que en la guardia no hagan líos. Y si no, los golpean.
Ahora la jueza repite el comentario de un pibe de la calle: �Yo me puedo bancar el frío, me puedo bancar tener que hacer mis necesidades en la calle, me puedo bancar no tener un nombre: pero lo que no me puedo bancar es no importarle a nadie�.
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